Renacer de Vicky

Capítulo 8: El robo inesperado

—¡Vicky! —gritó Mar al verme mientras yo perseguía al hombre por el pasillo de su casa—. ¡Pero qué alegría verte! Pablo me llamó preocupado porque no te veía en el pazo, y aquí estás, refugiada en la casa de Víctor. Hola, Víctor. —Saludó al hombre con una sonrisa que no alcanzaba a ocultar su sorpresa al vernos juntos.

La expresión de Mar cambió rápidamente de entusiasmo a una mezcla de sorpresa y diversión al observar mi rostro.

—¡Madre mía, Vicky! ¿Qué te ha pasado en la cara?

Intenté mantener la compostura mientras respondía, aunque la furia se cocinaba a fuego lento en mi interior:

—Larga historia. Abejas locas y su poco amigable dueño.

—Ya veo —respondió Mar, con una sonrisa maliciosa—. Pero no te preocupes, estás en buenas manos. Víctor es un experto en estos temas.

—Ja, experto en herir a la gente —exclamé en un tono lo suficientemente alto como para asegurarme de que él lo escuchara.

Mar, notando que mis nervios estaban a punto de estallar, decidió cambiar de táctica con rapidez.

—Oye, Víctor, ¿podrías echarnos una mano con el coche de Vicky? Se quedó atascado en el camino viejo. Quizás podrías intentar sacarlo con uno de tus tractores —dijo, girándose hacia él en un intento por suavizar la situación.

Víctor, quien ya parecía haber tenido suficiente por un día, se rascó la barbilla con una expresión pensativa antes de asentir.

—Está bien. Tú sabes dónde se quedó tu coche —preguntó, esta vez con un tono que sugería cierta duda, como si ya sospechara que el asunto podría complicarse.

—¿Tienes un tractor? —pregunté con la misma duda, intentando no mostrar mi desconcierto.

Víctor me lanzó una mirada como si hubiera preguntado algo ridículamente obvio.

—Pues claro que tengo un tractor. Estamos en el campo, no en una ciudad llena de taxis. Aquí es más probable encontrar un tractor que una cafetería decente —replicó con una media sonrisa, cargada de ironía.

Mar, percibiendo que mi orgullo estaba a punto de desencadenar otra discusión, añadió rápidamente:

—Perfecto, entonces vamos antes de que oscurezca más. Cuanto antes saquemos el coche, mejor.

Nos dirigimos hacia la salida, y mientras caminábamos en silencio, no pude evitar notar que Mar evitaba mirarme demasiado, como si cualquier comentario adicional sobre mi aspecto pudiera desencadenar una tercera guerra mundial. Por su parte, Víctor parecía bastante contento de tener una nueva excusa para mostrar su querido tractor, como si estuviera a punto de demostrarnos su gran destreza rural.

El trayecto en el tractor de Víctor fue una experiencia, digamos, peculiar. Imagínate a Mar y a mí, ambas con el pelo volando al viento, intentando no caernos mientras Víctor manejaba con la destreza de un piloto de rally que está absolutamente convencido de que cada bache es parte de un desafío. Mar intentaba explicarle a Víctor quién era yo y por qué había venido, pero entre los saltos y traqueteos del motor, la conversación se hacía casi imposible de seguir.

—No me imaginaba así a la dueña del pazo —comentó Víctor incrédulo, mirando de reojo mientras seguía conduciendo.

—¿Así cómo? —respondí, molesta, pero demasiado ocupada maldiciendo interiormente la falta de pavimento y el constante traqueteo del tractor, que me hacía sentir como si estuviera en una licuadora.

Víctor no respondió, y el silencio que siguió fue incómodo. Mar intentaba animarme, pero mi humor no mejoraba ni un poco. ¿Cómo puede alguien vivir en un lugar donde el transporte principal parece un cacharro sacado de una granja del siglo pasado? Mientras tanto, Víctor conducía sin decir ni una palabra, totalmente concentrado en su tarea, como si arrastrar dos urbanitas desesperadas en su tractor fuera algo que hacía todos los días.

Finalmente, llegamos al lugar donde había dejado mi coche. Mi corazón se detuvo un segundo al ver la escena frente a mí. Al principio, no procesé bien lo que estaba viendo. Solo pensé: "¿Qué le pasa a mi coche? ¿Por qué está tan bajo?" Y entonces lo vi.

Mis cuatro ruedas habían desaparecido. Ni rastro. Mi coche estaba elevado sobre unos bloques de hormigón como si fuera parte de una instalación artística de dudoso gusto. Parpadeé, esperando que mi vista me estuviera jugando una mala pasada. Pero no. Mi coche, que ya había pasado por suficientes penurias, ahora estaba oficialmente desmantelado.

—Pero ¡¡¿qué es esto?! —grité, llevándome las manos a la cabeza, sin saber si llorar, reír o caer en la histeria.

Mar me miró boquiabierta, y Víctor soltó un largo silbido, tan impresionado como nosotras.

—Bueno, parece que alguien aquí necesitaba un juego de ruedas nuevo —dijo Víctor con una tranquilidad que me sacaba de quicio.

—¡Pero si estamos en medio del campo! ¡¿Quién roba ruedas aquí?! —exclamé, incapaz de creer que mi mala suerte pudiera llegar a este nivel.

Mar intentó consolarme poniendo una mano en mi hombro.

—Vicky, lo siento tanto… No sé qué decir. Esto ya es de película.

—¡De película de terror, querrás decir! —respondí, casi echando humo por las orejas.

Víctor, sin perder la calma, se bajó del tractor y se acercó a los bloques de hormigón para examinarlos.

—Al menos fueron amables de no dejarlo tirado directamente en el suelo —dijo con una sonrisa torcida, como si aquello fuera algún tipo de consuelo.

—¡Amables! ¡Amables sería devolverme las ruedas y disculparse por arruinarme el día! —contesté, furiosa. —Bueno… supongo que podemos buscar ayuda en el pueblo. Quizás alguien vio algo o… ¿hay una tienda de repuestos cerca?

Víctor soltó una carcajada.

—¿Tienda de repuestos? Aquí la única tienda que hay vende pan, leche y herramientas básicas. Como mucho, podrías comprar unas alpargatas y caminar hasta la ciudad más cercana.

—¡Esto es ridículo! —dijo Mar, sintiendo que mi paciencia se agotaba rápidamente.

Víctor, al notar que no estaba para bromas, se rascó la cabeza con una mezcla de preocupación y resignación.




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