Relatos de Verlomare: El Eclipse Carmesí

Capítulo 1: Una joven y una flor

La brisa corría libre y de forma juguetona a través de los árboles, recorriendo todo el bosque en un suave andar, sacudiendo de forma gentil las ramas de los árboles y llevándose algunas cuantas hojas consigo durante su trayecto. A esta brisa serena se le unía el canto de los pájaros que hacía eco en el aire y reverberaba por todo el lugar, brindando una serenata solemne y armoniosa a todo aquel que estuviera cerca de ahí para escuchar y apreciar dicha sinfonía, algo que tranquilizaba el alma y que animaba bastante el ambiente durante aquella fresca mañana de otoño.

El ruido de unos arbustos que se sacudían irrumpió con la calma del ambiente y de entre ellos se asomó por sorpresa una figura misteriosa que avanzaba a paso calmado a través del bosque, portando consigo una capa larga de un tono verde oscuro que le llegaba hasta los tobillos. Dicha prenda también le cubría la cabeza y parte de su rostro, ocultando su cara del resto del mundo. La capa se sacudía un poco con cada paso un tanto apresurado que daba, sacudiendo el pasto y las plantas a su alrededor y arrastrando por el aire algunas hojas diminutas durante un instante breve y fugaz.

La persona se detenía a ratos para inspeccionar sus alrededores con mucho cuidado, escudriñando cada rincón del lugar de forma minuciosa en busca de algo que al parecer todavía no lograba encontrar sin importar cuánto buscase. Tras un par de intentos fallidos sin hallazgo alguno, dio un pequeño suspiro de decepción con un dejo de frustración, se detuvo a meditar por unos segundos su siguiente acción y luego reanudó su marcha en silencio, metiéndose a través de unos árboles que estaban a un lado del camino y perdiéndose entre las ramas y la maleza.

Tras un rato de caminata, una repentina ráfaga de viento atravesó el bosque, sacudiendo todo lo que se hallaba a su paso. La misteriosa figura no fue la excepción, recibiendo el impacto directo de la fuerte brisa, la cual fue lo suficientemente potente como para remover sin esfuerzo la capucha de la capa de un solo soplido, revelando el rostro de una joven de rasgos delicados, con una piel clara y tersa y de cabello largo y blanquecino. Sus ojos, uno de un color azul opaco y el otro de un tono rojo muy vivo, brillaban ante la luz matinal del sol que se colaba entre las copas de los árboles sobre su cabeza, iluminando sus pupilas y dejando ver un rostro calmado y relajado, un tanto inexpresivo.

Al sentir el aire fresco que inundaba el lugar, una sensación de tranquilidad y paz le dio la bienvenida al instante, por lo que inhaló una gran bocanada para llenar su pecho con el refrescante aroma otoñal y decidió no cubrirse de nuevo con la capucha para dejar que aquella fragancia natural se pegase a su piel y a su cabello. Además, la verdad era que también le era mucho más fácil y cómodo caminar de esa manera, pues la capucha le estorbaba un poco en su búsqueda.

Mientras avanzaba zigzagueando entre los árboles que la rodeaban, metió la mano dentro de su capa y sacó un pequeño libro que tenía la cubierta un tanto desgastada y desteñida, el cual abrió y hojeó por unos segundos hasta detenerse en una página marcada con una diminuta flor hecha de papel. Se trataba de un viejo herbolario que contenía información sobre varias plantas, raíces y flores de la región del oeste, describiendo sus propiedades, sus usos generales y que venía con anotaciones sobre dónde poder encontrarlas, todo acompañado de un dibujo muy detallado del espécimen en cuestión, hecho que facilitaba en gran medida el poder reconocerlas al estar en la naturaleza.

La página marcada hablaba sobre la Caelumis, una flor parecida a un lirio cuyos pétalos, según la breve descripción del libro, eran tan blancos y delicados como la nieve. Lo curioso, sin embargo, era que las puntas de estas flores eran de tonalidades diferentes y muy variadas, pudiendo ser rojas, azules, violáceas e incluso presentar distintos colores al mismo tiempo, siendo estas últimas las más bonitas y bellas, pero a la vez las más raras y difíciles de encontrar.

Pero lo que más llamaba la atención de las Caelumis era su capacidad de desprenderse por completo del tallo con una corriente de viento y volar libremente por el aire impulsadas por la brisa, pudiendo recorrer una gran distancia antes de caer al suelo, lugar en donde, con el tiempo, crecería una nueva flor que repetiría el ciclo más adelante. Además, en el libro también se mencionaba que la Caelumis era la flor insignia del Dominio Real, pues se decía que tres de sus pétalos representaban a Theranis, a Marlethia y a Lamithus, las primeras tres ciudades de Bratellmar que se fundaron hace mucho tiempo atrás, y los otros tres pétalos restantes correspondían a los tres pilares del Dominio: La fuerza, la sabiduría y la fe.

A su mente vinieron de pronto todas las historias que su madre le había contado durante su niñez, relatos sobre grupos enormes de Caelumis surcando los cielos al unísono, avanzando con delicadeza y elegancia sobre el aire mientras creaban pequeños arcoíris sin forma definida que cambiaban de aspecto una y otra vez, llenado el firmamento de muchos colores durante su trayecto, ofreciendo un espectáculo maravilloso e inolvidable hasta desaparecer en el horizonte. Una sonrisa se dibujó en su rostro ante aquellos recuerdos, rememorando la vez en que su madre le había prometido que el día en que cumpliera veinte años, las dos irían a las afueras del bosque para ver en persona cómo volaban esas flores tan preciosas, pues la joven nunca había visto una Caelumis volar en toda su vida, ni siquiera una sola vez…

Sin querer, una mueca se asomó por la comisura de sus labios, deformando su expresión de felicidad y nostalgia por los bellos momentos del pasado en un gesto que denotaba tristeza y melancolía.



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En el texto hay: fantasia, aventura, magia

Editado: 21.01.2025

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