No sé cuánto tiempo estuve sentada en el coche, perdida en pensamientos absurdos, pero la llamada de Sofía me devolvió a la realidad. Ella era la única que no me había abandonado.
—¡Hola, amiga! ¿Qué tal la vida rural? —preguntó con su alegría contagiosa.
—Estoy en Madrid —respondí, con la voz entrecortada.
—¿Qué pasó? ¿Hablaste con Toni?
—¡No! A ese cabrón no quiero ni verlo —exclamé, llena de rabia—. Me echan de casa en 48 horas, y mi padrino me ha engañado y me robó la empresa de mi padre.
—Espera, ¿qué? ¡Qué horror! – exclamó ella. - Esta no es una conversación para tener por teléfono. Estoy cerca de tu casa —dijo Sofía.
—Está bien. Estaré allí en media hora. ¿Me esperas?
—Por supuesto. Tienes algo para cenar o pido pizzas y, si quieres, me quedo contigo.
—Pide, no tengo servicio. Carmen marchó, cuando supo lo de mi padre. – respondí, recordando la soledad de mi gran casa.
—¿Con piña? – preguntó mi amiga, tratando de ser alegre.
— Si.
Arranqué el coche y conduje hacia la casa, la que tendría que abandonar pronto. Estaba agradecida a Sofía por estar a mi lado cuando todo el mundo parecía haber desaparecido. Necesitaba su apoyo y, sobre todo, sus consejos y de su madre, la jueza de tribunal suprema. Sabía que no me voy a quedar con los brazos cruzados ante la sinvergüenza y traición de mi padrino.
Entre copas de vino, trozos de pizza y mis llantos, le conté a Sofia todo lo que había pasado.
—¿Puedo hacer algo al respecto? ¿Hay alguna posibilidad de recuperar la empresa de mi padre? —pregunté, desesperada.
—No lo sé, tendría que preguntarle a mi madre y preguntar que posibilidades tienes para recuperar la empresa de tu padre —respondió Sofía—. Pero, sinceramente, ¿por qué quieres hacerlo?
—Era de mi padre, era su empresa… —dije, sin entender su pregunta.
—Sí, la palabra clave es "era". Mira, Vicky, hasta la Mona Lisa necesitaría un lifting si tuviera que aguantar el desastre que es ahora el sector de la construcción. Y si tu padrino intenta salvar la empresa, allá él. Pero tú no sabes nada de construcción ni de cómo manejar una empresa grande —dijo Sofía, con tono serio.
—Si no lo recuerdas, terminé una business school en Londres —respondí, orgullosa—. ¿O pensabas que me la pasé de compras y de fiesta?
—Bueno, un poco sí —Sofía sonrió—. Vamos, ni siquiera aprendiste a cocinar allá, ¡te las arreglaste a base de sushi y comida para llevar!
—¡No me subestimes! Aprendí algo importante: cómo sobrevivir con café y sarcasmo —repliqué con una sonrisa—. Pero, aunque entiendo que la empresa está en quiebra, siento que tengo que hacer algo.
—¡Exacto! —exclamó Sofía—. Pero no revivir el viejo cadáver. ¿Por qué no empiezas algo desde cero? No para cubrir las deudas y errores de tu padre, sino para iniciar tu propio negocio.
—¿Mi propio negocio? ¿Qué negocio? ¿Estás loca?
—Bastante, a mi manera —dijo Sofía, sacando su portátil y abriendo Twitter—. Mira cuántos "me gusta" les dieron a esas fotos que me enviaste. Y ni siquiera ha pasado un día.
—Sofía, déjate de rodeos y dime directamente qué estás pensando —la apuré.
—¿Por qué no restauras el Pazo y abres un hotel allí? Dijiste que el lugar es hermoso, como un viaje en el tiempo, con el mar cerca, aire puro y ese romanticismo rural que tanto gusta a la gente. Te aseguro que hoy en día, todo el mundo con algo de dinero quiere escaparse de la ciudad y estar más cerca de la naturaleza —respondió, completamente seria.
—Sí, pero eso solo funciona en verano. ¿Qué haría el resto del año? No sería rentable —dudé.
—¡Productos ecológicos! —exclamó, señalando un trozo de queso que me había dado Mar—. Mira, venderás este queso de cabra que sabe a gloria y miel que podría convencer a cualquier vegano de lo contrario.
—¡No! Si no sé nada de construcción, menos sé sobre ordeñar vacas y cabras —respondí, agitando las manos con decisión—. Además, las abejas no me ven con buenos ojos, y yo tampoco a ellas.
—No es necesario. Compras productos a los habitantes del pueblo y los vendes online o algún restaurante de estrellas Michelin—insistió Sofía—. ¡Piénsalo! Podrías ser la próxima reina del queso gourmet. ¡Podríamos llamarlo “La Cabra Rebelde”! O quizás no... pero ya sabes.
Lo pensé. Por un lado, la idea me parecía interesante, convertir mi Pazo en “un refugio espiritual” para la gente sofisticada, pero no quería vivir en el pueblo permanentemente.
—No funcionará. No tengo suficiente dinero para restaurar el Pazo. Necesita reparaciones, comprar muebles...
—¡¿Por qué comprarlos?! —me interrumpió—. ¡Aquí hay muebles suficientes para diez hoteles! Claro, si nadie nota que son piezas del renacimiento combinadas con IKEA, vamos por buen camino.
Miré a mi alrededor y me di cuenta de que, en efecto, me había excedido un poco al decorar la casa. ¿Qué hacer con todo esto ahora?
—Bien, ¿y qué pasa con el parque y los terrenos? ¿Quién los cuidará? —pregunté, buscando excusas.
—¿De verdad es un problema en el pueblo? Contratarás a alguien. Seguro que hay algún "Don Quijote" dispuesto a hacerlo por ti.
—Está bien, pero volvamos a lo principal. No tengo dinero.
—No te preocupes tanto. Tienes al menos un millón colgado en tu armario, y otro tanto tirado por ahí. Vamos a ver qué podemos vender rápido —dijo, dirigiéndose a mi vestidor.
Nuestra conversación tomó un rumbo totalmente diferente. Dejé de pensar en la traición de Joaquín, en Toni, en la casa perdida, y me centré en otra cosa. Empezamos a clasificar mi ropa, parte de la cual ni siquiera había usado. Yo le mostraba un bolso, unos zapatos o un vestido, y Sofía los fotografiaba y los subía a su página, organizando algo similar a una subasta. Trabajamos casi toda la noche, y cuando casi todo mi guardarropa estaba extendido por la cama y las sillas, noté una caja de madera en el rincón más alejado. La misma que me había regalado mi padre el día que cumplí la mayoría de edad, junto con el anillo y el coche. Sobre todo el ultimo me llamó más atención no son estas bagatelas del pasado.