☆゜・。。・゜゜・。。・゜★゜・。。・゜゜・。。・゜☆
Otra noche me despierto con el corazón latiendo con fuerza, los brazos temblando. La habitación permanece quieta, indiferente, como si nada hubiera cambiado desde que Camila se fue. Pero yo la miro buscando algo que ya no está: el calor de un cuerpo que compartía mi espacio, la risa que llenaba los silencios. Respiro hondo y cierro los ojos, intentando calmarme, pero un susurro rompe la calma:
—No tengas miedo, mi dulce conejito.
El aire parece vibrar con su voz, y siento un escalofrío que se enreda en mi columna. No hay nadie allí. Solo la quietud y mi respiración temblorosa. Pero cuando vuelvo a cerrar los ojos, caigo en el sueño que siempre me reclama.
Estoy en un bosque que no existe en el mundo real, bañado por una luz plateada que se filtra entre las hojas y parece tocar cada rincón de mi piel. Cada árbol susurra mi nombre, y el viento trae consigo un perfume imposible: tierra mojada, lluvia reciente y un rastro de flores que no reconozco. Allí, entre las sombras, aparece ella.
Su cabello cae en ondas oscuras, casi líquidas, que rozan mis brazos con la suavidad de un hechizo. Sus ojos me atraviesan y leen cada rincón de mi miedo y deseo.
—Te he estado esperando —dice con esa mezcla de peligro y suavidad que me hace temblar—. ¿Me extrañaste, Valeria?
Siento cómo mi corazón se acelera, un vértigo dulce y punzante. Quiero acercarme, tocarla, perderme en ella, pero algo dentro de mí duda. Sus dedos rozan mi cintura, apenas un contacto, y un escalofrío recorre todo mi cuerpo. Sus labios rozan mi cuello un instante, dejando un rastro de fuego que me consume.
—Shh, conejito... —susurra—. Debes dejar que yo dirija nuestro juego.
Me acerco un poco, tentada, y ella ríe, una risa que sabe a peligro y a promesa. Baja la mirada coqueta y acaricia mi mejilla.
—Ah, así que tú también sabes jugar, ¿verdad? —dice—. Qué divertida eres... siempre tan curiosa, siempre queriendo más.
El bosque se disuelve en un lago que refleja la luna, aunque no hay cielo, solo un reflejo infinito. Cada movimiento suyo es hipnótico; el aire huele a lluvia y a tierra húmeda, mezclado con un perfume que no puedo identificar pero que me hace olvidar mi nombre.
—¿Por qué me sigues en tus sueños? —pregunto, con voz temblorosa.
—Porque aquí puedo verte tal como eres —responde—. Aquí no hay reglas, solo nosotros. Puedo llevarte de un lado a otro, a veces bosque, a veces lago, y tú solo debes dejarte llevar.
El lago se transforma en un campo de flores flotantes. Sus manos me guían, mis pies apenas tocan el suelo, y siento que me derrito en sus brazos. Cada roce de sus dedos deja un fuego sobre mi piel, un eco que se queda grabado en mis nervios.
—Temes y deseas al mismo tiempo —susurra, y su risa se mezcla con el viento—. Eso me encanta. Eres tan susceptible... ¿me temes, Valeria?
—Un poco... —susurro, incapaz de ocultar mi deseo—. Pero también quiero más.
Entonces, aparece la daga. Pequeña, brillante, sostenida entre sus dedos con delicadeza. La pasa por mi brazo, rozando apenas mi piel, y un estremecimiento recorre mi columna.
—Mmm... —dice, juguetona—. Ves? No hay peligro real, solo tú y yo explorando tus límites.
No me alejo. Me quedo allí, temblando, dejando que cada contacto me consuma.
—Eres valiente... y deliciosa —susurra antes de guardar la daga en su cinturón imaginario.
El espacio se transforma otra vez. Velas levitan sin llama, iluminando un cielo que no existe. Susurros de promesas y secretos llenan el aire. Me enseña a sentir el sueño, a entregarme a él sin miedo.
—Mira cómo respondes —dice—. No lo notas, pero estás más cerca de mí de lo que crees. Incluso despierta, me sientes... y yo también te siento.
En un instante, surge en mi mente un apodo oscuro: "Sombra". Así la llamo, mientras ella me llama "conejito". Una dualidad que me fascina y me asusta al mismo tiempo.
El bosque reaparece, silencioso y húmedo. Sus labios rozan los míos apenas un instante, provocando un escalofrío que recorre todo mi cuerpo.
—No puedo resistirme —susurro, atrapada entre miedo y deseo.
—Eso es lo que me gusta de ti —responde—. Siempre entre el miedo y el deseo... siempre tan mía en estos momentos.
Recuerdos fragmentados me golpean: risas que nunca existieron, caricias que mi cuerpo recuerda pero mi mente no. Imagino lugares donde la vi antes, que no existen, y siento que siempre estuvo allí, entre sombras y susurros.
Finalmente despierto. La habitación real me golpea con su quietud, pero sobre mi almohada hay una carta escrita con su letra delicada:
—Dulces sueños, conejito.
El vacío que deja es brutal, pero revelador. No son solo sueños; ella puede tocarme, dejar huellas, jugar con los límites de lo real y lo imposible. Aunque el miedo me grita que me aleje, una parte de mí sonríe, sabiendo que volveré a dormir, que buscaré la oscuridad que la trae de vuelta, y allí, entre susurros, sombras y juegos imposibles, siempre la encontraré.
Estoy atrapada entre miedo y deseo, entre lo imposible y lo inevitable. Y, temblando y consciente, sé que siempre seré suya. Porque ella no es solo un sueño: es la verdad que mi corazón reconoce antes de que mi mente pueda aceptarla.
☆゜・。。・゜゜・。。・゜★゜・。。・゜゜・。。・゜☆