Relatos de un secuestro

Capítulo 26

.¸¸.•'¯'» AMELIA.¸¸.•'¯'»

Hace frío y demasiado. Me duele todo el cuerpo por el cansancio de todos estos meses, todos esos días en los que no he podido dejar de pensar en todo mi pasado con angustia y dolor lo he intentado apaciguar con mucho trabajo que me daba escaso ingreso para sobrevivir y esconderme bajo un techo. Todas las noches imagino sus ojos, su voz, su cuerpo pero se esfuma cuando espasmos controlan mi cuerpo.

No sé lo que me sucede pero ya no me importa, lo que he temido está sucediendo. Ya no quiero seguir peleando por algo que sé, nunca alcanzaré.

—Muchacha, debes ir a un hospital, no estás bien. —la voz de la mujer mayor hace que levante la cabeza como un resorte, limpiando las lágrimas con furia.

—Estoy bien, Ana, solo tengo sueño.

No dejo que mi mirada titubeé bajo su escrutinio hasta que sale de la habitación que he alquilado en su casa. Lo poco que ganaba se lo daba todo a ella, a pesar de que se niega rotundamente aceptar eso. No puedo aceptar su bondad, no cuando realmente no lo merezco. Recojo mi pequeño bolso y salgo sin importarme los ojos de Ana en mi espalda. El suéter de lino no abriga nada y en estos meses la ciudad estaba inmersa en un clima frío. Ya no me importa salir sin cubrirme el rostro, después de una semana de dejarlo corté mi cabello drásticamente hasta tenerlo al estilo Cleopatra como tantas veces he visto en la televisión.

La tensión, la depresión y la falta de alimento me están matando.

No me importaba estar demacrada, ya no me importaba nada, no soy nadie. Mi visión se torna borrosa y una sensación de vértigo se apodera de mi cuerpo. El terror aumenta la sensación, no quiero esto, no ahora pero ya no quiero luchar. Me apoyo cerca de una pared y caigo sentada al suelo frío de la acerca. No había nadie en las calles por el feriado de algo que se estaba celebrando. No sé lo que me está sucediendo, pero es casi...placentero saber que ya no sufriría, que ya los recuerdos me dejarían en paz. Solo eso quiero, paz, serenidad.

Risas y voces se comienzan a escuchar pero ya se estaba haciendo tarde, lo único que quiero es dejarme ir, quizás así logre lo que quiero, al fin. Cierro los ojos justo cuando escucho gritos de ayuda y alguien intentado espabilarme pero no quiero, no...puedo. Ya no.

**********

Siento frío, no puedo moverme porque mi cuerpo parece estar hecho de piedra. Escucho pitidos constantes a mi lado pero no abro los ojos para cerciorarme. La debilidad se apodera de mí ser junto con los recuerdos, como siempre.

Unas voces suenan alteradas a mi lado, haciendo preguntas sin sentido para mí. Tengo tantas ganas de dormir y no despertarme jamás, dejarme llevar por mis sueños.

—¿Señorita?

Abro los ojos al escuchar la voz profunda del hombre a mi lado junto con dos doctores y tres enfermeras que me miran atentas ante cualquier cambio. Me siento tan débil que hasta me cuesta mantener mis ojos abiertos.

—¿Señorita? Soy el detective O'Conner... —intento levantarme al escuchar de quién se trataba, un detective, comienzo a respirar con más rapidez —tranquila, solo vengo a hacerle unas preguntas. Es rutinario, nada más.

Sus ojos son marrones un poco claros en contraste con su piel tostada por el sol y su mata de cabello castaño. Me miraba midiendo mi estado de ánimo y puedo ver incertidumbre en sus ojos. Los aparatos a mis lados no dejan de hacer ruidos extraños que me alteran con cada pitido. Mis pensamientos se sienten como una niebla espesa que me consume poco a poco.

—Detective, no creo que...

Un dolor indescriptible me recorre la cabeza, cierro los ojos con fuerza mientras las enfermeras y los doctores intentan hacer algo conmigo. Dejo que las lágrimas se derramen por mi rostro sin siquiera preocuparme que me vean así. Los pitidos se hacen tenues y todo se vuelve borroso de nuevo. El pecho me quema, pero aún sigo pendiente de todo a mi alrededor.

—¿Se encuentra bien?

Niego con la cabeza y rápidamente unas enfermeras se acercan a mi justo cuando todo a mi alrededor se nubla y caigo en un pozo oscuro en el que no me gustaría salir.

Sueño que estoy en la facultad, justo un día antes de que el infierno se hiciera cargo de mí. Es un sueño tan lejano que sé que nunca debió ocurrir. No sabía lo que me depararía en ese lugar, estaba nerviosa por el nuevo ajetreo de estudio en el que aventuraba, como si fuese a nadar entre tiburones en el océano. La aventura siempre estuvo conmigo, me encantaba conocer lugares nuevos, siendo la intrusa. No al revés. 

 




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