Relatos épicos

La fortaleza del guerrero

Aún se recuerda entre los Gellator un sinfín de historias, y un sinfín de leyendas... Son esbozos de canciones que han sido olvidadas, y fragmentos de cuentos que han ido de boca en boca, arrastrando victorias y derrotas, mentiras y verdades. Leyendas que han sido embellecidas, aunque muy en el fondo, el orgullo humano recuerde secretamente el gramo de falacia.

<< Fueron tres las divinidades que recibieron a Lunnor. El Gellator se encontraba frente a sus creadoras, deidades resplandecientes, poderosas hijas del creador del mundo. Aquel privilegio sólo fue concebido al primer guerrero, miembro de la tercera raza de humanos. El hombre permaneció inmóvil, completamente desentendido, mientras sus ojos se acostumbraban a la claridad y pudo distinguir mejor aquellas destellantes siluetas. De pronto una de las figuras habló, y su voz etérea hizo que el sujeto caiga de rodillas en forma de reverencia y admiración.

— Cuatro hijos nacieron de Glindor, el padre del mundo y en un principio llenaron el cielo con sus cantos armoniosos... De la noche a la mañana uno de ellos corrompió, y con aquello quebrantó la fraternidad divina que su padre les otorgó. Sus hermanos le impusieron un castigo severo, por tal atrevimiento y por significar una constante amenaza; toda su furia fue depositada en una raza con el único propósito de auto destruirse —la voz cesó pero al retornar se volvió severa —Tu llegada a éste mundo fue un castigo, inocente cuerpo condenado a la desdicha... Tu obligación será cargar con la vida, y aunque nunca comprenderás el por qué, debes saber que aquello que con tu creación se ha ido, insistirá siempre con volver. 
— ¿Por qué no matarme ahora mismo? A pesar de la fuerza que poseo, no represento amenaza ante sus poderes divinos. —preguntó Lunnor indiferente, con la mirada inquisitiva. Una de las siluetas se acercó y el hombre tuvo que taparse los ojos por el resplandor. Su voz sin embargo era piadosa como si se estuviese pronunciando una injusta sentencia de muerte.
— Aunque pudiera matarte, no lo haría, y si así lo hiciera, la historia se repetiría... Para exterminar la oscuridad no quedará más remedio que luchar. Si te mato ahora mismo, sólo existiría un inminente final: el mal regresaría más fuerte y se encontraría libre nuevamente ante el mundo; pero sí en cambio te mantengo vivo, habrá dos caminos, lo que significa un leve reflejo de esperanza: el mundo podría terminar sumergido en las tinieblas o las tinieblas dejarían para siempre éste mundo. 
— No podré... no podré luchar solo. —musitó Lunnor y sintió una mano sobre su hombro, entonces otra voz dijo:
— Si te diera la posibilidad de concederte una sola arma, una sola que te acompañe junto a tu descendencia y sea intocable para la fuerza oscura... ¿qué desearías? —el hombre contempló por primera vez el rostro compasivo de la deidad, y luego permaneció varios minutos en silencio, decidido a pensar. 
— Deseo tomar ventaja frente a la oscuridad... —dijo finalmente Lunnor, y sus ojos grises se iluminaron. 
— ¿De qué manera? —preguntó la misma voz hermosa de mujer.
— El mal ignorará la fortaleza del guerrero... y la fortaleza es que el alma, que por naturaleza nacerá pura, siempre irá en busca de la luz.

Entonces las tres siluetas unieron sus manos y desaparecieron al mismo tiempo que la noche pareció hacerse de día. El hombre despertó precipitadamente, pero al hacerlo no recordó ningún sueño. Durante el resto de su vida, tres siluetas de divinidades visitaron sus pensamientos, y al hacerlo le recordaron que siempre debía buscar la luz, aunque su cuerpo se sienta vencido. Cuando Lunnor llegó a la vejez comentó aquel suceso con su hijo, y éste último, líder sucesor de los Gellator, convirtió el relato de su padre en una creencia que fue adoptada por la tercera raza. >>

 




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