Relatos épicos

Melbiac, hijo de Sinibar.

Fríos eran los calabozos tallados en la roca viva de Piedra Nahía, la última montaña al este. Muchos habían sido prisioneros, pero muchos más habían muerto en la batalla de Brecnah. El anochecer había llegado, aunque sumergidos en aquella agonía ninguno podía adivinar si era de día o de noche. Los quejidos y los lamentos de los prisioneros se agudizaban y retumbaban en todo el ambiente; presas de la resignación y sin ninguna esperanza. 

En ese momento, la poca luz proveniente de las antorchas iluminó los ojos de Melbiac. El hombre se puso de pie y los cabellos oscuros le caían por los hombros. Su presencia hasta ese tiempo ignorada, hizo que todo el mundo quedara en silencio. 

Melbiac tenía su rostro cubierto de sangre a causa de sus heridas, y mezclada también, estaba la sangre de su familia a quien jamás volvió a ver luego de separarse. Era uno de los más puros de los Gellator, y sus hazañas por las tierras de Brecnah eran siempre reconocidas y ovacionadas. Su valentía trascendía y su fuerza decían que igualaba a la de una bestia. Es por eso, que Melbiac no fue muerto como uno más; sino que sería una diversión para el propio Baldimor quien acostumbraba a estrujar a sus presas y a torturarlas hasta hacerlas suplicar compasión.
Melbiac se puso de pie, aquella noche, en la habitación rejada de piedras negras. Todo aquel que miró al hombre enseguida supo que debía seguirlo.
Los Gellator dominaban las herramientas de igual modo que dominaban el combate. Muchas espadas, lanzas y flechas fueron forjadas en los tiempos de antaño, y aquel arte trascendió hasta llegar al lado equivocado. La voluntad se corrompía fácilmente y la sed por el poder se imponía como una barrera cegando a los débiles de alma.
Los prisioneros habían sido desarmados al entrar y no había nada que pudiera ayudarlos a salir de aquel infierno; entonces Melbiac ahogó un grito en medio de la desesperación y maleó el acero entre sus manos cómo si fuera una rama seca. No había guardia en las mazmorras de Piedra Nahía; pues tan fuertes creían sus construcciones que poner vigilancia resultaba para ellos un desperdicio del tiempo. Cada hombre y cada fuerza se dispuso para la guerra y aquella noche las tareas eran bastas: desde preparar las armas, hasta organizar el ataque.
Sin embargo nadie previno que Melbiac, hijo primogénito de Sinibar, Señor de las Altas Montañas del oeste y primer Gellator en vencer las fuerzas del mal; poseía al igual que su padre una fuerza sobrenatural que no se igualaba a la de ningún hombre independientemente su talla o raza.
Fue Melbiac, y por detrás le siguieron lo que más tarde se conoció cómo: "El ejército del Señor del Hierro". Con Melbiac a la cabecera se introdujeron por los caminos en acenso que poco conocían, pero no tardaron en encontrarse con guardias en el camino que fueron vencidos sin siquiera darles tiempo a desenvainar sus espadas. De ellos tomaron todo lo que pudo servirles, desde armaduras hasta navajas. A muchos Baldimos mataron antes de un suspiro, y a medida que iban subiendo por los caminos oscuros del Piedra Nahía todos recobraron de repente su deseo por hacer justicia.
Allí salieron por la superficie, al ojo de la luna y la noche por encima era clara, y las estrellas centellaban. En silencio corrieron duras horas, y cruzaron por senderos traicioneros y escalaron por paredes de roca desprendida; hasta que finalmente llegaron a la morada de Baldimor: Amancindor, en el valle gris, donde la oscuridad dominaba y las sombras se extendían a lo largo y a lo ancho de la isla.
El fuego vivaz iluminaba la única entrada, y a cada lado filas de guardias custodiaban y se preparaban para dar batalla. Melbiac y su ejercito llegaron sigilosamente, y escondidos permanecieron hasta planificar el ataque. Allí, en una piedra riscosa, Melbiac gritó quebrando el silencio, y tanto cómplices cómo enemigos sintieron el ardor de su pecho. Melbiac y su grupo liquidaron a todo aquel que se interpuso, mientras muchos otros enemigos se escaparon por la colina cómo el susurro del viento entre los arboles.
Melbiac y Baldimor, en la cima del valle gris, rodeados por pilas de cadáveres y alumbrados por estrellas, se dieron lucha hasta el amanecer; y allí, con un cielo rojo sangre Melbiac enterró su espada en el pecho de Baldimor. Pero no todo lo que trae la mañana es alegre cómo el sol, y allí también cayó Melbiac Traculentus, el último de los Gellator de Brecnah, miembro de la tercera raza, en el Valle Gris de Amancindor.  

 




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