[Un poquito de intro, ya que esto no es "mi típico relato per se"; Escribí esta escena para un ejercicio de un taller de escritura, y me gustó tanto (y disfruté tanto escribiéndola) que me decidí por meterla en mis relatos varios. ¡Espero que os guste!]
La charlita con Sinatra.
Aquel ser disfrazado de humano lo retenía en contra de su voluntad. Pero lo hacía de la manera más grotesca que se le podía haber ocurrido: en una cafetería y con la apariencia de Frank Sinatra. ¡Y allí estaba él! Llegando tarde a clase y vestido todavía con el chándal que se había puesto para ir a correr por la mañana.
— ¡Así es la vida! —le dijo la criatura después de darle un sorbo a su café—. ¡Y lo mejor aún está por venir!
Juan la miró en silencio sin entender muy bien lo que le decía, hasta que se dio cuenta.
— Eso son canciones, ¿no? Son canciones de Frank Sinatra.
— Así es —contestó Sinatra sin variar la sonrisa. Parece que su tecnología no les daba para plasmar el cambio de emociones. Eso, o habían tomado la imagen de una foto y creían que el pobre estaba todo el tiempo así—. Pero no nos entretengamos con detalles. Vayamos al grano, pero, ¡a mi manera!
Juan bufó escandalosamente mientras dejaba que su cabeza tocara la mesa. Aquello era un esperpento que se iba a hacer muy muy largo.
— ¡Menos drama! Amigo mío. Voy a explicarte qué es lo que haces aquí. Llevo tiempo observando vuestro planeta y me parecéis muy raros —dijo mientras negaba con la cabeza—. Para empezar, vuestro sistema de comunicación está limitado al lenguaje, ¡lo cual es algo estúpido! ¡Brujería!
Ante las continuas referencias a distintas canciones Juan solo pudo decir “ajam” mientras asentía con la cabeza, lo cual pareció suficiente para que el ser continuara con su parloteo:
— No me parece un método de comunicación muy eficaz, ya que hemos detectado casi una docena de variables distintas que pueden inducir error en el mensaje, ya sabes: lo que se dice, lo que se entiende, lo que veo, mi predisposición, la predisposición del otro, el uso de conceptos del mismo significado, los idiomas, los…
— ¡Ya, ya, ya! ¿Y qué pasa con eso? —lo interrumpió Juan con brusquedad ante la verborrea.
— Pues que es muy difícil entender el por qué hacéis lo que hacéis —dijo en tono de perplejidad. Lo cual resultaba desconcertante, dado que mientras la entonación reflejaba curiosidad, interés o frustración, su rostro no variaba de expresión.
— ¿Y qué es lo que no entiendes, concretamente? —preguntó Juan, decidiendo colaborar para que aquello durara lo menos posible.
Ante la pregunta, Frank se echó hacia atrás en su silla y le dio un sorbo a su café… sin dejar de sonreír, claro está.
— Hay conductas que puedo entender. Lo hemos visto en otros planetas y me lo han explicado: la agresividad ante la amenaza, el miedo ante un oponente más grande, o incluso la pasión ante el imperativo biológico de aparearse, todo eso es, como diría el bueno de Frank, ¡el mundo que conocemos!
De nuevo, ante aquel impulso de casi gritar líneas de las canciones de Sinatra, Juan solo pudo repetir: ajam…
— Pero hay algo que no entiendo del todo, ¡una de esas cosillas! Y es el amor.
— ¿El amor? —contestó Juan pillado por sorpresa—, ¿cómo no vas a entender el amor?
— No, no entiendo el amor —y que fuera Frank Sinatra el que lo dijera sólo podía hacerlo más grotesco—. Yo entiendo la supervivencia de la reina por encima de todo. Entiendo la defensa del hogar y de los recursos ante una incursión enemiga. Pero no entiendo el amor, ¡es algo estúpido!
— El amor… es una emoción —empezó a decir Juan. Su capacidad para reponerse a cada grito iba en aumento, además, su propia curiosidad empezaba a sobreponerse a la impresión extravagante de su interlocutor—, a su manera es, ¿como dijiste antes? Un imperativo biológico.
— No, no, no —le contestó Frank mientras negaba con la cabeza—, el amor es demasiado raro, es ¡un extraño en la noche! No puede explicarse mediante la biología.
— Sí se puede —comenzó Juan, pero viendo que el otro negaba con la cabeza; una duda pasó por su mente—, a ver, ¿qué edad tienes?
— Seis ciclos —dijo Frank sonriente.
Juan se pasó las manos por la cabeza e intentó ordenar sus pensamientos. Había estudiado biología y un par de años de psicología, pero no sabía si sería suficiente para que Frank lo entendiera. Aunque le surgió otra duda, así que le preguntó cómo se llamaba.
— ¡Frank! —le contestó alegremente.
— Mira, Frank —empezó Juan descartando su excentricidad con la mano como si espantara una mosca—, lo que nosotros llamamos amor es el cómputo de múltiples imperativos biológicos pero pasado por un largo proceso de socialización.
Quizás aquella respuesta sorprendiera a Frank, ya que tardó en contestar.
— ¿Un macho al que lo engaña su hembra destroza un vehículo por amor? —preguntó de forma concisa.
— Eso son celos y supone la destrucción de una propiedad para dañar el estatus del otro —contestó Juan mientras juntaba sus manos, ya totalmente cómodo con la situación.
—¿Una hembra abandona a su progenie en la puerta de un edificio y se va por amor?
— Si la hembra considera que la probabilidad de supervivencia de la progenie es mayor así, sí —volvió a contestar Juan.
— ¿Una pareja deja de comer para que su progenie lo haga por la misma razón, por amor? —siguió preguntando Sinatra.
— Correcto —dijo simplemente Juan.
— ¡Ajá! Eso es una falacia —interpeló Frank como si hubiera descubierto un fallo en su argumento—, si los progenitores mueren de inanición, la probabilidad de supervivencia de la progenie es cero, por lo que tu explicación no es lógica.
— ¡Déjame intentarlo de nuevo! —contestó Juan, maldiciéndose por dentro por utilizar también canciones de Frank Sinatra— El error no es mío, el error es tuyo al suponer que el amor es lógico. ¿Quién dice que sea cero si no saben si tendrán más comida al día siguiente? El récord de un humano sin comer está sobre los setenta u ochenta días, pero no es lo mismo para un niño. Y si uno de ellos no come, quizás el otro tampoco lo haga por solidaridad, otro fenómeno presente en la naturaleza que aumenta la probabilidad “casual” de supervivencia.