Relatos De Un Pulpo

Noveno café. Continuamos en la cueva maldita, y el gran gusano. El puente, otros lugares. –

 

 

 

Al incorporarnos de aquel golpe de una caída, y mencionada la claridad, hicimos una planificación para no cometer errores si es que nos ocurría nuevamente otro hecho; descendimos un trayecto considerable. Nos encontrábamos frente a una cueva inmensa, iluminada por unos insectos. Ellos que también forman parte del mundo en que vivimos. Caminamos con cuidado ya que la amenaza de los gusanos persistía. Podíamos experimentar el temblor bajo nuestros pies de la tierra de movimientos, por lo que avanzamos a gran velocidad.

De repente la tierra se levantó. Ya no era uno de esos tantos gusanos, sino que era el gusano mayor. Aquí no teníamos mucha oportunidad de salir con vida. Una manada detrás de nosotros se hacía presente del otro lado por sorpresa, por lo que corrimos como nunca en la vida para escapar de aquel interminable refugio de monstruos.

 

 

El gigante se nos acercó lanzando su gran boca. Edgar se corrió a un lateral, mientras yo pude deslizarme por debajo de la bestia. Las luces se nos apagaron, y no podíamos ver al gran gusano, ni los gusanos. Qué demonios, hay que salir de aquí me dije. Cruzamos al otro lado del monstruo, y éste se dio media vuelta. El otro lado podía percibirse un aire mustio, había un agujero cuyas piedras brillaban. Nos preparamos para dar combate aquel gigante. De manera extraña aquella criatura se mantuvo quieta desde entonces. Nos contemplaba con la rareza de quien teme acercarse. Le dije a Edgar no mires atrás, no des la espalda, solo camina en dirección aquel sitio. Y fuimos cuidadosamente sin bajar guardia alguna. Los gusanos parecían inmóviles. Pensé tal vez adentro de ese otro hoyo, no esperaba algo peor, aunque no era tiempo de disyuntivas sobre qué camino elegir. Al ingresar. Los gusanos no se retiraron por el otro lado de donde vinimos. Francamente era muy confuso todo este asunto. Aquel lugar resplandecía de luces. No había oscuridad, y era raro a la vez. Caminamos el trayecto hasta dar con un pasillo extenso de largo trecho hasta llegar a otro sector descubierto. Y del otro lado un salón inmenso.

 

 

 

 

Fue allí que pasamos a sector amplio lleno de luz, y eso que lo humanos llaman espejos. Si debo confesarle. Temo verme a mí mismo. No entraré en la faceta del miedo.

 

 

Los espejos en nuestra cultura están prohibidos, pues aquí a diferencia del mundo de los humanos, o de otros mundos, ellos toman el alma, y la encierran en el espeso vidrio, donde se encarcela por siempre la luz. Aquel lugar era la cueva maldita, en la cual los reflejos, exponen lo peor de nosotros. Nos consumen. Nos toman a la fuerza. Cada espejo recoge algo de ti. En uno te vez valiente, fuerte. En otro débil. El otro eres una ser leal, en otro, una basura, infecto de la especie. Hay bondad, y maldad. En cielo, el infierno. El ángel, y el demonio. Los espejos de la cueva maldita, son ello. Cada sentimiento de nosotros es consumido por el cristal. Usted puede verse en él, y sentirse en forma propia, pero también en su fondo entraña la figura en su mayor introspección. Y puede que una parte de usted se vaya para siempre. Cuidado, esa parte puede ser trivial, e importante, y ya no será el mismo que fue. Será otra gama de otros tantos. Ese examen no es para cualquiera.

Hay que tener cuidado de no mirarse en un espejo, y en caso de ustedes, no retratarse con esa lamina. Narciso fue atrapado en el reflejo de las aguas. Y no solo aquel espejo se llevó su belleza, se llevó su vida. Los espejos son mal augurio.

Le comenté a Edgar sobre ello. Cerré los ojos para que ello no robase nada de mí. Él, podía verse en sus reflejos. Gordo, y flaco al mismo tiempo. Deforme, o no. Para Edgar era una tontera de misticismo, y superstición.

Mientras tanto continuamos avanzando por ese salón gigante de espejos. Ábrelos que no ocurrirá nada. Vez ese es el miedo. Miedo a perder algo importante de ti. ¿Y si pierdo el alma le confieso?, el alma jamás desaparece. Aquí sí. Si pierdes algo, perderás el apego. Todos tememos a perder algo importante, fundamental para nosotros, pero debemos aprender a desapegarnos de aquello, y continuar nuestro camino. Entendía las palabras de Edgar, oía bien sus dichos, pero no eran bienes materiales los cuales buda plantea con elementos que matan el alma, empero no esenciales, ni notables para nuestra existencia. Lo crucial, para ser alguien, reconocerse como alguien especial, y sustancial. Nuestro yo valioso, le comenté cavilando. Dime Edgar, ¿qué has perdido a lo largo de tu vida? No he perdido nada, no he perdido objeto alguno, he ganado. Pues lo que el espejo se haya llevado, eran otros yo, dejando un nuevo yo más importante que el anterior. No he extraviado nada, ni bondad, ni maldad, ni amor, ni confianza, al contrario he sabido modificar el status de mi persona para lo que crea yo conveniente. Puede ser para suerte de bien, y no para el mal, y viceversa, depende de quien lo considere. Siempre habrá un nuevo Edgar, que será mejor que el anterior. Evolución.

Al escuchar sus palabras, no pude dejar de meditar, la considerable razón en sus preceptos. Quizás debería perder algo, para ganar algo. Ya que algo debe cambiar en uno para seguir adelante. Para evolucionar de la forma que uno quiera. Y entonces armé el puñado de valor frente a uno de esos resplandecientes espejos, y en mi mente vislumbre un gigante abismo donde debía saltar al otro sitio para estar a salvo. Solemos los pulpos antes de tomar una decisión imaginar en un dibujo, de nuestro objetivo, las consecuencias que acarrea una situación determinada. Y yo me vi, en aquel abismo, y tenía que saltar al otro lado. En mi rostro se delineaban temores, sensaciones de incertidumbre. Ladeaba la cabeza, fruncía las cejas, y cuidadosamente fui abriendo los ojos. Repito que no era el miedo lo que me confundía, sino otro requisito. En mi mente salte con todas mis fuerzas hasta el otro lado. Era libre en el aire de los cielos, y en aquel sitio me esperaba la tierra firme, el espejo, y la imaginación latente en un retrato de mí. Al caer, me golpee con el suelo firme, y mis ojos veían la tierra, y al otro lado, el




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