Todo mundo piensa que ser gay en esta época es superfácil, carnavales de la comunidad, marchas, eventos y todo lo que hay por ahí, pero no es así, al menos no para mí, vivir con gente superdevota a una religión no es fácil, crecí creyendo que ser lo que soy es algo malo, porque así me lo hicieron saber durante toda mi vida.
Mirar la televisión con programas heterosexuales, que horror, jamás mire a alguien amarse por quien realmente son, siempre son esas novelas donde un hombre rico se enamora de una mujer pobre, o viceversa. Y ni eso porque no me dejaban ver la televisión, ya que no era de Dios, la televisión la solía mirar cuando mis padres no estaban en casa, internet sí que teníamos, pero era limitado para los estudios, para las tareas. Buscaba películas y novelas (claro que había y eran hermosas) pero yo no podía ver eso, mis padres me lo impedían tanto que me quitaron por un tiempo la computadora porque me cacharon viendo una novela con representación.
—¡Eso es del diablo! — gritó mi padre. — que aberración es lo que estás viendo— seguía gritando.
Mi madre llorando por una esquina, rezando a Dios que su hijo no fuera un fenómeno.
Nadie sabía que a mí me gustaban los chicos y no las chicas, no en mi familia, tenía una amiga que lo sabía todo, o al menos casi todo, sabía que no había tenido novia nunca, y que hasta la fecha no me gustaba nadie, pero no sabía más, ya que jamás se lo dije tampoco, no es como si fuera tonta, ella lo sabía y para ella estaba bien, ella comprendía que era mi decisión decirle cuando estuviera listo. Pero si lo decía en voz alta era real ¿no? Y yo no estaba listo.
A mí me encantaba mirar todos esos desfiles a toda esa gente luchando contra todos aquellos que no eran de la comunidad, pero ¿por qué no podía ser yo quien estuviera ahí?, gritándole al mundo entero que quien era. Pero soy el único hombre en mi familia, tengo tres hermanas y esperan tanto de mí, tener una esposa, y tener hijos, tener un puesto en la iglesia a lo mucho, como vivir con eso en tu mente, como decirles a tus padres, que lo último que quieres es casarte con alguien y tener hijos, me gustaría si algún día, pero con quien realmente ame y esa no será una mujer.
Había salido ya de la escuela, iba caminando con Nadia, hablábamos cosas sin importancia, escuela y que haría el fin de semana, “ir a la iglesia” había dicho yo, guardé silencio por un buen rato. Era caliente aquel día, había mucho sol, la plaza por la que pasábamos, había niños y adultos, comida y golosinas que vendían, olía a pan, a elotes, a aceite, olía todo al mismo tiempo.
—En que tanto piensas ¿he? —dijo aquella mujer que me entendía, mi mejor amiga, Nadia.
—No pienso en nada, ¿sabes qué día es mañana? —pregunte curioso. Sin voltear a mirarla, solo miraba el camino por donde pasaba.
—Si 28 ¿por qué? ¡O espera mañana habrá desfile vamos sí! — gritó emocionada dando pequeños brincos.
Claro que quería ir, pero no podía, mis padres jamás me iban a dar permiso para ir a tal cosa, pero Nadia siempre estaba ahí para mí, siempre desde que la conozco siempre me ayudó con mis padres, era muy buena amiga, la quería mucho, lo que he pasado con ella en el bachillerato jamás lo había hecho con nadie más, confiar. Yo quería ir a ese desfile sea como sea, era un sueño poder estar ahí, mirar a todas esas personas siendo libres, felices y sobre todo demostrándole a todos esos homofóbicos que éramos más los apoyábamos, y que ya nadie los iba a callar. Somos más los de la comunidad, no sé si me consideraba de la comunidad ya que, yo nunca lo he gritado como todos ellos yo no he luchado como todos ellos.
—No te preocupes a ver que le inventamos a tus papás para poder escaparnos al desfile, sirve que tal vez encuentres al amor de tu vida, ya sabes… una chica… o tal vez un chico. —me guiño el ojo me sonrojé y sonreí ella lo sabía obvio a quien engaño. Mis padres estaban en la cocina mientras yo estaba poniendo la mesa para cenar. Ellos murmuraban no sé qué cosa en la cocina, me dio olor a pollo, el horno estaba prendido, se pudo sentir el calor en la casa. Era raro que me pidieran poner la mesa, jamás lo hacemos, no como ahora, los platos finos y cubiertos de plata, esto lo sacábamos en navidad, en año nuevo y en ocasiones especiales.
—¿Hijo tienes todo listo?, ya llegarán nuestras invitadas.
—¿Invitadas, cuáles invitadas mamá? — pregunté arqueando la ceja, volteando a su dirección.
No miraba la necesidad de que no hayan dicho que iba a venir alguien. No es como si me ocultaran algo y nadie viene a nuestra casa, casi nunca. Me preocupé cuando mi madre sonrió de oreja a oreja y mi padre solo asintió con la cabeza.
—Vendrá patricia, la hija de la señora consuelo, claro vendrán las dos, es para que la conozcas, es una chica muy linda y va a nuestra iglesia, ya sabes para qué tengas una cita con ella.
¡Una cita con ella! Pero que… jamás, no quiero citas, ahora ¿qué hago?, como le hago, dios no, yo no quiero, ¿por qué mis padres quieren ahora que salga a una cita con una chica que ni conozco? Sé quién es, la he visto en la iglesia y en la escuela, pero no quiero.
—Mamá, pero ¿cita de qué?, yo no quiero cita con nadie y aparte ni siquiera conozco a la chica. —¿cómo me salvo de esta? Sentí recorrer una gota de sudor por mi espalda. Trague saliva lentamente.
—¿Y qué? Por eso la invitamos a casa para que la conozcas, es una buena chica, no te preocupes. —me dijo. Sin ningún tono de preocupación.
Subí a mi cuarto corriendo, mandándole un mensaje a Nadia, contándole lo que estaba pasando o lo que iba a pasar, ella como buena amiga y hermosa mujer, dijo que iba a venir y les diría que era mi novia, sé que no es la manera de hacer las cosas, pero no puedo decirles que soy gay, que no me gustan las chicas, sé que me correrían de casa y no estoy listo para vivir solo… nadie nunca está listo para vivir solo, yo amo a mis padres y aquí estoy bien.