Relatos épicos

Sobre los Orix

Hace mucho tiempo existió en Singadin un reino omnipotente. La ciudad de Ivo se alzaba sobre la vegetación, adornada por construcciones embelesadas de piedra. El Sirion primogénito aún no había sido afectado por los años, y aunque su sabiduría continuaba prematura, sus poderes, se dice, alcanzaban magnitudes que resultan inimaginables en los tiempos presentes. Si bien la especie fue protegida por todas las criaturas que habitaron el bosque, y su descendencia continúa vigente, sólo es un vestigio de lo que fue en los tiempos de antaño. Las tres Mayas llegaron a ser un territorio imponente ante el mundo; respetado y visitado por los viajeros del suroeste, incluso tiempo antes de que los Helus llegaran al mundo. Las alianzas se consolidaban y las embarcaciones recorrían los mares llevando y trayendo mercancías. Las fogatas crepitaban ante multitudes que cantaban y bailaban, narraban historias, y bebían copas que contenían los vinos más finos y dulces que se bebieron jamás en la tierra. Todas las razas hijas del Sirion vivían en armonía, y proclamaban la paz como lema principal. Al igual que el reino de Théren en la ciudad de Ivo, que descansaba sobre las faldas del bosque de Singadin, también existieron otros tres reinos, tan grandiosos y relevantes como el primero. El reino de Kelmen se ubicaba al norte de Mildor, y hacia al sur se encontraba Junno, el reino de la luna. Mildor es considerablemente más grande y voluminoso que el resto de las islas que componen las tres mayas; majestuosas montañas coronadas por rocas se alzan al oeste, mientras que la región este es árida y salvaje. Kelmen se posicionaba sobre planicies, en las estribaciones de la ciudad de Oronné; mientras que Junno había sido construida sobre páramos, en la aldea del fin del mundo donde habitan los Sier, Ultana. El último de los cuatro reinos se encontraba aquí mismo, en Farion, sitio reconocido por la espesura de sus bosques exóticos y la humedad de su ambiente. Solidas eran las construcciones, esculturales y primorosas sobre la roca, que se ubicaban a la sombra vespertina de la montaña del rocío, la celestial Gibzan, la más elevada del monte Cíba. Allí la ciudad de Edhar cautivaba con su hermosura.Durante muchos siglos se logró mantener la estabilidad, y parecía que sólo había un camino que conducía al incesante crecimiento. Todas las tareas vitales se desenvolvían con pavor, y los guardianes del bosque desarrollaban una vida armoniosa al servicio de las especies. Nadie podría haber imaginado que esos días estaban contados, y mucho menos que toda la belleza y gratitud, se desmoronaría de la noche a la mañana... Se creía que lo que se había conseguido construir duraría por siempre y acompañaría a las generaciones venideras hasta el final de los tiempos; pero los sueños a veces son ingenuos y en los tiempos tranquilos, la maldad estorba en el pensamiento. El primer reino en caer fue Théren, el omnipotente, y con ello, se provocó una grieta que nadie pudo remediar. Una flecha se abrió entre la arboleda, en plena noche, y atravesó el pecho del Rey Meridoc, hijo de Thendur, hiriéndolo de muerte. Los sujetos eran extraños, perversos y demoníacos, sus ojos eran más fríos que sus almas. Saquearon las islas y destruyeron todo lo que encontraron en su camino. No tenían otro propósito que hacer el mal. Fueron días oscuros y sangrientos. Hubo dos reyes caídos durante los arduos combates, y finalmente se logró vencer al enemigo, debilitándolo gracias a la intervención del Sirion. Muchos arqueros Elfos lograron liquidar desde lo alto a filas enteras con sus flechas, haciéndonos recuperar la ventaja. Aquella particular hazaña aún se rememora en viejos cánticos, sumando otro motivo para adorar a nuestro creador, siendo que las deidades aladas hijas del sirion real no habían permitido nunca antes un acercamiento de tal magnitud, prestando sus cuerpos como medio de transporte Las embarcaciones fueron destruidas y a los pocos enemigos que sobrevivieron se les perdonó la vida, aunque fueron encerrados hasta la muerte, y ni aun así se logró que revelen el motivo que los atrajo, ni mucho menos su lugar de procedencia. En cuanto terminó la guerra, las lágrimas de duelo ahogaron el silencio. Las pérdidas materiales se lamentaron por muchos años, sin embargo, es hasta el día de hoy que se lamenta la muerte de cada Orix. Luego de aquel trágico episodio, ya nadie más puso empeño en levantar los escombros de los reinos que un día fueron el orgullo de éstas tierras. Las canciones fueron tristes desde entonces, y la confianza de los Orix sufrió una herida irreparable...




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