La mañana siguiente había llegado con una suavidad inesperada. El sol brillaba tímidamente a través de las nubes, y el aire fresco traía consigo un ligero aroma a hierba y tierra mojada. Me desperté con una extraña mezcla de alivio y melancolía. Sabía que hoy era el día de las despedidas.
Después de vestirme, entré en la cocina, donde encontré un desayuno preparado para mí y una nota de Víctor, diciendo que había ido a por mi coche. Sus palabras me hicieron sonreír, recordando nuestra conversación de la noche anterior, mientras compartíamos una cena sencilla pero deliciosa.
—¡Parece que sabes hacer de todo! —le dije entre risas, disfrutando de la magnífica tortilla con ensalada de lechuga y tomates que había preparado.
—Todo no, pero hago lo que puedo —respondió con una sonrisa que parecía esconder una pequeña tristeza—. He aprendido muchas cosas de los viejos de aquí, leo libros, veo videos en internet... En fin, estudio todo lo que puede ser útil en esta vida en el campo.
Me quedé en silencio por un momento, procesando sus palabras. Luego lo miré, sintiendo una mezcla de curiosidad y admiración.
—Debe ser duro empezar de cero, ¿verdad? —le pregunté casi sin pensar, mientras daba un mordisco a la tortilla.
Víctor me observó, su expresión se suavizó mientras consideraba mi pregunta.
—Sí, es duro —admitió, asintiendo lentamente—. Es como si el mundo entero te obligara a reescribir tu vida desde el principio, a encontrar nuevas formas de adaptarte y a lidiar con la incertidumbre constante.
—Debe ser agotador también... —suspiré, recordando mis propios desafíos recientes.
—Lo es —coincidió, y luego añadió con una chispa en los ojos—. Pero, ¿sabes qué? También tiene su lado divertido.
—¿Divertido? —lo miré con sorpresa, sin esperar esa palabra.
—Sí, divertido —repitió con una sonrisa traviesa—. Cuando empiezas de cero, tienes la oportunidad de cambiar tus prioridades, de conocer gente nueva, de ver el mundo desde una perspectiva completamente diferente. Es como si de repente tuvieras un lienzo en blanco, y aunque al principio puede dar miedo, también te da una libertad increíble. No estás atado a lo que fuiste o a lo que los demás esperan de ti.
Sus palabras resonaron en mí, haciéndome reflexionar sobre todo lo que había pasado en los últimos días. Había perdido tanto, pero también había ganado algo que nunca había esperado: una nueva forma de ver la vida, una especie de libertad, aunque aterradora, porque nunca antes había tomado las riendas de mi vida.
—Supongo que tienes razón —dije finalmente, esbozando una pequeña sonrisa—. Es aterrador, pero también... emocionante.
—Exactamente —asintió Víctor—. Y en el camino, te das cuenta de que las personas que encuentras y las decisiones que tomas empiezan a definirte de una manera que nunca hubieras imaginado. Cambias, creces, y de alguna manera, te vuelves más tú misma.
Me quedé en silencio, dejando que sus palabras se asentaran en mi mente. Había verdad en lo que decía. A veces, cuando todo se derrumba, te das cuenta de que lo que parecía el fin es, en realidad, un nuevo comienzo.
—Gracias, Víctor. De verdad —dije, mirándolo a los ojos—. Creo que necesitaba escuchar eso.
—Para eso estamos —respondió con una sonrisa—. Recuerda, el mundo es grande y está lleno de posibilidades. Y quién sabe, tal vez este sea solo el comienzo de algo mucho mejor.
Esa mañana, después de desayunar, salí al patio y vi a Mar acercándose por el camino de tierra con su sonrisa cálida y su andar seguro. Llevaba un pequeño cesto en la mano, y su presencia me recordó lo acogedora y maternal que había sido conmigo desde el primer día.
—¡Buenos días, Vicky! —saludó con entusiasmo—. Pensé que te gustaría llevarte algo para el camino. No es mucho, pero son cosas de la tierra, lo mejor de nuestra región.
Mar me entregó el cesto, que estaba lleno de productos locales: un pan rústico, queso de cabra, unas manzanas rojas brillantes y un tarro de miel dorada. Lo miré, sorprendida y conmovida por su gesto.
—Mar, no tenías que hacer esto... —dije, sintiendo un nudo en la garganta.
—Claro que sí —respondió ella, su tono firme pero afectuoso—. Te vas, pero quiero que recuerdes que siempre tendrás un hogar aquí, entre nosotros. Las cosas pueden haber sido difíciles, pero hay personas que se preocupan por ti, Vicky. No lo olvides.
Justo en ese momento, Mar añadió con una sonrisa pícara:
—Ah, y casi lo olvido... —dijo, sacando un par de zapatos de tacón de la cesta—. No sabía si te vendrían bien tus viejos amigos.
Me reí al ver mis zapatos de Manolo Blahnik que había olvidado completamente en medio de todo el caos.
—Mar, eres increíble —le dije, sacudiendo la cabeza con una sonrisa—. ¡Nunca pensé que mis Manolos volverían a mis manos en tan buen estado!
—Bueno, una chica nunca sabe cuándo va a necesitar verse fabulosa —respondió Mar con un guiño.
Un ruido de motor llamó nuestra atención. Víctor llegó en mi coche, que ahora lucía impecable después de las reparaciones. Al bajarse, me dedicó una sonrisa que parecía querer decir algo más de lo que las palabras podían expresar.
—Listo, Vicky —dijo, señalando el coche—. Las ruedas están en perfectas condiciones y bien alineadas. Puedes seguir adelante sin preocuparte por problemas en el camino.
Le devolví la sonrisa, sintiendo una gratitud que no podía expresar completamente. Durante este corto pero intenso tiempo, Víctor había sido una especie de salvavidas para mí, en medio de un mar de incertidumbres.
—Gracias, Víctor. No sé cómo podría haberte pagado todo lo que has hecho por mí.
—No tienes que pagarme nada, Vicky —respondió él, encogiéndose de hombros—. A veces, la vida te pone en situaciones en las que te das cuenta de que ayudar a alguien no es un deber, sino un privilegio. Una vez, mi abuelo me compartió una frase muy sabia: "Si no soy para mí, ¿quién lo será? Y si soy solo para mí, ¿qué soy?".