Relatos del Bestiario Nocturno

EL AUTOBÚS DE MEDIA NOCHE

La lluvia tamborileaba con desgana sobre el asfalto cuarteado de un pueblo costero, donde los faroles parpadeaban como si dudaran entre morir o seguir brillando. Javier esperaba solo, encogido bajo el refugio del paradero. Su chaqueta de conserje estaba empapada, su espalda dolía tras doce horas de restregar pasillos de hospital, y sus manos ardían con grietas viejas y lejía barata. A sus treinta y dos años, arrastraba más facturas que sueños, y una hija que ya no lo llamaba papá.

La medianoche tenía sabor a sal y resignación. Fumaba con los hombros vencidos, el cigarro apenas un punto tibio entre la humedad. Maldecía al bus tardío, su única vía de regreso a una habitación sin fotos ni voces. Detrás de él, el mar rompía en la oscuridad, lejano y sordo. Entonces lo oyó: un zumbido bajo, como un motor al ralentí, vibrando a través del pavimento hasta sus botas mojadas.

El sonido creció. Javier levantó la vista. La neblina engullía la calle como un telón. De pronto, los faroles se apagaron, uno a uno, como si algo se acercara y la ciudad prefiriera no verlo.

El bus emergió del humo sin luces normales. Sus faros se retorcían como hilos líquidos, moviéndose por voluntad propia. Era negro, largo, brillante como la piel de un pez recién sacado del agua. En su costado, un letrero titilaba: DIRECTO AL HOGAR. Javier frunció el ceño. No reconocía la ruta.

Aun así, pisó el cigarro y dio un paso adelante.

La puerta del bus no se deslizó. Se abrió, despacio, como si un músculo se abriera por dentro. No chirrió; exhaló, húmedo. Dentro, había asientos bajo una luz fluorescente pálida, y un olor mezclado de desinfectante, óxido y algo más: algo orgánico.

Subió. El piso parecía acolchado. Sus botas chirriaron. Al sentarse, el asiento se adaptó demasiado bien, como si respirara bajo su cuerpo.

El bus arrancó. No hubo sacudón: se deslizó como serpiente sobre vidrio.

Javier miró por la ventana, esperando el barrio de siempre. Pero la ciudad había cambiado. Las calles estaban torcidas, los postes doblados como juncos, las casas encogidas, como si se derritieran hacia adentro. No había reflejos, ni sombras. Ni siquiera suya.

Intentó pensar en otra cosa. Cerró los ojos, y vio a Sofía: su risa desdentada, su manita pegajosa, su dibujo en la nevera. Recordó cuando lo llamó "superpapá" por arreglarle una muñeca rota con cinta. La memoria lo estrujó por dentro. Desde el divorcio, apenas la veía. La pensión lo ahogaba. El silencio entre ellos era más espeso que esta neblina.

Abrió los ojos. Las señales dentro del bus habían cambiado. Las letras de NO FUMAR estaban invertidas, chorreando como tinta fresca. SALIDA ya no era palabra, sino símbolo. Lengua de algo que no era humano.

—¿Oiga? —llamó, alzándose. Nadie respondió. Miró hacia el frente. No había conductor. Solo una forma oscura sentada, inmóvil, tan quieta que parecía parte del bus. Detrás, creía haber oído susurros. Miró rápido. Los asientos estaban vacíos.

Excepto que no lo estaban.

Unas formas humanas ocupaban los asientos del fondo. Pero no tenían rostros. Solo piel lisa y hundida, como si alguien los hubiera esculpido con descuido. Se movían levemente. Uno giró la cabeza, y aunque no tenía ojos, Javier sintió que lo miraba.

Tropezó hacia la puerta, pero esta había desaparecido. En su lugar, una pared caliente, con un pulso suave. Como carne.

El bus giró. No una esquina, sino la realidad. Fuera, ya no había ciudad. Solo negrura líquida, como si el mundo hubiese sido borrado y reemplazado por tinta viva.

El asiento bajo él cambió. Se apretó. Algo subió por sus muñecas. Correas. No de tela. Algo blando, tibio, y que se movía. Javier gritó, pero su voz murió en el zumbido creciente, que ya no era sonido, sino respiración. Vibraba en su pecho. Le hablaba con palabras que no entendía, pero que sentía.

Las correas se clavaron en su carne. Trató de liberarse, y sus uñas rasgaron la superficie del asiento. No era tela: era piel. Abajo, algo se abría. Un agujero con bordes húmedos. Y desde allí, subieron los tentáculos, finos como dedos, cubiertos de pequeños dientes blandos.

Los otros pasajeros comenzaron a cantar. No con voz, sino con un murmullo que venía de sus bocas abiertas, donde brotaban lenguas múltiples. Uno susurró algo. Era su nombre.

—Javier...

El zumbido cambió. Tomó otra voz. Una pequeña.

—¿Por qué me dejaste, papi?

Sofía.

Javier lloró. No del dolor. Del recuerdo. Del juicio en esa voz.

El asiento se lo tragaba, deshaciendo su cuerpo como si fuera barro. Vio sus piernas hundirse, su pecho abrirse, su aliento volverse vapor. Los tentáculos no solo comían carne. Bebían recuerdos.

Los rostros de los pasajeros mutaron. Uno tenía su cara. Otro, la de su exesposa. Todos hablaban a la vez, repitiendo sus errores, sus ausencias, sus promesas rotas.

El bus se alimentaba. No de cuerpos. De culpas.

En el pueblo, la gente aún murmura de él. Nadie lo nombra en voz alta. Aparece cuando la desesperanza pesa más que el sueño. Cuando alguien está tan roto que ya no teme desaparecer.

Dicen que no tiene ruedas. Que debajo, hay patas como de insecto, escondidas bajo ilusiones de goma. Que su carrocería no es de metal, sino de un exoesqueleto pulido. Que sus ventanas laten. Que su letrero cambia según el anhelo de quien lo ve: Descanso, Escape, Regreso a casa.

Nadie sabe de dónde vino. Algunos hablan de un autobús perdido en los años cincuenta, tragado por una niebla que no era niebla. Otros creen que es una criatura vieja, disfrazada de transporte, que aprendió a cazar a quienes ya no tienen rumbo.

A la mañana siguiente, Javier no apareció en el hospital. Sus compañeros pensaron que había renunciado. En la parada, solo quedaron cenizas de cigarro y una cámara borrosa que grabó un autobús sin marca, con luces que no eran faros.

Días después, alguien vio el bus en las afueras de otra ciudad. Su letrero decía: ÚLTIMO VIAJE. Una enfermera lo abordó, buscando descanso. Un adolescente con una mochila llena de billetes robados subió sin mirar atrás.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.