Relatos de un secuestro

Capítulo 22

Día 34

Domingo 21-09-2014

 

Estas últimas noches las he pasado sumida en la oscuridad, sin dejar que Axel se me acerque por más que quiera que lo haga, aunque necesite que me abrace. Lo necesito tanto que duele.

Ni siquiera puedo escribir coherentemente sin que mis lágrimas manchen estas hojas. Todo lo he perdido, debí morirme, debí ser la que dejara este maldito mundo y no él. Nunca debió ser él quien me dejara sola. Siento que me dejaron sin mi corazón.

Hace una semana he encontrado un parque cerca de donde estoy viviendo con Axel. Sí, ahora sé dónde estoy y la fecha y no puedo creer que hayan pasado cuatro años de mi secuestro, cuatro largos y malditos años en los que me tenían cautiva.

Todo ha cambiado, por estos lugares solía venir con mi padre simplemente a dar paseos. Eso ya hace mucho.

No sé por qué me gusta mirar a las familias que van a pasar un rato agradable. Me imagino que así pude estar con Axel y con mi bebé, estar felices con el bebé en mis brazos pero sé que eso se quedará en sueños nada más. A veces Andrew iba conmigo al parque solo para sostenerme mientras me moría con cada lágrima que corría por mis mejillas. Me siento tan...muerta, tan desolada y vacía que lo único que quiero es cerrar mis ojos y dar mi último respiro de agonía.

Tengo miedo de lo que suceda después con mi vida, me escondo solo para que no me maten, pero ¿qué sucede si ya estoy muerta? Una gran parte de mi alma se fue junto con mi hijo. Mi pequeño, al que nunca pude conocer, ni verlo sonreír. No pude verle sus ojitos, que pienso serían iguales a los de Axel.

No puedo creer aún que ya no lo tenga. No sé cuántas veces poso mis manos en mi vientre plano extrañando lo abultado que estaba.

Maldita Sara, la odio tanto que me hace daño solo pensar en ella. Una maldita asesina. Rememorar el momento en el que me quitó lo más maravilloso que me pudo pasar hace que mi sangre hierva y todo se torne rojo. Nunca le hice daño a ella, ni siquiera busqué motivos para que me lastimara de ese modo.

Ya no tiene sentido que esté ahora escribiéndote si al fin y al cabo terminaré destruyendo este asqueroso diario que revive cada momento de mi larga travesía por la jodida vida que he llevado. Lo único que me queda es Andrew. Ya no puedo confiar en Axel. Ni en mí. Solo dejo que mi guía sea Andrew, porque sé que le importo y no me haría daño. De verdad espero que no lo haga. Axel ha cambiado, sé que ya puedo irme, irme lejos de él pero a pesar de todo lo que me ha hecho lo sigo amando con cada poro de mi piel. Desde el último día que me alzó la mano se ha portado dulce conmigo y más desde hace una semana. A él también le afectó lo de mi bebé, de verdad lo quería. Él se encargó de apaciguar mis lágrimas, mi dolor lo amortiguo con sus caricias a pesar de que igual el dolor estaba presente.

Cada mañana veo a Axel dormir cuando me levanto muy temprano a causa de las pesadillas. Me levanto desorientada y con un grito atorado en mi garganta mientras las lágrimas corren libres por mis mejillas. Lo que me tranquiliza es él. Al verlo así, me imagino como hubiese sido él de padre, pero no llego muy lejos, no después de lo violento que fue conmigo hace muchos días atrás.

No te he contado cómo fue que acabé en este estado. Hace tres semanas fue que sucedió. Yo solo iba a ir a un chequeo con una ginecóloga en el centro de la ciudad, fui sola porque no pude contactar con Andrew y con Axel...me daba miedo acercarme a él, tenía miedo a que me golpeara.

Solo recuerdo haber visto a Sara empuñando una pistola pero nunca escuché el disparo, solo sentí un fuerte golpe en la cabeza mientras unas manos me cubrían mi rostro con una tela humedecida con algo de olor fuerte. Creo que fue por algún golpe o quizás fue lo que contenía esa tela lo que afectó mi estado de embarazo. Luego de eso desperté en el hospital.

Axel y Andrew estaban conmigo; Andrew cerca de la puerta y Axel a mi lado, con los ojos rojos besando mis nudillos. No sabía lo que había sucedido hasta que Andrew me lo dijo. Agradezco que me lo haya dicho sin rodeos. No sabes el dolor que sentí, grité, grité con todas mis fuerzas palpándome el vientre y encontrarlo plano, envuelto en una capa de gasa.

A veces entro en la habitación que era para mi hijo, tocando las paredes y la cuna de cedro. A veces miro la ropita; sé que al hacer eso empeoro mi estado pero es necesario que sienta el dolor, que sienta la miseria porque no quiero seguir así, tengo que hacer algo. No puedo dejar que la muerte de mi bebé quede en absoluto olvido. La haré pagar.

Aunque muera en el intento, la mataré, necesito sentir su sangre en mis manos mientras ella gime y suelta su último aliento. Necesito verla suplicar, quiero el mismo destino que ella sentenció para mi hijo.

La quiero muerta, quiero que se pudra en el mismísimo infierno.

Y lo haré, juro por todo lo que una vez tuve que la haré pagar con sangre.




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