Renacer de Vicky

Capítulo 3: El desastre total.

La mañana del despertar de la oscuridad y dolor llegó como una bofetada. Un ruido extraño y persistente en la planta baja me arrancó del insomnio que me había acompañado durante toda la noche. El sol se filtraba a través de las cortinas de mi habitación, burlándose de la catástrofe que se había apoderado de mi vida. Intenté ignorar los martilleos y golpes cubriéndome la cabeza con la almohada, pero después de lo que parecieron siglos, no pude más. Bajé las escaleras, decidida a enfrentar a quien fuera que tuviera la osadía de invadir mi casa con semejante escándalo.

Al llegar al salón, la escena que me recibió me dejó en shock. Un grupo de hombres con uniformes de trabajo estaba desmontando mis muebles, llevándoselos como si fueran suyos. Mi sofá, mi preciosa mesa de mármol, hasta el cuadro espantoso pero carísimo que colgaba en la pared; todo estaba siendo cargado en un camión que aguardaba afuera, como si mi vida entera estuviera siendo evacuada. Podría ser robo, pero algo no me cuadraba.

—¡Carmen! ¡¿Qué demonios están haciendo esos hombres aquí?! —grité desesperada buscando a la asistenta.

Carmen no apareció, y el trabajador ni se inmutó, como si yo fuera un fantasma. Luego dirigiéndome hacia uno de los operarios que arrastraba mi silla favorita hacia la salida.

—¡Te dije que dejes mis cosas en paz o llamaré a la policía! —vociferé, intentando arrebatar el sillón de las manos del tipo, un hombre corpulento que apenas reaccionó a mi presencia.

Fue entonces cuando apareció Joaquín, mi padrino, el hombre que siempre había sido un salvavidas en los momentos difíciles... o eso creí durante un segundo. Junto a él venía otro hombre, un ejecutivo con una expresión dura y calculadora.

—Tranquila, pequeña —dijo Joaquín, envolviéndome en un abrazo que pretendía ser reconfortante, pero que solo logró aumentar mi confusión. Luego, se volvió hacia el ejecutivo, claramente molesto—. ¡Le dije que le dejaran al menos un mes más! Su banco podría mostrar un poco de compasión, dado que esta chica acaba de perder a su padre.

—Tengo una orden judicial y debo cumplirla —respondió el ejecutivo con la frialdad de quien está acostumbrado a tratar con tragedias ajenas.

Me aparté de Joaquín, aturdida. Todo se sentía como una pesadilla surrealista, pero al mirar a mi alrededor, comprendí que esta era mi nueva realidad. Una en la que todo lo que conocía estaba siendo desmantelado ante mis ojos.

—Vamos al despacho de tu padre, Vicky. Necesitamos hablar —dijo Joaquín con un tono sombrío.

Lo seguí en silencio, sintiéndome más como una condenada que como la hija del hombre poderoso que siempre había sido mi padre. Me acomodé en la silla del despacho, deseando que todo esto fuera solo una pesadilla de la que pronto despertaría.

—Vicky —empezó Joaquín, con esa mezcla de cariño y preocupación que solo él sabía manejar—, después de revisar los últimos documentos de tu padre y analizar los activos restantes, hemos determinado que la mayoría de las propiedades y bienes fueron embargados hace meses y están en proceso de liquidación.

—¿Y esta casa también? —pregunté, mi voz temblorosa, apenas capaz de salir.

—Lo siento, cariño. No sabía que el banco ejecutaría la orden de embargo tan rápidamente —respondió Joaquín con una tristeza genuina—. Les llamaré otra vez, intentaré conseguirte más tiempo, aunque sea por un par de semanas.

—¿Me estás diciendo que debo abandonar mi casa? —Las palabras salieron de mi boca como un susurro desesperado, como si al decirlo en voz alta pudiera conjurar alguna solución mágica.

—Sí, Vicky… —Joaquín suspiró, como quien está a punto de confesar un desastre aún mayor—. Sin embargo… —hizo una pausa, buscando las palabras más suaves—, hay algo que aún te pertenece: un Pazo en Galicia que era parte de la herencia de tu madre.

—¿Mi madre? —El simple hecho de escuchar su nombre trajo consigo una oleada de nostalgia y tristeza. Era como si al mencionarla, toda la seguridad que alguna vez sentí en la vida regresara por un instante—. ¿Un Pazo en Galicia? No tenía ni idea de que ella tenía algo allí.

Joaquín asintió, adoptando un tono más cálido.

—Tu madre lo heredó de sus abuelos. Son varias hectáreas en una zona rural cerca de la costa. Aquí tienes toda la documentación. – dijo y me entregó un sobre. - Hace años, ella soñaba con construir allí una casa rural, una granja o algo por el estilo, pero nunca llegó a realizarlo. Después de su muerte, tu padre no le prestó atención. No sé si alguien se ha encargado de mantenerlo, pero no se utilizó para nada, eso te lo puedo asegurar.

—¿Ese pazo es todo lo que me queda? —pregunté, consciente de que la respuesta no cambiaría nada, pero aferrándome a la esperanza de algún milagro.

—Legalmente, esos terrenos son intocables para el banco o la hacienda. Están a tu nombre y no están sujetos a las deudas de tu padre ni de la empresa. No valen una fortuna, pero son tuyos. Además, te queda tu coche. Como era un regalo y está registrado a tu nombre, no puede ser embargado, igual que tu cuenta en el banco. ¿Tienes algo allí? —preguntó Joaquín, con una mezcla de duda y preocupación.

—No lo sé. Iré al banco ahora mismo —respondí distraída, con mis pensamientos ya volando hacia la costa gallega.

La idea de poseer un Pazo en Galicia me sonaba tan absurda como surrealista. ¿Qué se suponía que haría yo con unos terrenos en medio de la nada? Para alguien como yo, acostumbrada a vivir en el centro de Madrid, rodeada de boutiques de lujo y cafeterías modernas, mudarme a un rincón olvidado de España era como desterrarme a otro planeta.

Me sentía atrapada entre dos opciones: quedarme en Madrid y enfrentarme al colapso inevitable, o partir hacia un lugar del que apenas sabía nada y comenzar desde cero. El caos de mi vida me había dejado exhausta, y la perspectiva de alejarme de todo, de empezar de nuevo, comenzaba a parecerme una oportunidad más que una condena.




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