Relatos de Targón: El Juicio

Parte III

Aún recuerdo ese dia. Fue algo brutal. Emergieron del cúmulo de estrellas con una magnificencia que sobrecogía. Sus formas vastas y luminosas parecían emanar poder puro, como si el propio cosmos les hubiera dado vida. Los cielos se conmovieron y la tierra tembló. Al principio, algunas tribus huyeron aterradas; sus figuras irradiaban un poder indescriptible, más allá de la comprensión mortal, y su sola presencia parecía distorsionar la realidad misma. Sin embargo, había otros entre los humanos cuya curiosidad superó el miedo, y fue esa misma curiosidad el punto de partida de lo que luego sería conocido como "la integración". La primera unión entre los Elohim y los hijos de los hombres se dio en las llanuras de Ural, cuando una joven de la tribu, cuyo nombre fue casi olvidado, pero que los más sabios recuerdan como Elaune, se atrevió a cruzar el umbral de lo desconocido.

Mientras muchos se mantenían alejados, Ellaune sintió una atracción inexplicable hacia esos seres, que parecían flotar entre la luz y la sombra. Fue entonces cuando la Tejedora de Luz, la más brillante de los trece, descendió de entre las estrellas. Con una calma indescriptible, se acercó a Elaune. La Tejedora de Luz era majestuosa, su piel relucía como oro bruñido, y alrededor de ella flotaban hilos de energía que entrelazaban el cielo y la tierra. Sin palabras, extendió su mano hacia Elaune.

Cuando Elaune la tomó, algo profundo cambió en el mundo. La Tejedora habló, pero no con palabras humanas, sino con la voz del cosmos. En la mente de Elaune se revelaron los primeros secretos de lo que más tarde llamarían Ornamentación y Afinación. Antes de que los hombres lo llamaran magia, estos misterios eran conocidos como el arte de decorar el mundo con los elementos y afinarlo para canalizar su poder.

La Tejedora enseñó a Elaune a ver el tejido de los elementos: los cinco principales —la tierra, el aire, el fuego, el agua y la luz— y los cuatro ocultos, reservados para los iniciados en los más altos misterios. Elaune aprendió a reconocer los patrones que enlazaban esos elementos con la alta energía que fluía a través de todo lo existente, lo que más tarde se conocería como el Axioma, el tejido fundamental de la creación.

Mediante la mediadora, los humanos aprendieron los rudimentos de la ornamentación y la afinación. Se les revelaron los secretos de la Investidura —el poder de imbuir los elementos en objetos y formas— y de la Refinación, la capacidad de perfeccionar esas formas para canalizar poder con precisión. Con estas enseñanzas, Elaune volvió a su pueblo, pero ya no era la misma. En sus manos llevaba el conocimiento que trascendería generaciones y forjaría una civilización nueva.

El pueblo de Elaune comenzó a trabajar con los elementos, a transformar la materia, a entender el lenguaje de la tierra. Fue así como nació la primera Escuela de Misterios, donde los hombres aprendieron a dominar lo que hasta ese momento desconocían. Crearon con sus manos las primeras "Obras de la Ornamentación": templos y estructuras que desafiaban las leyes naturales, forjadas con el poder recién descubierto. Y el nombre de Elaune resonó en todos los rincones de su tribu, pues fue la primera en desvelar los secretos de los Elohim.

Pero me adelanto, pues todo esto no ocurrió de la noche a la mañana. Fue un proceso lento, meticuloso y preciso. Las enseñanzas de los Elohim tomaron generaciones, y, poco a poco, mientras la humanidad aprendía de ellos, comenzaban a olvidar las antiguas verdades. Lo que empezó como un don se convirtió en tentación. Aunque el conocimiento se expandía, la verdadera sabiduría —aquella que el Elohe único y verdadero había otorgado, la de fructificar la tierra y esparcirse por ella— empezó a desvanecerse de sus corazones.

Y así, en medio de esas enseñanzas, nació el génesis de un imperio que cambiaría para siempre la faz de Runaterra.




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