Cuando recuperó la conciencia se extrañó al verse de pie en mitad de un panorama compuesto únicamente de niebla y oscuridad. Pero Joseph no era un novato y sabía que debía estar soñando.
O al menos eso esperaba. Cualquier ser capaz de sacarlo de la cama físicamente o de llevar su esencia a un páramo de esas características iba a darle mucha mucha guerra.
La falta de paisaje y la sensación de etereidad terminaron de hacer que se decantara por el sueño, lo que significaba que debía mantenerse tranquilo para que sus propios recuerdos no le dieran forma al vacío de su alrededor.
Pero como todo, aquello era más fácil decirlo que hacerlo.
Escuchó un ruido detrás suya, parecido al de unas patas corriendo sobre tierra y hojarasca, como el que harían los lobos rodeando una presa aunque les faltaba un elemento esencial, un alfa que atacara primero.
Joseph empezó a maldecir porque sólo había hecho falta un leve roce para que su imaginación se disparara por un momento. Debía esforzarse para que aquello no fuera a más pero eso no evitó que estuviera paralizado en el sitio a la espera del ataque destinado a abrirle la garganta.
Finalmente, no fue ni el ruido de un gorjeo al saltar ni su propia inspiración de terror lo que lo sacó del sueño.
Fue el familiar crujido de la escalera que llevaba a sus dependencias.
Abrió un ojo y vio su pupila levemente tintada de verde reflejada en el espejito del reloj de bolsillo, que había dejado sobre la mesita de noche antes de acostarse.
Cerrado.
Estaba seguro de haberlo dejado cerrado.
Pero aquello debía esperar, ya que sabía que no estaba sólo en la casa.
Se giró despacio sobre la cama y sus riñones fueron recibidos por la fría sensación del sudor que había desprendido mientras soñaba. Miró en dirección a la entrada y vio sombras moverse por debajo de la puerta.
La cama crujió haciendo de detonante para que Joseph se levantara de un salto a la vez que la puerta explotaba hacia dentro y una figura entraba en la pequeña habitación.
Se trataba de un hombre enorme, con el pelo blanco, tan fino y corto que dejaba a la vista el rosa de su cráneo. Tenía los ojos redondos con el iris amarillo, y tanto su pecho como sus piernas arqueadas se veían fuertes y musculosas. Llevaba un peto de cuero decorado con marcas típicas de los mercenarios y un pantalón corto del mismo material.
La mente de Joseph reunió todos los detalles en poco tiempo: vello marrón dorado recubriendo sus extremidades, poderosas garras en los pies desnudos y alas que sobresalían en su espalda.
Aquel era un grifo e iba armado con un gran martillo de mango largo que empezó a balancear trazando grandes arcos, intentando estampárselo en el pecho.
Joseph se tiró al suelo y rodó sobre si mismo para mantenerse el máximo tiempo posible boca arriba mientras aquel engendro se veía arrastrado por su propia inercia.
En el tiempo que tardó en recuperar el control del martillo y en abrir el agarre para golpear de arriba a abajo, el tendero se levantó y aguantó el arma con una mano mientras con la otra agarraba del cuello a su atacante.
En su forma humana era fuerte, pero le costaba competir con el empuje del polimorfo, sin contar con que el cuello de éste parecía estar compuesto de gruesos cordones de acero, por lo que su agarre estaba siendo más simbólico que otra cosa.
Él odiaba las transformaciones a medio camino, y por lo que sabía de sus congéneres, parecía ser algo bastante común entre los dragones, pero no pensaba permitir que su orgullo lo llevara a la muerte.
Sería aquel el más triste de los errores.
Por lo que él también aumentó en tamaño hasta que el agarre le permitió imponerse en la pugna de fuerza por su vida.
Sus brazos, piernas y lados de la cara se habían recubierto de finas escamas azul reluciente, mientras sus ojos tomaban también un tono verde inhumano en el que se reflejaban los duros rasgos del grifo al apretar la mandíbula y hacer fuerza.
Aquel pulso ya estaba decidido, y Joseph no tenía intención de matarlo sin antes obtener respuestas, pero sin duda aquello había sido un combate sumamente corto.
Su contrincante ya no luchaba para aplastarle la cabeza, sino que intentaba empujarlo con todas sus fuerzas, aleteando incluso de vez en cuando de forma refleja, seguramente para desequilibrarlo, pensó Joseph, aunque fue la mirada de determinación de su oponente lo que lo alertó.
Un aleteo, un plan y una ventana detrás suya.
Giró sobre su posición llevándose con él a su contrincante justo en el momento en el que la ventana se rompía en mil pedazos y otro grifo totalmente formado entraba por ella con las cuatro garras por delante.
El choque fue violento y los lanzó a todos al suelo, destrozando cama y demás mobiliario, pero había sido efectivo puesto que Joseph había recibido dos profundos garrazos en el mismo lado, uno en el vientre y otro bajo la axila.
El dragón sabía que si lo hubieran cogido por la espalda y totalmente descubierto lo habrían despedazado en menos tiempo del que él necesitaba para transformarse.
Y aquel pensamiento lo frustró, por lo que incluso tirado en el suelo, inspiró profundamente y rugió su ira en forma de una oscura nube que cayó sobre lo primero que vio, y esto fue el atacante del martillo.
La ardiente sustancia era opaca pero la madera sobre la que caía empezó a humear mientras el aire se enrarecía y sólo la imaginación alcanzaba a plantearse el tipo de agonía que estaba sufriendo el polimorfo.
El ataque fallido y la cólera del dragón hicieron que el grifo se apresurara a saltar por la misma ventana por la que había entrado para emprender un vuelo de huída.
Pero Joseph, iracundo, lo siguió y alzó el vuelo también.
A la mañana siguiente, Joseph el tendero barría y recogía los desperfectos de su casa con aire ausente mientras pensaba en los acontecimientos de la noche anterior.
El combate aéreo no había dado opción a interrogatorio (fallos derivados de la gravedad: cuando caes desde mucha altura, no sobrevives) y se preguntó si aquel iba a ser el primero de una serie de ataques o si había sido una mera advertencia. Aunque en el fondo le daba un poco igual.
Aquel asalto sólo había servido para terminar de decidirlo no sólo a tomar partido, sino incluso a iniciar alguna que otra acción más temeraria.
Se agachó para recoger los restos del reloj, que se había roto y medio derretido durante el combate. Ya no tenía opción de enfrentarse a aquel misterio.
Se preguntó qué les parecería a los demás si tomaba a un aprendiz. O aún mejor, ¿y si se introducía de algún modo en la jerarquía de la ciudad?
— Podría ser divertido —murmuró, mientras tiraba el reloj a la basura y seguía barriendo.