Relatos De Un Pulpo

Primer café, primer anécdota.

Le contaré lo siguiente, en unos mis viajes a la ribera occidental tuve una experiencia extraña. Estaba en las afueras de la línea que cruza el Atlántico. Las aguas del Atlántico (me gusta nombrarlo), son cálidas en sus océanos comparadas con las del Pacifico.

Conozco el Pacifico (me gusta nombrarlo), le parecerá increíble, pero lo conozco en uno de mis recorridos al sur. La realidad es que uno debe dejarse llevar por las aguas. Por eso los ríos siempre me parecieron magníficos, pues recorren sin pretexto, ni excusas en su efectiva realidad. Van hacia delante fluyendo, sin importar los sucesos venideros. Así de simple deberíamos ser algunos. Si tuviera que ponerme a pensar que valió, y no la pena, diría que todos los hechos que he transitado desde el rio de mi alma fueron notorios, satisfactorios, y llenos de aventuras. Creo que uno vive de ello, ¿no lo piensa así? Entiendo, usted debe ser más abocado al aburguesamiento del sillón de casa. Déjeme decirle algo señor. Hay una edad para todo.

Allí, donde estoy apuntando con mi ventosa número tres. No se confunda es la tres, la que tiene el collar de colores verde – amarillo. Ya le explicaré de donde viene. O se lo diré resumidamente. Es propio de una religión. No soy santo, ni brujo. Solo la adquirí, y aquí está. Bien, allí don, tengo mi sillón. Es como mi trono. Piedra con musgo, repleta de algas para hacer de ella un universo cómodo, y apacible, aunque antes no era así. Hay una edad para todo. Ya le explicaré también a que me

 

 

refiero. Retomo la charla. Algunos llaman platica en el hemisferio norte, aquí en el sur charlar, falar en portugués. Hablo portugués también. Y un poco de inglés ¡¡¡talk!!!

Le he dicho, ¿qué suelo ser muy ansioso en todo lo que manifiesto? ¡Sí!, me extiendo demasiado en otros temas. Tengo esa facilidad. Mi mujer, y mis amigos se sorprenden que siempre este comunicando todo tipo de comentarios, aunque a veces desearía, estar callado. Y lo estoy en mis auto reclusiones, que son efímeras.

Bueno, comencemos. Estaba en la rivera. Es un complejo bello, y abandonado. Fue en la noche de todos los santos, que llamamos aquí, en los océanos. Aquí anochece, y las mareas se transforman en pequeño golpes turbándose al ritmo de las fases de la luna. Lo descubrió Kepler, un humano, astrónomo Alemán, en épocas oscuras. La cuestión que si bien es hermoso tiene algo de macabro. Abundan en el otro mundo, las almas de peces piraña que habitaban allí, y producto de una enfermedad propia de la contaminación del hombre comenzaron a morir. Lo inexplicable es que nadie pudo salvarse. De pequeño me han contado historias de aquella semi ciudad, y el complejo abandonado. Es un conducto de bellas cuevas. Oscuras, y macabras a su gusto. Nadie se acerca a esos puntos, incluso los tiburones temen. Se ha dicho que el gran Simón desapreció sin rastro en aquella ciudad de seres muertos. El gran Simón es un tiburón osado, que cuando llego allí, sin temor, pretendía tomar el lugar. También un exitoso capitalista, y con la codicia de querer mejorar sus arcas de dinero marino, se introdujo en el complejo. El mismo no tiene dueño estatal, ni privado. Quien lo quiera, lo tiene para sí. Cuando se quiso dar cuenta ya era tarde.

Como soy un ser de esos que le gusta el misterio, decidí aventurarme. En aquella noche, salí con mi linterna, y mi gorro. Tomé la primera carretera en ómnibus. Si, también solemos tener transporte público. Imagine la sociedad humana en el mar. Así es, me comprenderá de a poco.

Hasta verá salmones budistas, y taoístas rezando al supremo. Y chamanismo de todos los colores.

Al tomar mi transporte, me senté del lado de la ventana. Me agrada observar, el ir, del venir del paisaje. Los pastos marinos, y las algas rojas, condecoran el sendero. Al llegar a destino, el vehículo siguió su camino. Quedé absolutamente solo, en un sitio donde el silenció solo era interrumpido por el burbujeo de un conducto de aire, proveniente de un agujero que sabe Dios dónde podría alojar. Hice mi paso a pie, mientras iba admirando la cantidad de algas rojas que se suman en aquella estepa. Le hago mención que las aguas se hacían más cálidas, en esta región tropical. Entonces mi camino se concluyó cuando no había más por transitar. Un arbusto inmenso se topó conmigo. Lo miré detenidamente, pues no encontraba forma de ingresar. Palpé con mi tentáculo número cinco. Éste con la información que me era otorgada, me explicaba que estaba sellado. Luego de varios minutos de pensar, y pensar. Me senté en una piedra. ¿Cómo puedo ingresar? El gran Simón lo hizo, y yo no. Tal vez desapareció por otros motivos, y fue narrada esta historia. El agua perduraba impoluta. Cabe expresar que este sitio, como otros carecen de lo que llamamos burbujas. La que hace que las regiones contemplen la identidad de lo que conocemos como sistema terrestre de los humanos. Le aclararé, en otro contexto a que me refiero, para no cortar el hilo conductor de la narración.

Percibía, una forma extraña en mi cuerpo. Ese lugar estaba maldito. Era como un pánico, y una curiosidad al mismo tiempo. Entonces la encrucijada de elegir irme, o quedarme, se convertía en pura incertidumbre. La voz de una sensación me invitó a ese encuentro.

 

 

  • Ven aquí. Ven a nosotros. ven por los que buscas.
  • No busco, nada - comenté sin retoricas falaces de pedidos -
  • ¡Te gusta! Deseas algo –

Como puede notar. Esa voz era seductora como la de las sirenas que atraen a los hombres - humanos a su muerte. Existen, se los aseguro. Solo que no puede ser captadas, como otras criaturas marinas que deambulan por las aguas. O como los duendes, ogros, y hadas de los bosques. Cada mundo tiene su propio misterio. Y sus propios habitantes.




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