Quiero iniciar de manera distinta a otras oportunidades. Escribí esto pensando en una nueva historia, pero acabo en solo un concepto y me han inundado ideas distintas de como desarrollarla, por lo que por ahora sera solo un relato. Quizas mas adelate será parte de algo mas grande. Quien sabe.
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El sol se filtraba por las colinas mientras Daniela limpiaba el cuchillo de cocina.
Nadie le había advertido que la sangre era tan difícil de lavar.
Había lavado cuchillos muchas veces, y también tazas, platos y ollas. Sin embargo esta vez era el único utensilio que debía limpiar, y el que más tiempo le estaba llevando. Para complicar la tarea, debía volver a limpiar el piso, que esa misma mañana había encerado, y lavar la ropa, que hacía pocas horas había sacado del tendero.
Nada de aquello era algo nuevo. Tenía experiencia con Café, con Vino, con multitud de frutas y con manchas de todo tipo. Pero la sangre… Era lo único que le faltaba aprender.
Era una buena oportunidad, ciertamente, para resaltar en su área de expertis. Tantas veces le habían mencionado que solo era buena en eso, en lavar, limpiar y trapear, que se había decidido en ser la mejor de todas, pero nunca parecía suficiente.
Desde que se había casado hacía ya algunos años, toda su existencia se había resumido en ser la esposa modelo de una importante figura del rubro empresarial, que ahora yacía en el suelo del salón. No solo debía pasarse el día entero haciéndose cargo de las tareas del hogar, tareas indignas para un hombre de su relevancia, sino que en las pocas ocasiones que era invitada a algún evento corporativo, debía ser también la mejor vestida, la más elegante y refinada, la más llamativa pero al mismo tiempo la más recatada. No fuera que llamara innecesariamente la atención de otros hombres, o que opacara de manera alguna a su excelentísimo marido. Y todo esto, tan solo para regresar a la casa para recuperar el tiempo perdido durante las cenas. De esta manera, su cónyuge podía ir a descansar, en preparación para un nuevo día de trabajo agotador. Agotador de verdad, no como con las labores domésticas.
El esposo de Daniela se encargaba de recordárselo a diario; su trabajo era importante, pero el de la mujer solo era una responsabilidad de la que cualquier mujer podía y debía hacerse cargo. “Durante tantos años me dediqué a esto… ¿No soy acaso la mejor?”, se preguntaba ella, mientras volvía a sus quehaceres para poder superarse y ser una mejor mujer.
Una mejor mujer… ¿De eso se trataba entonces?¿De tener pisos brillantes, hijos de aspecto impecable, una casa con aroma a limón y un marido feliz?
¡Ah! Y de también tener buen conocimiento de cultura general, de la naturaleza y de muchos otros campos, porque de otra forma sería una mujer aburrida y torpe. Tenía que poder hablar con las personas como si fuera una persona funcional en la sociedad. Tenía que poder parecer que se hablaba con un hombre conocedor, imitarlo lo mejor posible, aunque claro está, nunca podría tener el conocimiento de un hombre.
Tal como con las tareas del hogar, este sentimiento no era algo novedoso. Ya su padre la había preparado para la vida. Le había enseñado cuándo hablar y cuándo callar; cuándo ponerse de pie, cuándo sentarse, cómo hacerlo, y cómo aprender a sonreír. No importaba la situación, ni el dolor, ni los insultos de otro hombre, no importaba si se sobrepasaba o si ella se sentía incómoda. Ella debía sonreír, y con un poco de suerte, uno de esos hombres la haría tan afortunada como para convertirla en su esposa. Al principio quiso ser un poco rebelde, pero su madre parecía también muy entrenada, así que seguramente así había de ser.
Daniela acabó siendo la mejor alumna, y la envidia de sus pares cuando el importante Esteban Fernández, director de Sirius S.A., líder del mercado en tecnología de vanguardia, se fijó en ella mientras cantaba en un bar de la zona.
Con la llegada de la pequeña Melisa, su vida había sido completa. Era una mujer plena, con todas las letras. La vida perfecta a la que cualquier mujer podía y debía aspirar. Su grupo de amigas le recordaba con frecuencia que ella era su modelo a seguir. El claro ejemplo de lo que había que hacer para ser una mujer exitosa.
Sus recuerdos y reflexiones se vieron interrumpidos nuevamente por el cuchillo. No era solo la hoja metálica, sino sus manos, la esponja y el fregadero.
Cuanto más intentaba sacarse aquel persistente tinte rojo, más se impregnaba en todo lo que había alrededor. Esto no era ella, ella era la mujer perfecta, completa y sin motivos para quejarse. Sin embargo la sangre, acusadora, la convertía en alguien de quien siempre había querido escapar.
Solo había contado hasta cinco, cuando el éxito personificado con el que había compartido casi dos décadas de su vida se desplomaba, inmóvil, sobre el espejado piso de caoba. Solo cinco, y el peso de una vida caía a la misma velocidad que su cuerpo. Solo cinco, y bastaba para transformarla en una mujer desconocida.
“Que bueno que lo enceré” pensaba. “Ahora va a ser más sencillo limpiarlo…”
Allí estaba de nuevo aquella dama que oculta había esperado su oportunidad. Aquella dama con la que Daniela luchaba a diario desde las clases de su padre, y a la que había aprendido a esconder convirtiéndose en la mejor actriz.
Esta dama no tenía miedo de decir lo que pensaba, y no consideraba que un piso brillante fuera una muestra de su valor. Entendía que estaba bien no querer sonreír, y que aspirar a una vida hogareña podía ser noble, pero más noble era perseguir y tomar lo que de verdad deseara en su corazón, y en la gran mayoría de esas aspiraciones, no había un hombre involucrado.
“¿Y quién soy ahora?” se preguntó. Toda una vida esperando una sala impecable, utensilios ordenados y una conciencia tranquila, y en cinco movimientos de su brazo todo eso había quedado atrás. Si, el suelo estaba manchado y el cuchillo impregnado de sangre, pero su conciencia… Por algún motivo Daniela notaba que nada le perturbaba, solo le preocupaba que sus extremidades no volvieran a estar limpias.