Relatos varios

La amiga que amenaza (3/4)

Tilín tilín.

Joseph puso su mejor sonrisa mientras se colocaba detrás del mostrador.

Se llevaba bien con aquella criatura, pero todo el mundo sabía que para encuentros sociales debían consultárselo primero.

Lo que significaba que aquella visita no era social.

— Buenas tardes Joseph —le dijo la samveril con la apariencia de una joven noble en edad casadera. Tenía el pelo recogido en un moño alto rodeado de pequeños rizos castaños que caían en cascadas sobre su nuca mientras sujetaba con ambas manos un bolso blanco y una palmera fina del mismo color.

— Buenas tardes a ti, Clotilde —contestó él mirándola de arriba a abajo—, jamás pensé que ese verde turquesa pudiera empalidecer tanto al vestirlo alguien, ni mi tienda parecer tan indigna al entrar tu.

— ¿Hay un insulto encubierto o es mi imaginación? —le dijo la joven mujer mientras se dirigía hacia él con una sonrisa contenida.

— Lo hay, porque me imagino que no has venido a comprar una rueca de segunda mano.

Clotilde terminó el recorrido que la llevó hasta el mostrador mientras la sonrisa se tensaba hacia las mejillas, en un gesto de fastidio.

— Ya sabes por qué estoy aquí —le dijo mientras se apoyaba sobre el mostrador—, tienes que dejar de hacer lo que estás haciendo.

— ¿Y qué se supone que estoy haciendo? —preguntó Joseph con media sonrisa.

— Tienes que dejar de financiar los gastos del Capítulo —le contestó ella inclinando levemente la cabeza mientras lo miraba muy seria.

Joseph se rió con travesura. El Capítulo era como se llamaban a si mismo un grupo de hombres que abogaban por el estudio y la educación como una forma de enriquecer la ciudad.

Muchos de ellos también lo veían como una forma de cambiar o escalar en el orden estamental, pero sólo su subordinación a la corona y la habilidad de aquellos hombres para hacerles ver a los nobles las ventajas económicas de la investigación habían evitado su rápida erradicación.

Misteriosas donaciones e inversiones en guardias leales también estaban influyendo en la supervivencia del movimiento.

En realidad habían tardado bastante en descubrirlo.

— Hasta donde yo sé, con mi dinero hago lo que quiero —terminó por decir Joseph mientras le daba un sorbo a su té y miraba a su interlocutora por encima del borde de la taza.

Clotilde resopló con desgana y empezó a pasearse por la tienda mientras tocaba algunos de los objetos.

— Ya sabes que a la mayoría de nosotros no nos gustan los cambios. Es más, hacemos un gran esfuerzo diario para que todo siga igual —dijo en voz alta mientras se sacudía el polvo de los dedos como la esnob que aparentaba ser.

— Yo no estoy cambiando nada —le contestó Joseph en tono serio cruzando los brazos sobre el pecho—. Llamas “gran esfuerzo” a supervisar, ahogar y prohibir que la humanidad haga lo que está en su naturaleza, lo cual ya deberíamos saber que es imposible.

— No es imposible —le rebatió ella.

— Si lo es. Lo veo a diario. Y Yo simplemente me dejo llevar por ellos —le contestó el tendero mientras levantaba cómicamente los brazos—, a ver a donde me llevan.

— Para empezar te están llevando de cabeza hacia muchos problemas —dijo la joven volviéndose hacia él—; me han enviado porque saben que tu y yo siempre nos hemos llevado bien, pero tengo que advertirte: si no cejas en tu empeño ni te atienes a tu abstención de aquel entonces, alguien acabará sugiriendo alguna acción contra ti.

Joseph bajó los brazos y apoyó una de sus manos en el mostrador mientras con la otra sujetaba la taza. Parecía buscar algo en el fondo del recipiente, dado que no alzaba la mirada y tenía el ceño fruncido.

Clotilde suavizó el gesto y se acercó más a él. Le acarició la mano con la suya y se dió media vuelta dispuesta a irse, pero Joseph le habló antes de que llegara a la puerta.

— Si hubiera podido adivinar los siglos de aburrimiento y soledad que aquella abstención me iba a reportar, me habría negado con uñas y dientes hasta la última consecuencia.

La joven se volvió y miró a su amigo, que no había mudado la postura pero la estaba mirando muy serio, dejando entrever la violencia detrás de aquella mirada.

— Entonces, ¿no vas a parar? —le preguntó.

— No.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.