Me desperté al amanecer con un ruido extraño, una mezcla entre un bufido y un golpeteo rítmico. Parpadeé, aún medio dormida, y cuando finalmente abrí los ojos, me encontré cara a cara con… una vaca. Sí, una enorme cabeza de vaca me observaba a través de la ventana, masticando con calma, como si estuviera disfrutando de mi desconcierto matutino.
Cerré los ojos de inmediato, convencida de que aún estaba soñando. "No puede ser real, Vicky", me repetí mentalmente. "Esto no puede ser más que una pesadilla surrealista."
Sin embargo, el mismo sonido volvió a repetirse, seguido de una voz ronca y burlona que reconocí al instante:
—Vamos, Princesa, sé buena niña, vete con tu amiga —dijo Víctor desde afuera.
Abrí los ojos de nuevo y la vaca había desaparecido, dejando solo el eco de su presencia. Con un suspiro resignado, me senté en la cama, tratando de recordar cómo había terminado en esta situación tan… pastoral. El olor a hierba fresca y un leve aroma a estiércol que entraba por la ventana no ayudaban a mejorar mi humor.
—No es de buena educación echarme de casa tan temprano y llamarme “Princesa” —dije, asomando la cabeza por la ventana, donde encontré a Víctor acariciando el lomo de la vaca.
—¿Princesa? —respondió con una carcajada—. Princesa es la vaca. Tú pareces más la novia de Shrek. Y no es tan temprano. La gente ya lleva un par de horas trabajando.
Me quedé en shock. ¿Novia de Shrek? ¿Estaba insinuando que me parecía a Fiona en modo ogro? Salí disparada a buscar un espejo y cuando vi mi cara, un grito de horror escapó de mis labios. La hinchazón de las picaduras de abejas había transformado mi rostro en un globo abultado y desfigurado.
Al oír mi grito, Víctor y Mar entraron corriendo a la habitación, como si temieran encontrarme en una escena de crimen.
—¿Qué ha pasado? —preguntaron al unísono.
—¿Qué ha pasado? ¡Mira mi cara! —respondí, señalando mi reflejo como si fuera el protagonista de una película de terror de bajo presupuesto.
—¿Alergia? —preguntó Mar con preocupación, aunque parecía estar conteniendo la risa.
—Probablemente —le sonreí irónicamente y añadí con enojo, mirando a Víctor—. Y todo por culpa de él y sus abejas locas.
—Es necesario saber por dónde caminar; si no, algunas personas miran sus teléfonos y no ven nada a su alrededor —dijo Víctor con frialdad, encogiéndose de hombros como si todo fuera parte del ciclo natural de la vida. Luego, sin más, se dio la vuelta y se alejó, ignorando mi estado como si fuera un pequeño contratiempo en su rutina matutina.
—Nunca me he encontrado con alguien tan grosero, ni siquiera en los atascos de Madrid —dije, furiosa por su actitud.
—No, estás muy equivocada —dijo Mar, poniéndose seria—. Víctor es una buena persona, trabajador y muy serio. Nos ayuda a todos aquí. Sin él, estaríamos perdidos. Además, él también es de la ciudad, como tú. Tenía su propia clínica veterinaria allí, trataba perros y gatos. Pero su esposa, una perra de cuidado, lo engañó con su mejor amigo, así que lo dejó todo y se mudó aquí. Se ha ganado el respeto de la gente buena. —añadió con un tono de misterio que no podía dejar pasar.
—Por Dios, que haga lo que quiera, pero yo quiero salir de aquí lo más rápido posible —exclamé enojada.
—¿Quién te retiene? Hay una parada de autobús allí, ve a tu ciudad —respondió Mar, ofendida por mi tono.
—¡Sí! ¿Y qué hago con mi coche? ¿O has olvidado que tu "buena" gente me robó las ruedas?
—Quizás no fueron ellos, sino turistas como tú —Mar se rio con sorna.
En ese momento, Víctor volvió con unas pastillas en la mano. Me las tendió como si estuviera dando la solución definitiva a todos mis problemas.
—Esto te ayudará con la inflamación —dijo, como si estuviera lidiando con algo rutinario.
—¿Me vas a tratar igual que a una vaca? —pregunté con sarcasmo, sintiéndome más picante de lo habitual a pesar de mi rostro hinchado.
Víctor soltó una risa seca y me miró con esos ojos que parecían escanearte el alma.
—No ofendas a las vacas, son más inteligentes y agradecidas que tú —respondió sin inmutarse.
Me bufé, cruzando los brazos con una mezcla de indignación y resignación, mientras él se daba la vuelta para irse. Pero antes de que pudiera lanzar alguna réplica ingeniosa, me cortó con su voz calma:
—Ah, y sobre tu coche, hablé con un mecánico. Mañana te traerá las ruedas.
No supe si darle las gracias o lanzarle una mirada asesina. Este hombre tenía una habilidad especial para sacar lo peor de mí, y lo hacía con una facilidad desconcertante. Al final, solo me quedé allí, mirando cómo se alejaba, preguntándome si alguna vez lograría salir de este agujero rural o si terminaría adaptándome tanto que comenzaría a tener conversaciones amistosas con vacas también.
Mar no pudo evitar intervenir, poniendo las manos en las caderas y mirándome con reproche.
—Vicky, no subestimes a Víctor. Aquí, él hace de todo: veterinario, mecánico, agricultor… y médico improvisado, porque no tenemos un médico en el pueblo. Si no quieres ir hasta la ciudad con esa cara hinchada, será mejor que te confíes en su ‘tratamiento especial’.
—Genial, solo lo que me faltaba: ser un conejillo de indias. —bufé, pero metí la pastilla en la boca.
—Ahora vuélvete a la cama y verás que todo mejorará pronto. Yo debo ir a trabajar —dijo Mar antes de salir.
Como si no fuera suficiente con todo lo surrealista que había sido mi despertar, lo más increíble de todo fue que la pastilla que me dio Víctor funcionó. Para mi sorpresa, la hinchazón comenzó a bajar rápidamente, y mi cara recuperó una apariencia más humana. Mientras observaba el progreso en el espejo, no pude evitar sentir una mezcla de alivio y frustración.
Al menos, el día prometía ser menos caótico… o al menos, eso esperaba.