El eco de mis propios pasos resonaba en el pasillo mientras descendía las escaleras, sosteniendo la vieja fotografía en mis manos. El peso del descubrimiento, sumado a las emociones que había experimentado en los últimos días, me dejaba con una sensación de inquietud difícil de sacudir. Volví a la sala, donde el frío y la humedad parecían haberse instalado de manera permanente. Me senté en una de las sillas desvencijadas y, a la luz tenue del atardecer, volví a observar la imagen.
Mi mirada se detuvo en el chico mayor, cuya expresión madura y serena contrastaba con las sonrisas del resto de la familia. Algo en él me resultaba extrañamente familiar, aunque no podía precisar qué. ¿Quiénes eran estas personas? ¿Y por qué esta imagen me producía una mezcla de nostalgia y ansiedad? Sin poder evitarlo, comencé a imaginar sus vidas en este mismo Pazo, décadas atrás. ¿Habían sido felices aquí? ¿Qué había sucedido para que el lugar terminara en este estado ruinoso?
Mientras observaba la foto más de cerca, noté un detalle que me hizo estremecer: el chico llevaba un anillo en la mano izquierda, inquietantemente similar al que yo tenía en mi propio dedo. Era un anillo sencillo, con una piedra que parecía casi idéntica a la mía. De repente, mi mente me transportó a la escena en la que mi padre me entregó ese anillo.
Era mi decimoctavo cumpleaños. Mi padre, como siempre, me despertó temprano para felicitarme.
—Cariño, hoy cumples la mayoría de edad, y como prometí, te regalo tu primer coche. —dijo, con una sonrisa.
—¿Dónde está? —pregunté, emocionada.
—Está delante de la puerta —respondió, señalando hacia la ventana.
Salté de la cama y corrí a la ventana. Abajo, un coche blanco con un gran lazo rosa me esperaba. Grité de alegría y abracé a mi padre, agradecida y deseosa de bajar a ver mi primer coche.
—Espera, Vicky —dijo, de repente serio, sacando una pequeña caja de su bolsillo—. También debo cumplir el último deseo de tu madre.
Dentro de la caja estaba el anillo. Recuerdo que quise bromear al respecto, pero la expresión de mi padre me detuvo.
—Este anillo era muy importante para tu madre. Siempre decía que era lo único que le quedaba de sus padres.
En ese momento, no le presté mucha atención al anillo, que me parecía pasado de moda, pero lo acepté para no desairar a mi padre. Todo lo que estaba relacionado con mi madre era sagrado para él. Sin embargo, en ese momento, mi mente estaba más centrada en el coche. Ahora, daría cualquier cosa por volver a aquellos tiempos felices y preguntarle más sobre mi madre.
Si este anillo, que había pertenecido a mi madre, estaba relacionado con las personas de la foto, entonces ella debía haber tenido un vínculo con este lugar mucho más profundo de lo que yo sabía. Decidí investigar más. Tal vez mi padrino, algún vecino, o los archivos municipales podrían darme pistas sobre quiénes eran estas personas y cuál fue su destino.
Mientras pensaba en qué pasos seguir para desentrañar la historia de los antiguos dueños del Pazo, escuché un crujido extraño y vi a Mar aparecer en la puerta.
Mi primer impulso fue ocultar la fotografía y el anillo, como si fueran secretos demasiado personales para compartir. Sin embargo, algo en la seriedad de su rostro me hizo reconsiderarlo. No sabía exactamente por qué, pero sentí que podía confiar en ella. Además, después de lo que me había ofrecido, quizás era momento de abrirme un poco más.
—Buenas tardes, Vicky —saludó Mar al entrar. —No esperaba encontrarte aquí.
—Hola, Mar —respondí, dándole una media sonrisa que no alcanzaba a disimular mi nerviosismo.
Ella notó la fotografía en mi mano y arqueó una ceja, curiosa.
—¿Qué tienes ahí?
Tomé aire y, sin saber bien por qué, le tendí la foto.
—La encontré en una de las habitaciones. No tengo idea de quiénes son, pero... hay algo en ellos que me resulta interesante. Yo heredé este Pazo de mi madre, que murió hace veinte años. Nunca supe que era de Galicia.
Mar examinó la imagen con atención, su expresión se endureció levemente. Después de un momento, me devolvió la foto y se cruzó de brazos.
—Esa es la familia Alvear. Vivieron aquí hace mucho tiempo. Mi abuela solía hablar de ellos cuando yo era niña. Decía que eran buena gente, aunque algo... reservados.
Mi corazón dio un vuelco al escuchar el apellido. Lo había oído antes, pero no lograba recordar dónde.
—¿Sabes qué les pasó?
Mar asintió lentamente, como si estuviera ordenando sus pensamientos.
—Se decía que el padre, Don Arturo Alvear, fue un hombre muy exitoso en su juventud, pero con los años, después de la muerte de su hijo mayor, su fortuna se desmoronó. Algunos dicen que emigraron a Argentina, otros que se fueron a Canadá. La historia cuenta que la familia dejó el Pazo de manera abrupta, casi de la noche a la mañana. Nadie supo adónde marcharon exactamente, y después de eso, el lugar quedó abandonado. El viejo Adolfo cuidaba del Pazo como podía, pero hace tres años murió, y Pablo se encargó de las riendas.
—¿Por qué se fueron tan de repente? —pregunté, sintiendo que había algo más bajo la superficie.
—Hay muchas teorías. Algunos piensan que Don Arturo estaba involucrado en algo turbio, tal vez por culpa de su hijo mayor, que era franquista o estaba relacionado con dinero sucio. Otros creen que simplemente no pudo soportar la presión de perder a su hijo. Pero... —Mar dudó un instante antes de continuar—, hay quienes aseguran que el Pazo está maldito. Que la desgracia de los Alvear fue solo una de muchas que han caído sobre quienes intentaron vivir aquí.
La palabra "maldito" me hizo estremecer. No creía en esas cosas, pero la atmósfera del lugar y los eventos recientes me hacían dudar.
—¿Tú crees en eso? —pregunté, tratando de sonar más escéptica de lo que realmente me sentía.
—No lo sé —respondió ella, con una seriedad que no esperaba—. Pero hay cosas en este mundo que no podemos explicar, Vicky. Y a veces, es mejor no intentarlo.