Renacer de Vicky

Capítulo 9: Desamparada.

Tuve ganas de gritarles y exigir que alguien me llevase de inmediato a la ciudad más cercana y llamara a la policía, pero rápidamente me di cuenta de que la posibilidad de quedarme sola en un coche sin ruedas, en medio de la nada, era incluso peor.

Finalmente, exhalé un largo suspiro de resignación.

—Está bien, me quedaré en tu casa —le dije a Víctor con una mezcla de impotencia y desconfianza.

Víctor simplemente asintió y subió al tractor, indicándome que me subiera.

—Víctor, por favor, saca mis maletas del maletero —dije, señalando con el dedo la parte trasera de mi coche destrozado.

Víctor soltó un suspiro pesado, como si mi petición fuera el colmo de los problemas que ya cargaba. Se acercó al maletero, que estaba apoyado sobre esos bloques de hormigón que alguien había usado para robarme las ruedas, y lo abrió con un tirón brusco.

—Vaya, ¿cuántas cosas trajiste? —preguntó, frunciendo el ceño al ver las dos maletas que había empacado con esmero—. ¿Vas a quedarte a vivir en el pazo?

—No, ¿algún problema con eso? —respondí, cruzando los brazos, tratando de mantener la compostura.

Víctor soltó un bufido de incredulidad mientras sacaba la primera maleta, que brillaba con su etiqueta de lujo. La levantó y la dejó caer al suelo con más fuerza de la necesaria.

—¡¿Puedes ser un poco más cuidadoso con mis cosas?! —exclamé, sintiendo cómo la indignación se apoderaba de mí.

—¿Dos maletas para una escapada al campo? ¿Te traes todo el vestidor o qué? —dijo, claramente irritado, mientras me lanzaba una mirada de reprobación.

Víctor me miró fijamente antes de agacharse para levantar la segunda maleta, la cual dejó caer al suelo con el mismo descuido que la primera.

—Te pedí que tuvieras cuidado con mis maletas. Son muy caras y lo que hay dentro es aún más valioso —respondí, sintiendo que mi paciencia se desvanecía por completo—. No me mires así, no sabía que iba a acabar en medio de… esto.

Mar, que había estado observando en silencio, decidió intervenir, tratando de suavizar la tensión.

—Venga, Vicky, no es para tanto. Solo son maletas —dijo con una sonrisa conciliadora.

—No son solo maletas, Mar —aclaré, tratando de mantener la compostura y el orgullo intactos.

Víctor se giró hacia Mar con una sonrisa sarcástica.

—Entonces, Mar, esas dos maletas valen más que tu casa con Kike dentro —replicó él, mientras sacaba la última maleta y la lanzaba al suelo con un gesto despreocupado.

Rodé los ojos, mordiéndome la lengua para no responder con más sarcasmo. Ya había sido suficiente con perder las ruedas de mi coche; lo último que necesitaba era una discusión sobre mi equipaje con un hombre que parecía disfrutar molestándome.

Finalmente, con las maletas aseguradas en la parte trasera del tractor, Víctor nos indicó que subiéramos.

—Vamos, subid. Dejamos a Mar en su casa y luego volvemos a la mía —dijo, subiendo al asiento del conductor.

El trayecto hacia la casa de Mar fue tan incómodo como el anterior. Las palabras se quedaban atrapadas en nuestras gargantas, y el traqueteo constante del tractor llenaba el silencio que ninguno de los tres se atrevía a romper.

Cuando llegamos a la casa de Mar, ella nos miró con una mezcla de cansancio y gratitud.

Víctor la ayudó a bajar del tractor y la acompañó hasta la puerta de aquella casucha donde me había duchado anteriormente. Mientras tanto, yo permanecía sentada, abrazando mis propias emociones, que oscilaban entre la frustración y la pura fatiga.

Después de una breve despedida, Mar entró en su casa, y Víctor y yo volvimos al tractor para el último tramo del viaje.

Al llegar a la casa de Víctor, él detuvo el tractor frente a la entrada y comenzó a descargar mis maletas sin decir una palabra. Se notaba que estaba cansado, y yo, por mi parte, ya no tenía energía para más confrontaciones.

—Voy a preparar algo de cena —dijo, rompiendo el silencio mientras levantaba la última maleta.

—No hace falta —respondí, recogiendo mis maletas—. No tengo hambre.

Víctor me lanzó una mirada, su rostro mostrando una mezcla de preocupación y resignación.

—Pero yo sí, y tú para agradecerme deberías... —insistió, aunque su tono no era ni amable ni acogedor, más bien parecía una formalidad vacía.

—De verdad, no tengo hambre —repetí, apretando con fuerza el asa de mi maleta—. Solo quiero descansar.

Víctor me observó por un momento, luego asintió, resignado.

—Está bien, puedes alojarte en aquella habitación —dijo, señalando con la mano en dirección al pasillo—. ¿Qué se puede esperar de una chica como tú?

No entendí del todo por qué se ofendió, y ni por un segundo pasó por mi cabeza que él quisiera que le ayudara con la cena. Pero, sinceramente, estaba tan cansada que no quería ni discutir ni aclarar nada y menos ayudarle en la cocina, que nunca lo hacía.

—Gracias —respondí, intentando sonar más agradecida de lo que realmente me sentía.

—Si necesitas algo, estaré en la cocina —dijo, dejando la maleta a un lado y dándome la espalda.

Me quedé allí, en medio de la pequeña habitación, rodeada por mis maletas. Tenía un millón de pensamientos en mi cabeza, pero estaba demasiado agotada para hacer algo al respecto. Sin molestarme en abrir las maletas y sacar mi pijama, me dejé caer en la cama y cerré los ojos, dejando que la oscuridad me envolviera, esperando que la mañana trajera un poco de paz a este caos.

Mañana sería otro día.




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