Relatos De Un Pulpo

Decimo café. Mi relación con las palabras, y el arte.

 

 

 

Sabe, mientras conversamos pienso que tengo una relación muy amplia con las palabras. Con ellas, he sabido explicar lo que de mi mente aflora, en síntesis de mis sentimientos. Es por ello, que estoy constantemente contemplando la idea de escribir. Y al hacerlo, siento la satisfacción de ser alguien que dentro de este cosmos amplio del cual somos particular, pueda establecerme en el carácter de inmortal. A saber. Lo que dentro de mí se exponga no morirá. Acaso Ha visto algún artista que se haya muerto, si los escritos, los retratos, la música, perduran. Dirán, bueno, pero la pieza en cuestión difiere de su creador. Claro, diré, aunque sin creador no hay pieza. Cuando me propuse escribir lo hice con el ánimo de no olvidarme a mí mismo, ni tampoco que el mundo me olvide, ni yo a él. Relaté mis memorias póstumas de un cefalópodo que tiene que decir a la vida. Algo que expresarle a los seres de la realidad, y porque no a los irreales.

 

 

Le confieso que entre mis seres queridos, nunca seré olvidado, ni nadie, si se prepone uno con el plan de ser querido ante el público. Cuando hablo de proponer, me refiero a la manera de actuar nuestra con los que nos rodea. Soy ser un ser que fue aprendiendo a través de golpes, pruebas, y errores. Sí, con deducciones logré resultados, pero no siempre fue la lógica un arma infalible. El empirismo nos enseña, como también la historia.

Sin ir lejos al escribir dejó un legajo a los otros. Mis seres, los seres, etc. Y todo aquel que quiera conocer lo que fui, lo que expresó, y dije, y aún diré. Lo que pueda generar un ímpetu de palabras de ayuda, y devoción, al alma para ser salvada. Porque necesitamos salvarnos, y salvar a los demás. Y no hay nada mejor que el arte para ello. El arte es la magia escondida del corazón. Es la mayor representación de amor. ¿Que si le escribo a mi mujer? Ella es mi razón. Sin ella, yo estaría olvidado en mi olvido. Algo como perderse en un océano vacío de vida. Por ella nacen poemas, y sus versos. Nacen novelas, y hasta cartas. Cada día le escribo un mensaje antes que despierte. Antes que sus ojos se sonrojen con la llegada de un nuevo comienzo. Pues todos los días comenzamos de nuevo, y le escribo. Escribo para que cuando lo vea, y lo lea, sepa que alguien en el mundo la ama, y con ello saber yo, que alguien en este arcaico planeta piensa en mí, y sonríe. Para mí, el arte es magia. Es ella. Un pedazo de amor, mi estimado, que lleva su nombre que nunca dejaré de repetir, porque el día que lo haga sabré que ya nada será lo mismo, y que estaré muerto.

Llámeme exagerado. Aún estoy tan enamorado como el primer día que nos dimos a nuestro encuentro, a pesar de las lejanías. Me sinceraré con decirles que la inmortalidad de mis escritos, son gracias a ella

Hay de todo en los viñedos del señor, y los hay raros, y extravagantes, los hay atrevidos, los contemplados en sumisos, e ignorantes. Trato de ser algo de ello, y no ser. No hay nada más satisfactorio que ser algo fuera de lo normal. Que los cuerdos se queden son sus ganas de rutinas, a mi deben la locura de gracia. El extremo de la insania de la sorpresa. ¿No sabe lo hermoso que es sorprenderse? Para mí todo es un milagro. Y feliz vivo en ello.

Ahora sobre arte. Sobre detalles, le contaré una historia.

Una vez de paseo por el museo de nuestra ciudad. Ese que siempre se presenta con obras magnificas de sentido común, abstracto, y expresionismo existencialista; me percaté de que alguien estaba llorando. Era un ser de esos que admiran un retrato bajo una visión diferente de la percepción que solemos tener nosotros, ellos, o cualquier ser vivo. Una dama de la especie calamar. Veía como sus tentáculos acariciaban el lienzo desde arriba, hacia abajo. Estaba del otro lado de un gran salón lleno de obras de grandes autores, de medianos, y otros pequeños desconocidos. Este óleo, que cautivaba a esta mujer, era de casi un metro y medio de largo, y de ancho. Allí, una sirena en medio de la noche observaba la luna, que parecía tener vida. La sirena no tenía rostro, sino colores, y el astro era un tanto oscuro en sus contornos. La mar esta calma en la vetustez de las aguas tranquilas. Aquella, parecía sonreírle tanto a la sirena, como a la luna. Y esa dama calamar dibujó una figura de lado de esa quimera mitad humana, mitad pez. Figura bella. Esplendida en los efectos del amor, y la nostalgia. Al caminar a ese sector, me contuve en un principio de preguntar el porqué de tal situación en ella. Me paré frente al cuadro, y visualice cada trazo. Luego con dos de mis tentáculos experimenté ese jubilo de aquella dama. ¿Quién era ella? ¿Por qué miraba la luna? ¡Me preguntaba si alguna vez fue feliz? No tenía forma, solo colores ásperos. Es su semblante, que denotaba el ultraje de la vida, en sus sentimientos. No era soledad lo que escurría de su cuerpo, ni siquiera el

 

 

presente, sino el recuerdo de haber sido mancillada desde pequeña en su lecho fatídico por una familia desdichada. No soy gran interprete, pero aquella calamar captó lo que el artista plasmó sobre una situación determinada, y lloró desconsolada como la sirena observando a esa tímida luna que ni siquiera podía bríndale un poco de luz a su esperanza.

El artista era una tal, Edit Elliot. Una tortuga marina que ya no estaba entre nosotros. Cuando pintó su obra, la noche del dolor. Lo hizo a razón de todo ese castigo que una infancia de abusos dentro de una familia que dibujaba su apariencia en la sonrisa del barrio donde sus rostros de plástico hacían de la comunidad, la familia perfecta. Pues no lo era. Y aquí otra persona siguió sus pasos. La observé un momento, al cruzar vista. Asentí con su mirada como dando un alivio imposible de lograr. Que estaba con ella, en este apoyo anímico, y que la vida no termina, que aún continua. Como puede, pero continúa.




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