Renacer de Vicky

Capítulo 2: El mundo se derrumba.

Finalmente aterrizamos en Madrid, pero al salir del avión, me sentí atrapada en una burbuja irreal, como si todo a mi alrededor estuviera cubierto por una niebla espesa que distorsionaba la realidad. El secretario, siempre rígido y formal, se limitó a indicarme que su única tarea era traerme de regreso, negándose a darme cualquier información adicional. Su silencio, más que tranquilizarme, me llenaba de una ansiedad insoportable.

Cuando puse un pie en el aeropuerto, mi mirada se fijó en una figura conocida a lo lejos: mi padrino, Joaquín. Él no era solo un viejo amigo de mi padre, sino también una especie de mentor para mí. Desde que tengo memoria, Joaquín siempre estuvo presente en mi vida, con su porte imponente, rostro curtido por los años y esa mezcla de seriedad y dulzura que lo caracterizaba. Sus historias y consejos me guiaron en los momentos difíciles de mi adolescencia, pero hoy, su semblante severo me dio una mala espina.

—Vicky —dijo en cuanto llegué hasta él. Me envolvió en un abrazo cálido, pero en su gesto había una pesadez desconocida para mí, una tristeza que nunca antes había sentido de él.

—Padrino… —murmuré, esforzándome por mantener la compostura—. ¿Qué ha pasado? Porque este —señalé al secretario, cuya cara seguía tan expresiva como una piedra— no me ha dicho nada.

Joaquín esbozó una sonrisa triste, esa que se hace cuando uno debe ser portador de malas noticias. El secretario, más cómodo organizando papeles que manejando emociones humanas, se apartó en silencio, consciente de que ya no tenía nada más que hacer allí.

—Vayamos a casa, pequeña —dijo Joaquín con voz grave, señalando un coche que nos esperaba. El secretario, con su eficiencia casi robótica, se encargó de mis maletas mientras Joaquín y yo caminábamos hacia la salida.

El trayecto en coche fue un silencio incómodo, lleno de palabras no dichas y miradas evitadas. Joaquín no soltó mi mano en todo el camino, como si su tacto pudiera amortiguar el golpe que estaba por venir. Pero el suspenso me estaba matando. Él siempre había sido la figura sólida en mi vida, un refugio cuando mi padre se ausentaba emocionalmente. Verlo tan serio solo podía significar una cosa: lo que me iba a decir era devastador.

Cuando llegamos a casa, la soledad me golpeó como una bofetada. Todo parecía más oscuro, más vacío de lo que recordaba.

—¿Dónde están Carmen y Sara? —pregunté, refiriéndome a las asistentas, pero más bien intentando aferrarme a algo conocido en medio de tanta incertidumbre.

—Vamos al despacho —respondió Joaquín, evadiendo mi pregunta. Su tono dejó claro que no quería ser interrumpido.

El despacho de mi padre siempre me había parecido un lugar frío, lleno de libros y documentos que parecían tan ajenos a mi mundo. Era el reino de mi padre, donde él se convertía en un ser inaccesible, ocupado con sus negocios. Al entrar, noté al abogado de la familia, su rostro sombrío como si estuviera a punto de dictar una sentencia. La tensión en la habitación era tan densa que apenas podía respirar.

Joaquín carraspeó, como si necesitara reunir fuerzas antes de hablar.

—Vicky… —comenzó, con esa mezcla de ternura y gravedad que lo caracterizaba—. Hay algo que debes saber, y es mejor que lo sepas ahora. Tu padre… falleció ayer. Fue un infarto fulminante. No sufrió, pero no pudieron hacer nada para salvarlo.

El tiempo se detuvo. Había pasado las últimas horas preparándome para escuchar malas noticias, pero cuando las palabras finalmente salieron de su boca, sentí como si alguien me hubiera arrancado el suelo bajo los pies. Mi padre siempre fue la figura inamovible en mi vida, el pilar que sostenía todo. ¿Cómo era posible que ahora estuviera muerto?

—Padrino… ¿es una broma?

—Lo siento, Vicky. Es la verdad. Lo encontraron inconsciente en su oficina anoche y lo llevaron al hospital, pero ya era demasiado tarde.

Me quedé inmóvil, tratando de asimilar lo que acababa de escuchar. Las lágrimas comenzaron a llenar mis ojos, pero ni siquiera podía llorar con fuerza; estaba demasiado conmocionada. Me dejé caer en una de las sillas del despacho, sintiendo que el mundo a mi alrededor se desmoronaba. Recordé las veces que mi padre se sentaba en este mismo lugar, absorto en su trabajo, pero siempre presente. Ahora, todo lo que quedaba de él era una ausencia devastadora, un vacío que no sabía cómo llenar.

Joaquín intentó continuar, su voz se quebró un poco.

—Hay algo más… —dijo, evitando mi mirada, como si lo siguiente fuera aún más difícil de decir—. La situación financiera de tu padre no era tan sólida como creíamos. Probablemente estos disgustos lo llevaron a…

Lo miré, confundida. ¿Problemas financieros? Mi padre era el hombre más exitoso que conocía. La idea de que pudiera tener problemas de dinero era absurda.

—¿De qué estás hablando? —mi voz era apenas un susurro, incapaz de comprender lo que estaba ocurriendo.

Fue entonces cuando el secretario, que había permanecido en silencio todo este tiempo, decidió intervenir. Su tono frío y desapasionado era tan inapropiado que me dieron ganas de gritar.

—El negocio de su padre estaba en una situación crítica desde hace meses —dijo sin inmutarse—. Se vio obligado a asumir riesgos financieros que terminaron siendo desastrosos. Ayer, con el desplome en la bolsa, todo se vino abajo. En pocas palabras, señorita Vicky, prácticamente todo lo que tenía su padre se ha perdido.

Joaquín me observaba con tristeza, consciente de que ninguna palabra podía mitigar el dolor que sentía. Me acerqué a él y lo abracé, aferrándome como si al hacerlo pudiera evitar que todo esto fuera cierto, como si al soltarlo el mundo volvería a ser el mismo de antes. Pero sabía que no era así. Mi padre se había ido, y con él, la seguridad de mi mundo.

—No te preocupes, Vicky. No estás sola. Yo me encargaré de todo lo relacionado con el funeral y de liquidar los activos que queden. Solo necesito tu firma aquí —dijo, señalando al abogado, quien deslizó un documento delante de mí. El contenido del documento era un completo misterio para mí en ese momento, pero confiaba en Joaquín. Firmé sin más, sintiéndome como un autómata.




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