Sofía y yo estábamos sentadas en mi cama, rodeadas por montones de ropa y accesorios que habíamos seleccionado para vender. Las cajas vacías se apilaban en una esquina, y el aire estaba impregnado de una mezcla de vino, queso de cabra, pizza, y una pizca de nostalgia. Parecía que estábamos organizando la venta de garaje más glamurosa de la historia.
—Sofi, hay algo que no te he contado —dije, rompiendo el silencio mientras mis dedos acariciaban la superficie de una vieja caja de madera que había encontrado al fondo de mi armario.
Sofía levantó la vista de un par de tacones Louboutin que estaba fotografiando.
—¿Algo más? Porque después de que admitieras que nunca has visto El Padrino, no sé si mi corazón puede soportar más revelaciones —bromeó, llevándose una mano dramáticamente al pecho.
Solté una pequeña risa, aunque sabía que lo que iba a decir era mucho más serio.
—Recuerdas que te mencioné que en el Pazo encontré una foto antigua de los antiguos dueños y te la mandé, ¿verdad? —comencé, buscando sus ojos.
—Sí, esos que parecían salidos de una versión española de Downton Abbey. ¿Qué pasa con ellos? ¿Descubriste que eran vampiros? Porque, sinceramente, eso le daría un giro interesante a todo esto —respondió con una sonrisa juguetona.
—No exactamente, pero podría ser igual de misterioso —dije, abriendo la caja con cuidado. Dentro había unos sobres amarillentos que parecían haber sobrevivido a décadas de silencio.
Los ojos de Sofía se iluminaron al ver el contenido.
—¿Qué es todo esto? ¿El kit inicial de un misterio familiar? —preguntó, dejando los zapatos a un lado y acercándose más.
Saqué uno de los documentos y se lo pasé. Resultó ser una carta del notario a mi madre, que la informaba sobre el legado del Pazo. Era Arturo Alvear Arzas que dejaba el Pazo “las rozas” a mi madre. Luego cogí otro sobre.
—Mira este. Parece una partida de nacimiento antigua —expliqué mientras lo examinaba.
Sofía frunció el ceño, leyendo en voz alta:
—"Valentina Alvear García". Espera, ¿no se llamaba así tu madre?
Negué con la cabeza, sintiendo un ligero escalofrío.
—Mi madre era Valentina De Castro García. Pero fíjate en el apellido Alvear. Es el mismo que el de los dueños originales del Pazo. – dije. – Cuando Mar me mencionó el apellido Alvear, pensé que una vez había escuchado, pero no recordaba donde.
Sofía abrió los ojos con sorpresa y luego me miró con emoción contenida.
—Espera un momento. ¿Estás insinuando que tu madre podría estar relacionada con esa familia? ¿Que eres la heredera secreta de una fortuna oculta? —exclamó, claramente encantada con la idea.
—No te emociones tanto. Podría ser simplemente una coincidencia, tampoco hay mucho que heredar. —respondí.
—Vicky, cariño, cuando se trata de misterios familiares, las coincidencias no existen. Son solo pistas esperando ser descubiertas —dijo, imitando el tono de un detective de película.
Sonreí ante su entusiasmo y saqué otra carta de la caja. La abrí con cuidado; la tinta estaba un poco desvanecida, pero aún legible.
—Veamos qué dice esto —dije, tomando una respiración profunda antes de empezar a leer.
Sofía se inclinó hacia mí, claramente impaciente.
—Adelante, Sherlock. Estoy toda oídos.
Comencé a leer en voz alta:
"Querida Valentina, si estás leyendo esta carta, significa que ya eres lo suficientemente mayor para conocer la verdad sobre tus orígenes. Tu padre, Eduardo Alvear, y yo nos amamos profundamente…”
Mi voz se quebró un poco al pronunciar esas palabras. Sentí una mezcla de sorpresa, confusión y una pizca de emoción que no esperaba. Era la carta de mi abuela a mi madre.
Sofía me miró con los ojos como platos.
—¡Santo cielo! ¿Esto significa que tu bisabuelo era Arturo Alvear y tu abuelo su hijo, Eduardo? ¿El mismo dueño del Pazo? —preguntó, su voz subiendo una octava por la emoción.
Asentí lentamente, aun procesando la información.
—Parece que sí. Y eso explicaría por qué mi madre heredó el Pazo —murmuré, pasando una mano por mi frente.
—Espera un segundo. —Sofía tomó el anillo de mi mano y lo miró con más detenimiento—. Entonces este anillo no es solo un viejo accesorio, ¡es un símbolo de tu familia!
—Todo esto es demasiado…
—Demasiado increíble, querrás decir. ¡Vicky, esto es enorme! ¿Te das cuenta? —dijo, con una sonrisa radiante.
—Sí, y también explica por qué siempre me han gustado las telenovelas dramáticas —intenté bromear, buscando alivianar la tensión que sentía en mi pecho.
—Ok, lee más. —pidió Sofía, casi brincando de la emoción.
Continué leyendo:
“… pero las circunstancias nos separaron; su familia nunca me aceptó como su esposa. Me amenazaron con matar a mi padre, si no lo dejara a mi Eduardo. Obligaron a justificar que nuestro matrimonio no era consumado. Llena de miedo, decidí renunciar a mi amor y me marché de allí sin saber que estaba embarazada…”
Sofía se levantó de un salto.
—¡Wooh! ¡Esto es mejor que cualquier serie de Netflix! Lee más.
“… Si hubiera sabido que mi querido Eduardo no podría soportar nuestra separación, mi traición, mi flaqueza y se alistaría en el ejército buscando la muerte, nunca lo habría dejado, a pesar de las amenazas. Pero ahora ya es tarde para lamentar. Sé que lo maté, maté al hombre que quería más que mi vida. Quizás por eso Dios me castigó con esta enfermedad. Lo siento, hija, ahora debo abandonarte a ti también. Porque no podré protegerte. No pude ser buena esposa para tu padre, tampoco seré buena madre para ti. Mi corazón se parte en pedazos, pensando en tu futuro. Espero que tu abuelo te dé todo el amor que ni yo, ni tu padre pudimos darte. Que Dios te proteja y seas más feliz que nosotros.”
Un largo silencio se instaló en la habitación. Sentía que cada palabra de la carta había dejado una marca en mí, una mezcla de dolor, amor y remordimiento que no esperaba encontrar.