El teatro al borde del pueblo era un cadáver de ladrillo y madera. Su marquesina colgaba como dientes rotos, las ventanas selladas con tablones húmedos, y la entrada olía a óxido y abandono. Jane empujó la puerta con un crujido que pareció retumbar en la memoria misma del lugar. El aire estaba espeso de polvo y silencio, y cada paso suyo hacía que las tablas del suelo gimieran como si protestaran su presencia.
No debía estar allí. Nadie debía. Pero en los bares donde se reunían los cómicos fracasados y actores olvidados, se murmuraba sobre una reliquia perdida entre los bastidores del viejo teatro: un títere. Un vestigio de algún show infantil de los ochenta, cancelado sin gloria y enterrado en el olvido. Lo llamaban Duppy. Decían que tenía la voz más graciosa que jamás se escuchó en un escenario... y que aún la usaba.
Jane, cuya última presentación había sido recibida con un silencio que pesaba más que una lápida, estaba desesperada. No por fama, no aún. Solo quería reír otra vez. Hacer reír. Sentirse viva.
Encontró la sala de utilería tras una puerta oxidada al final del pasillo. Olía a moho, a sueños vencidos. Máscaras agrietadas colgaban de los estantes, disfraces apolillados se amontonaban como cadáveres sin dueño. Y entre un mar de papeles arrugados y telones raídos, lo vio.
Duppy. Pequeño, amarillento, con el fieltro gastado y manchas oscuras como sangre seca. Sus ojos eran botones desparejados: uno negro, otro azul, ambos brillaban como si tuvieran sed. Sonreía. Una costura roja y torcida que le cortaba la cara como una cicatriz de locura. Jane rió, nerviosa, y extendió la mano. Al tocarlo, sintió un calor inmediato, vivo, como la vibración de un escenario segundos antes del aplauso.
Lo deslizó en su brazo. Esperaba sentir un simple objeto blando, inerte. Pero Duppy se ajustó como si respirara, como si su interior palpitara. Jane parpadeó. Su mano se movió. No ella. Su mano.
—¡Al fin! —chilló el títere con una voz aguda y burlona—. ¡Pensé que me iba a pudrir aquí! ¿Lista para brillar, muñeca?
Jane se quedó inmóvil. Su boca no se había movido. La voz venía del títere, pero no de su garganta.
—¿Qué...? —murmuró.
—¡No hables, solo actúa! —gritó Duppy, agitando su cabecita—. ¡Tenemos un mundo que conquistar!
Jane se arrancó el títere del brazo. Cayó al suelo como un trapo mojado. Pero su sonrisa no se borró. Ni sus ojos dejaron de mirarla. Salió corriendo del teatro con él en la mochila, sin saber por qué. Tal vez por el calor que aún sentía en los dedos. Tal vez por el eco de esas palabras: "brillar".
La noche siguiente, Jane tenía un número en un bar de mala muerte. El tipo de lugar donde los sueños iban a morir y la cerveza sabía a traición. Dudó, pero llevó a Duppy. En el camerino, se miró al espejo, ojerosa, temblorosa. Y lo calzó de nuevo.
Fue como abrir una compuerta. Duppy cobró vida al instante.
—¡Miren este antro! —Vociferó sobre el escenario, sin que Jane abriera la boca—. ¡Parece una reunión de alcohólicos con menos esperanza!
La gente estalló en carcajadas. Jane se quedó quieta, solo su brazo se movía, poseído. Duppy arremetió contra el público con una rapidez y ferocidad cómica que ella jamás había tenido.
—¡Ey, tú, el del polo arrugado! ¿Ese look es a propósito o sobreviviste a una lavadora?
La risa fue ensordecedora. Jane sintió un vértigo embriagador. No era ella quien hacía reír, pero era su cuerpo, su nombre, su éxito. El club la ovacionó. El gerente le ofreció una residencia. Al guardar a Duppy, él susurró desde la mochila:
—No me quites. Aún no hemos empezado.
Los días se volvieron semanas. Las semanas, giras. Jane ascendía como un meteorito encendido por las carcajadas. Pero el precio empezó a notarse. Su brazo ya no respondía del todo. La piel alrededor del títere se volvía gris, agrietada. El borde de Duppy parecía hundirse en su carne, como si echara raíces.
Intentó quitárselo una noche. Forzó con la otra mano, pero Duppy la apretó como una trampa.
—No tan rápido, estrella —le gruñó con una voz más grave, menos juguetona—. Sin mí, vuelves a ser nadie.
Jane lloró. Pero no se lo quitó.
Los chistes se volvieron crueles. Ofensivos. Había algo oscuro en ellos, algo que Jane no reconocía como suyo. Una noche, Duppy le hizo bromas a una mujer del público sobre su aborto espontáneo. Jane sintió náuseas, pero su boca solo dejó escapar una risa hueca.
—¡Mira cómo aplauden! —dijo Duppy, ya en el camerino—. ¡Se comen cada palabra! Y tú... tú te estás volviendo arte, Jane. Carne entregada al altar del aplauso.
Ya no dormía. Ya no comía. A veces, se sorprendía repitiendo sus rutinas frente al espejo, sola, mientras Duppy se reía a carcajadas sin necesidad de nadie. Y una noche, al mirarse, vio los ojos de Duppy parpadear dentro de su reflejo. Ella gritó, pero de su boca salió solo un chasquido, como si el títere comenzara a hablar a través de ella.
En su último show, volvió al teatro donde lo encontró. El público llenaba cada butaca. Una masa oscura, ansiosa, vibrante. Duppy comenzó fuerte. Sarcástico, brillante, letal. Jane quiso detenerlo, decir algo humano. Forzó su voz, habló de su madre, de una canción que solían cantar.
Silencio. Duppy giró la cabeza lentamente hacia ella. Su sonrisa se abrió más de lo posible, como si la costura se desgarrara.
—¿Tú? ¿Hablando? Qué monada...
Y entonces, el títere estalló en un monólogo venenoso, escupiendo frases como cuchillas. La multitud reía, pero Jane solo oía un zumbido. Su cuerpo temblaba. La luz del escenario se volvió blanca, ardiente. Y cayó.
Despertó en el suelo del teatro. El público había desaparecido. Solo el crujir lejano del edificio la acompañaba. Su brazo estaba libre, pero muerto. Los tendones visibles, enrojecidos como venas ajenas. Duppy estaba a su lado, caído como un cadáver, sin luz en los ojos. Entonces, se movió.
#105 en Terror
#171 en Paranormal
sobrenatural, terror monstruos, terror psicologico misterio suspenso
Editado: 04.08.2025