El sobre seguía ahí, sobre su escritorio, como un fantasma silencioso que no dejaba de observarlo. Liam había pasado la noche mirándolo de reojo, incapaz de ignorarlo por completo, pero sin reunir el valor suficiente para abrirlo o destruirlo. Era solo un papel, tinta sobre una hoja, y aun así pesaba más que cualquier otra cosa en su vida.
La voz de su abuelo aún resonaba en su cabeza:
—A veces, las palabras necesitan tiempo para madurar. No hay prisa.
Pero Liam no estaba seguro de cuánto tiempo más quería cargar con esa carta.
Suspiró y tomó su mochila. Su abuela lo observó con ese gesto dulce y preocupado de siempre. Sabía que algo lo inquietaba, pero no lo presionó para hablar. En su mirada, Liam encontró el único refugio estable que había tenido desde que su padre desapareció.
—Nos vemos después —dijo antes de salir.
La brisa matinal era fresca, pero no lo suficiente para apagar la tormenta en su interior. A cada paso que daba hacia la escuela, el sobre parecía pesar más en su mochila, como si su contenido tuviera el poder de derribar todo lo que había construido para mantenerse firme.
¿Por qué ahora? ¿Por qué después de tantos años?
Liam intentó empujar los pensamientos lejos, pero fue imposible. Su mente volvía una y otra vez a esa carta. ¿Qué buscaba su padre? ¿Redención? ¿Paz? ¿O simplemente deshacerse de su culpa?
Al llegar a la escuela, buscó a Luna casi sin darse cuenta. Ella siempre estaba ahí, en su rincón habitual, con la mirada perdida en algún punto del horizonte, como si sus pensamientos la transportaran a otro mundo.
Pero hoy había algo distinto en ella.
Sus manos sostenían un viejo papel arrugado, y su expresión era más seria de lo normal.
—Hoy pareces más distante que de costumbre —dijo Liam, sentándose a su lado.
Luna lo miró por un instante, y en sus ojos él vio un reflejo de su propio peso.
—Las sombras del pasado a veces nos alcanzan cuando menos lo esperamos.
Liam frunció el ceño.
—¿Qué pasó?
Luna guardó silencio por unos segundos, como si estuviera decidiendo si compartir su carga o no. Finalmente, suspiró y extendió el papel que tenía entre sus dedos.
—Ayer encontré algo que creí haber perdido hace mucho. —Susurró—. Es una carta de mi madre.
El corazón de Liam se encogió.
—¿La escribió antes de…?
Luna asintió sin mirarlo.
—Sí. Antes de irse.
La voz de Luna era tranquila, pero Liam notó cómo sus dedos temblaban ligeramente al sujetar la carta.
—¿La leíste?
Ella negó con la cabeza.
—No. Aún no.
Hubo un silencio pesado entre ambos. La brisa movió suavemente sus cabellos, pero ninguno de los dos prestó atención.
Liam bajó la mirada y abrió su mochila, sacando el sobre con la carta de su padre.
—Tampoco he leído la mía —confesó.
Luna lo observó sorprendida, pero después algo en su expresión se suavizó.
—Supongo que eso nos hace iguales, ¿no?
Liam soltó una risa seca.
—O simplemente dos cobardes.
—No es cobardía. —Luna desvió la mirada hacia el cielo—. Tal vez algunas respuestas duelan más que las preguntas.
Liam pensó en eso. Y por primera vez, no se sintió solo en su tormenta.
Se quedaron en silencio, compartiendo el peso de sus cicatrices invisibles, sin necesidad de más palabras. No había juicios, ni prisas, ni presión. Solo dos almas rotas tratando de encontrar su camino entre las sombras.
Cuando la campana sonó, Luna se levantó y le dedicó una última mirada.
—Liam… A veces, enfrentar el dolor es la única forma de liberarse de él.
Él asintió, sin responder.
Esa noche, en la soledad de su habitación, tomó el sobre una vez más. Sus dedos temblaban, pero esta vez no por miedo, sino por determinación.
A veces, el único camino para avanzar es enfrentar lo que nos ata al pasado.
Con un profundo respiro, se prometió a sí mismo que, cuando amaneciera, sabría qué hacer con la carta.