Religión sin pecado

CAPITULO 7

Negué con la cabeza.

—Tus padres son amables. — comenté.

—Pues esa amabilidad te hizo sentir mal, te miré. — sus ojos penetraron mi alma, jamás había visto una mirada como la de él.

—¿Porque me invitaste Damián? — solté.

Sus ojos se abrieron más de lo habitual, segundos después relajó su mirada.

—Ya te lo dije….

—Para que no me quedara solo, si lo sé, pero ¿por qué? — lo interrumpí sin quitar mis ojos de él.

El ambiente había quedado con tanto silencio que hasta pude escuchar su respiración acelerada.

Damián soltó un suspiro y dijo:

—No lo sé Santi, solo… no lo sé ok. — se levantó del sillón acercándose a la pequeña alberca que tenía enfrente.

Lo miré por unos segundos, su gran espalda me ponía los bellos del cuerpo de punta, Damián era tan amable conmigo, pero las cosas que había escuchado de él durante clases era todo lo contario de lo que yo miraba, Damián era amable, no un desalmado como decían, era empático, y no eso que me dijo una vez una chica en clase; “ese presumido antipático de Damián, me cae tan mal.” Recuerdo que fue la vez que leyó en voz alta, su voz sonó por todo el salón.

—Ya es tarde, me iré a dormir. — comenté.

Llegué a la recamara de huésped, al abrir la puerta camine hacia la cama y me tiré con las manos extendidas mirando hacia el techo, no podía dejar de pensar en él, algo dentro de mi sentía algo por él, pero no podía, no lo conocía bien, no te puede gustar alguien en tan poco tiempo tal vez solo era yo confundiendo las cosas, tal vez solo es amable porque soy el chico nuevo, y mi atracción hacia él es por lo mismo, nunca había sido tratado bien por un chico como él, mis sentimientos solo eran confusiones de amistad, ni siquiera sabía si Damián tenía novia o novio, era reservado, no platicaba de eso en el colegio y yo solo malinterpretaba sus buenas acciones.

Fui cerrando poco a poco los ojos, los sentía tan pesados que no me di cuenta cuando me quedé medio dormido.

 Se escuchó un golpe en la puerta, de pronto se fue abriendo poco a poco, se asomó un Damián en piyama negra con naranja, parecía de noche de brujas con pequeñas calabazas por todas partes, me sonrió.

Lo invité a pasar.

—Por si te quieres dar un baño, te traje tu piyama. —comentó dándome un par deprendas, era un piyama de frio. — En el baño de junto, ahí hay toallas.

Agradecí con la mirada al momento de tomar las prendas, rocé sus manos él de inmediato me miro sin soltar aquellas prendas, hubo un momento de silencio mis dedos tocaban su mano, su mirada estaba en la mía, el tiempo paso tan lento con él y yo en aquella habitación, solos.

—Yo…— mi voz temblaba y él me miraba, su mirada era penetrante.

—Tú…— susurró.

Sus ojos pasaron de los míos a mis labios y de ellos a los ojos nuevamente, esas pequeñas acaricias lo decían todo y no decían nada a la vez, la punta de mis yemas tocaba su mano. Habían pasado solo segundos, pero parecía una eternidad esa acaricia, esa mirada y esas palabras.

Tomé las prendas desviando mi mirada, me dirigí hacia el baño sin decir ni una sola palabra, él se quedó en la habitación probablemente viendo mi espalda viendo cómo me alejaba. Como un simple acto podía mover todo mi mundo, mis padres me mandaron ahí para dejar de sentir este sentimiento por otra persona que no fuera una mujer, y aquí estoy pensando en una acaricia que duro apenas unos segundos. Confundiéndome aún más, lo bueno y lo malo. Al salir de la ducha tomé la toalla blanca que tenían en un cajón de aquel lindo baño. Un baño limpio y blanco muy blanco. Pase mis pies por aquel piyama. 

Cuando regresé del baño, Damián ya no se encontraba en mi cuarto. Suspiré revolviendo mi cabello y tumbándome nuevamente en mi cama.

                                            

Mis manos tocaban su cuerpo, mis labios su boca, mi cuerpo estaba junto al de él. Su mirada oscura me comía, sus labios tocaban cada parte de mi cuerpo. Me estremecía al sentir su aliento en mi boca, sus manos recorriendo cada rincón de mí, sus besos en mi cuello, mis manos en su cabello, era mío y solo mío.

—Santi. — comentó besándome.

—Da…Damián — chillé al sentí su mano en mi miembro.

 

 

 

Me desperté de un jalón, sentía algo, era excitación, estaba excitado por aquel sueño que tuve con él, mi piyama me lo comprobaba dejando a ver un bulto.

Escuche unos pequeños golpes que provenían fuera de mi cuarto.

—Adelante. — comenté poniéndome la cobija para cubrir mi bulto.

La cabeza de Damián se asomó mirándome con una sonrisa.

—Está el desayuno, espero que te guste el tocino con huevo y frijoles refritos. — abrió completamente la puerta y se apoyó en el marco de esta.

Desayunar contigo siempre me gustará 

—Claro, ya bajo. — sonreí.

—Baja en piyama no pasa nada, al rato nos cambiamos.




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