A la mañana siguiente, me desperté con un dolor de cabeza que me recordó por qué no debería beber tanto vino, especialmente cuando tomo decisiones tan radicales como regresar a ese pueblo perdido y, peor aún, plantearme la idea de montar un hotel boutique.
"¿En qué estaba pensando?", me pregunté mientras me frotaba las sienes, tratando de despejar la vaga sensación de resaca que aún persistía. Miré a mi lado y vi a Sofía durmiendo plácidamente, como si no tuviéramos una preocupación en el mundo. Su rostro sereno y la manera en que abrazaba la almohada me hicieron sonreír. Las locas ideas de Sofía, al menos por un momento, me habían distraído de la nube oscura que colgaba sobre mi futuro.
Con cuidado de no despertarla, me levanté y me dirigí a la cocina. El aroma del café recién hecho era justo lo que necesitaba para despejarme y planear los pasos del día. Mientras la cafetera trabajaba, mi teléfono comenzó a sonar, sacándome de mi ensoñación matutina. Un número desconocido apareció en la pantalla, y con la convicción de que era otro fastidioso llamado del banco, respondí bruscamente:
—¿Qué más necesitas?
—Disculpe, señorita Maroto, soy Gloria, de la inmobiliaria —respondió una voz tímida al otro lado de la línea, claramente sorprendida por mi tono agresivo.
—¿Qué? —respondí, aún con el cerebro adormilado.
—Usted nos visitó ayer y nos pidió que pusiéramos a la venta el Pazo Las Rosas —continuó la joven, su voz temblando un poco.
De pronto, los recuerdos del día anterior empezaron a ordenarse en mi mente. Antes de regresar a Madrid, había pasado por la ciudad más cercana al pueblo y, en un impulso, entré a una inmobiliaria. Aparentemente, había decidido deshacerme de aquella carga ancestral.
—Sí, claro. Recuerdo que te prometí enviar las fotos del Pazo por correo electrónico. Te las enviaré en cuanto pueda —respondí, suavizando mi tono y tratando de sonar más amistosa.
—Entonces, ¿realmente quiere ponerlo a la venta? —preguntó la chica, como si necesitara confirmar que no había sido solo una broma o un arrebato impulsivo.
—Sí, y lo más rápido posible —afirmé, aunque aún me rondaba una pizca de duda.
—¿Qué precio deberíamos fijar? —su tono se volvió más profesional, lo cual me alivió un poco.
—Bueno, no estoy muy segura. Pon el precio medio del mercado. Tú lo sabes mejor que yo —dije, tratando de sonar como alguien que sabe lo que está haciendo, aunque por dentro, mi estómago se revolvía.
—De hecho, ya hemos encontrado un comprador —anunció Gloria, con una nota de emoción en su voz.
—¡¿En serio?! —Mi sorpresa era evidente. No esperaba que nadie estuviera interesado en esas viejas ruinas. Pero ahora, el hecho de que alguien las quisiera tan rápido me hizo sentir una mezcla de alivio y desconfianza.
Recordé, de repente, la conversación con la vieja del pañuelo en el pueblo. Su mirada penetrante y su pregunta incómoda: "¿Vas a vender el Pazo a esos buitres?" En ese momento, lo había descartado como una simple advertencia de una anciana supersticiosa, pero ahora, la rapidez con la que apareció un comprador me hizo sentir que tal vez había algo más en juego. Sobre todo, después, que descubrí la traición y engaño de mi padrino, me convertí en una paranoica.
—Sí, el comprador ofrece medio millón de euros —dijo la chica con entusiasmo, esperando que aceptara la oferta.
La cifra resonó en mi cabeza. Medio millón de euros. Exactamente lo que había calculado que necesitaba para resolver mis problemas más inmediatos. Y sin embargo, algo dentro de mí se retorció.
—Está bien, pero necesito pensarlo un poco —respondí, antes de que mis emociones pudieran decidir por mí. Colgué el teléfono y me quedé mirando la pantalla en blanco, el sonido del café burbujeando en la cafetera ahora me parecía lejano.
¿Qué estaba haciendo? Por un lado, vender el Pazo resolvería tantos problemas y me permitiría empezar de nuevo en Madrid, sin las ataduras de una historia familiar que ni siquiera entendía por completo y vamos a hacer sinceros, no me importaba mucho. No conocí ni a mi abuela, ni recordaba bien a mi madre. No tenía mucho sentimiento hacía su familia. Por otro lado, la rapidez con la que todo se había desarrollado me hacía sospechar. ¿Era realmente una coincidencia o estaba pasando algo más?
Me serví una taza de café y me dejé caer en una de las sillas de la cocina, tratando de calmar los pensamientos que giraban en mi cabeza. La idea de vender el Pazo, que solo un día antes había parecido una solución perfecta, ahora me parecía una decisión mucho más complicada.
Algunos minutos después, escuché a Sofía moviéndose en el sofá. Me giré y la vi desperezarse como si hubiera dormido doce horas en un colchón de nubes. Sus ojos somnolientos se abrieron y me miraron con una mezcla de curiosidad y preocupación.
—¿Qué pasa? —preguntó, frotándose los ojos mientras se incorporaba.
—Acaban de llamarme de la inmobiliaria. Ya tienen un comprador para el Pazo —dije, intentando que mi voz sonara neutral.
Sofía parpadeó un par de veces, como si procesar la información le costara un esfuerzo monumental en su estado actual.
—¿Tan rápido? —preguntó, ahora completamente despierta.
—Exacto. Es lo que me parece raro. Apenas lo mencioné y ya hay alguien ofreciendo medio millón de euros.
Sofía se levantó y se dirigió a la cafetera, sirviéndose una taza antes de sentarse frente a mí. Tomó un sorbo y luego me miró con sus ojos analíticos, esos que rara vez usaba, pero que cuando lo hacía, significaba que estaba pensando seriamente.
—Medio millón por un Pazo en ruinas... No sé mucho de bienes raíces, pero eso suena... peculiar —dijo, sopesando sus palabras.
—Exactamente. Aunque el Pazo tiene unos terrenos enormes y un acceso a la playa casi directo. De lo contrario, tienes que ir allá en coche, rodeando toda la montaña. No sé, pero algo en esto no me cuadra —confesé, revolviendo mi café, aunque ya estaba perfectamente mezclado.