Relatos de un secuestro

Epílogo

.¸¸.•'¯'» STEVE.¸¸.•'¯'»

Recibir aquella llamada fue lo más deprimente que pude escuchar en toda mi vida ejerciendo de policía. Los gritos de la señora al otro lado de la línea solo podían suplicar y decir "Dios mío" cada vez que no encontraba las palabras adecuadas para comunicarme lo que sucedía. Lo que más me llamó la atención fue escuchar la dirección donde el supuesto suicidio se ha llevado a cabo.

Las mismas calles que últimamente he recorrido más veces de la que diría se vuelven tenebrosas conforme me acerco al lugar. Mi compañero, Eduardo, revisa unos papeles para mantener sus manos quietas; el temblor de estas me daba ganas de sacudir al hombre y enviarlo de nuevo a casa.

Las luces del techo, junto a la sirena de la patrulla y la de la ambulancia de medicina legal llama la atención de los transeúntes de la ciudad, quienes observan con interés. Giro en la calle que da a la casa de Katherine para encontrarme con la gente de los alrededores congregados en el sitio. Al percatarse del sonido de las sirenas, se alejan un poco pero aun mirando todo con nerviosismo y asombro.

Como suponía, furgonetas de los noticieros locales van llegando en busca de una jugosa noticia para distorsionarla y crear una aberración de lo que de verdad está sucediendo. Los de medicina legal, Carmen y John, bajan la camilla y proceden a comenzar su trabajo.

Eduardo sale con su blog de notas en la mano, preparado para tomar notas de la situación. No es la primera vez que tengo que presenciar algo así, pero el hecho de que sea justamente en la calle donde vive Katherine hace que se me revuelva el estómago.

Ella no hablaba mucho conmigo, pero algo me decía que no estaba bien. Que algo ocultaba pero no quise preguntar; al fin y al cabo no era de mi incumbencia. ¡Caray! Soy un hombre, claro que me importaba y me sigue importando. Katherine es una mujer hermosa, con cuerpo delicado y un rostro inocente, pero sus ojos muestran otros detalles. Es como si otra se escondiera dentro de ella.

Suspiro y golpeo mi placa siete veces por costumbre y por una súplica de buena suerte. Bajo de la patrulla y camino hacia la multitud de gente aglomerada, mujeres llorar y rezan y los hombres comienzan a interrogarme como si yo hubiese estado en el momento de lo sucedido.

—Señores, traten de calmar a sus mujeres y despejen el área para poder hacer nuestro trabajo.

Inmediatamente se esparcen solo un poco y es ahí donde me percato de lo sucedido y del por qué tanto revuelo. Un cuerpo yace en media calle cubierto por una sábana de flores rojas con negras.

— ¿Habrá sido un tiroteo? —Pregunta Eduardo a mi lado. —No veo ninguna bala en el suelo ni en las paredes de las viviendas.

—Quizás ha sido asesinato con arma blanca, así no sabremos nada. —Me acerco mecánicamente al cuerpo y levanto la sábana mientras los chillidos de las mujeres comienzan de nuevo.

El rostro del amigo de Katherine, Axel, aparece cubierto de sangre bajo la sábana; sus ojos están cerrados y a simple vista, presenta una serie de arañazos en los brazos y uno en el rostro. En el pecho tiene incrustadas algunas balas cuyas heridas no dejan de sangrar. Pero el hombre ya está muerto.

Asombrado, dejo que Carmen y John hagan su trabajo. Observo a mi alrededor no gustándome hacia donde se están dirigiendo mi pensamiento y me topo con la mirada vidriosa de la señora con la que vivía Katherine.

Camino hacia ella y rápidamente se sostiene de mi brazo y narra todo lo que ocurrió mientras Eduardo toma nota detrás de mí.

—Había escuchado disparos cerca de las siete de la noche en la terraza. —Dice con voz temblorosa. No dice nada más, se queda callada.

—¿Algo más que recuerde? ¿Subió para averiguar lo que sucedía? —Pregunto con voz firme.

—No pude hacerlo, me encerré en mi habitación y lo llamé.

—Está bien, Eduardo, quédate aquí y pendiente si te llamo.

Entro a la casa y subo con cuidado las escaleras hacia la terraza. Mi arma pesa junto con mi corazón que late más de lo debido. La adrenalina de lo que podría encontrarme hace que mi mente esté despejada y consiente de lo que hago. Abro una puerta metálica y el aire frío de la noche me da la bienvenida. En el techo de zinc se reflejan las luces de la ambulancia y de la patrulla. No hay ninguna señal de que ahí se haya cometido algún delito. No hay nada.

Bajo el arma y la guardo en mi cinturilla. Reviso bien el suelo y detrás de unas sillas plásticas apiladas en una esquina, pero no encuentro nada que no sea polvo y cajas con adornos navideños.

Resoplo frustrado. No es la primera vez que suceden cosas así.

Hago mi camino de regreso pero me detengo frente la puerta de la habitación de Katherine. La abro con cuidado después de golpearla. Ella nunca dejaba su habitación sin seguro. El armario, la mesita de noche y una silla bloquean el paso, haciendo contraste con el caos que reinaba en el sitio.

Ropa y demás cosas están esparcidas por el suelo. Lo único intacto es la cama, toda ordenada. Reviso debajo de esta por si acaso encuentro alguna evidencia pero nada. Me siento y cubro mi rostro totalmente agotado. Una creciente preocupación por Katherine comienza a invadirme. El hombre, Axel si no me equivoco, había dicho que estaban detrás de Katherine pero nunca me dijo el por qué. En la radio escucho a Eduardo preguntando novedades pero no le respondo.




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