Relatos varios

El Montaje

Nota del autor: este relato corto es producto de un taller de escritura, donde en cosa de 48 horas había que escribir un relato "en sentido inverso", de forma que empezara con una crisis y que ésta se fuera explicando por si sola sin abusar demasiado de "enlaces temporales". Espero que os guste.

—¡No! ¡Fue todo una mentira! ¡Nunca aterrizamos en la Luna! ¡Fue todo un montaje! —gritaba el anciano con una desesperación húmeda de lágrimas y saliva, con los puños a los lados de la cabeza, sin saber si apretarlos para que el dolor le trajera paz o arrancarse el pelo y el cuero cabelludo por la misma razón.

Era la tercera crisis de ese día, y los enfermeros y TCAEs estaban al límite de su paciencia; todos, excepto uno de los enfermeros, que acababa de reincorporarse a su turno.

—¿Qué le pasa a este? —preguntó, rodeando la cama donde se encontraba el anciano fuera de sí, mientras su compañero se acercaba por el otro lado preparando una jeringuilla.

—Te presento al gran Armstrong —empezó a contestarle mientras comprobaba la dosis—, el primer hombre que pisó la Luna.

—¡No! ¡Tenéis que creerme! —gritó con renovadas fuerzas al oír la palabra “Luna”—. ¡Kubrick tenía razón! ¡Me lo dijo mil veces! ¡Aquello no fue ciencia… era propaganda! ¡Jamás pisé un pie en la Luna!

—Je, je, je… —empezó a reírse el que había estado fuera, mientras apretaba las cinchas sobre las piernas y cintura del trastornado—. Lo que hay que ver: Louis Armstrong se ha convertido en el mayor negacionista de todos.

—Es Neil Armstrong, ¡idiota! —le contestó su compañero mientras le administraba el calmante.

—Perdón, perdón… ¿Y cómo acabó así? —preguntó, para resarcirse de su pequeño ridículo.

—A saber —dijo simplemente el otro mientras negaba tristemente con la cabeza.

Dos décadas atrás, Armstrong defendía su aterrizaje en la Luna frente a los fanáticos que lo perseguían, junto con uno de sus compañeros, Buzz Aldrin. Durante la entrevista, un fanático, un loco llamado Bart Sibrel, rompió el cordón de seguridad y le exigió que jurara sobre la Biblia que realmente habían caminado sobre la Luna.

Armstrong estaba detrás y, por respeto a los presentes, se rió disimuladamente tapándose la boca, mientras Buzz la emprendía a puñetazos con aquel loco. Pero el movimiento de la policía abalanzándose para detener el altercado le produjo un pequeño shock… un fuerte déjà vu que lo hizo rememorar de golpe todas las dudas que había tenido durante aquella misión. Y más… le hizo recordar mucho más. Tanto, que notó su rostro perlándose de sudor con un escalofrío que lo atravesaba, mientras su hijo Eric se acercaba para sostenerlo.

—¿Papá, estás bien? —le preguntó con preocupación, mientras lo sujetaba del brazo.

Pero Neil no estaba bien. Se sentía tan confuso como aquella vez en 1969, bajo los focos, que le preguntaron:

—Señor Armstrong. BBC News aquí. ¿Cómo se siente al haber sido el primer hombre en pisar la Luna? ¿Y qué significa para usted que Estados Unidos haya vencido en la carrera espacial?

Ninguno de los tres astronautas parecía estar en sus cabales, pero, ante el logro conseguido, todos lo disculparon atribuyendo su estado a la presión mediática y al gran hito que habían conseguido. Porque, ¿quién podía decir que habían pisado el suelo lunar?

¿Podían afirmarlo ellos?

Neil sonreía mientras sudaba. De las dos preguntas que le habían hecho, su mente solo había registrado la primera, y se sentía como si tuviera una palabra en la punta de la lengua, pero multiplicado por cien. ¡Sabía que se estaba olvidando de algo! Pero nada de lo que hacía conseguía poner en funcionamiento su mente… repasaba los últimos días al detalle; repetía las conversaciones que había tenido con sus compañeros. ¡Todo estaba bien! Y todo estaba mal… ¿cómo se sentía?

—Yo me he sentido confundido —empezó a decir Buzz, siempre el más lanzado de los tres—. Es… una magnificencia desolada.

—Yo no sentí que la Luna fuera un lugar acogedor —lo apoyó de pronto Collins, saliendo de su mutismo.

«¿Qué estaban haciendo aquellos dos?», pensó Armstrong, dándose cuenta de la pobre imagen que estaban dando.

—El interés en el espacio es un fenómeno universal —empezó a recitar Neil como capitán de la misión—. A través de toda la historia, ha habido una gran curiosidad sobre lo que hay más allá de nuestra Tierra…

Y de nuevo, aquel silencio; aquella sensación de que se le olvidaba algo, como un mudo encerrado en un barril y con la mandíbula desencajada, forzando un grito que jamás salía.

Era como estar en la Luna.

Armstrong recordó los nervios y la tensión que sintió en la cámara de presurización, preparándose para salir. Tenían que esperar mientras la presión del módulo de salida se igualaba con la del exterior, y durante esa espera reflexionó sobre lo bien que había ido todo. El viaje había durado poco más de tres días. ¡Tres días para llegar a la Luna!

No era peor que irte a otro continente con un par de escalas y, si te lo planteabas así, casi era mejor ir a la Luna que visitar la India.

Durante su preparación habían contemplado mil eventos que podían poner en riesgo la misión: polvo estelar, una llamarada solar, un simple meteorito del tamaño de una moneda habría sido su perdición… pero todo había ido bien. Extrañamente bien, de hecho. Y así lo comentaban entre ellos, aunque la única respuesta que podían darse era tocar madera y entrecruzar los dedos.

El “Eagle” había aterrizado sin grandes sobresaltos y, sin darse cuenta, ahí estaba, con la puerta abriéndose al suelo lunar. Cuando esta terminó su recorrido, Neil se enfrentó al silencio y al eco de su voz en la estática de la radio.

Bajó los peldaños mientras recitaba las palabras que había preparado: —Un pequeño paso para el hombre… —y, cuando sus pies por fin tocaron el suelo lunar, una serie de dudas lo asaltaron.

¿No había sido Kubrick el que le dijo que aquello era un gran paso para la humanidad? ¿Es posible que le hubiera sugestionado de alguna manera la frase?




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