La casa del Pazo empezaba a tomar forma. Tras horas de fregar, quitar polvo y mover muebles, Mar y yo habíamos conseguido que, la planta baja pareciera habitable. Aunque no había ni luz ni agua, pero, por lo menos, ya no olía a abandono. Mar, siempre práctica, sugirió que su marido vendría mañana a arreglar esos "detalles".
—Mañana le digo a mi marido que venga y te eche una mano con las tuberías y la luz —dijo, sacudiendo un trapo lleno de polvo como si tal cosa.
La idea me cayó como un cubo de agua fría. ¿Su marido? Ese mismo oso, que le puso moretón y al que Mar intentaba convencerme de que era un accidente. Me mordí la lengua por un segundo, pero no pude aguantar mucho más.
—¿Tu marido? —pregunté, intentando sonar relajada, aunque lo disimulé fatal—. ¿No es el que te dejó con ese moretón en la cara?
Mar me miró sin inmutarse, como si ya estuviera acostumbrada a esa clase de preguntas.
—Te lo he dicho mil veces, Vicky. El golpe me lo hice yo misma cuando intentaba salir corriendo de la casa. Me tropecé. Nada más.
Claro, como si me lo fuera a tragar. Intenté no sonar demasiado crítica, pero aquello no tenía ni pies ni cabeza, y si algo me sacaba de quicio era que las mujeres soportaran situaciones así.
—Mar, cariño, lo que sea, pero no es normal vivir con alguien que te hace sentir que necesitas escapar a toda prisa. Y no me vengas con que "me tropecé", que esa ya me la sé. —Comencé el ataque sin filtro—. Él toma alcohol, no trabaja, y de vez en cuando te deja "tropezando" por ahí.
—¿Qué entiendes tú de esto? Es fácil hablar desde fuera. —Mar se puso a la defensiva, claramente incómoda con el tema—. Aquí, la gente como mi Kiko vale su peso en oro. Bueno, bebe un par de días al mes, no es para tanto.
—¡Mar! No puedes defenderlo. Si lleva diez días por lo menos bebiendo seguidos, eso ya no es un par de días. Y un golpe es un golpe. Te lo hayas hecho tú o él, - me redacté un poco mirando su cara de frustración—. No debería estar persiguiéndote como si fueras un ratón y él un gato enfadado.
—Vicky, no entiendes... —dijo, suspirando y sentándose en una silla que habíamos rescatado del polvo—. Aquí, en el campo, no es tan fácil. No es que lo justifique, pero tampoco es tan sencillo encontrar trabajo a su edad, y menos en este pueblo. Nosotras dependemos de la familia, y no todos los hombres son malos. Kiko tiene sus días malos, pero también tiene los buenos.
—Claro, y vivir a la espera de que te toque "el día bueno", es como jugar a la ruleta rusa, ¿no? —respondí, con sarcasmo.
Mar se rio, pero su expresión seguía siendo seria.
—No es tan fácil como crees. A ti te resulta sencillo hablar porque tienes menos años y otras opciones, vienes de un mundo diferente. Nosotras hacemos lo que podemos con lo que tenemos.
—Ya, pero sigo sin verlo claro. —Me crucé de brazos—. No tengo un manual de feminismo rural, pero si lo tuviera, la primera regla sería "El hombre tiene que respetar a la mujer". Es básico.
—¿Y tú cómo sabes tanto sobre cómo deben tratarnos los hombres? —preguntó Mar, levantando una ceja, divertida.
—Pues porque lo sé —dije, cruzándome de brazos como si fuera la defensora oficial del feminismo mundial—. Los hombres tienen que tratarnos como iguales, punto. Con respeto, con cariño, sin jueguecitos ni puñetazos —añadí, con un toque sarcástico al final, porque recordé a Toni, el traidor del año. – Por lo menos yo nunca permití que mi novio me tratara, como tu marido te trata a ti.
—¿Y dónde está ese novio? ¿Por qué no vino contigo? – preguntó Mar.
Sabía a dónde iba a parar con esa pregunta, y no me quedó más remedio que enfrentarme a la historia de Toni.
—Bueno... digamos que… nos separamos. Mi ex, Toni, era de esos que hablaban mucho de respeto, igualdad y todo eso. – suspiré, recordando sus mentiras de amor. —Pero, bueno, al final me dejó cuando se enteró de que yo no tenía un duro. Ahí se acabaron los discursos de respeto.
—¿Te dejó por dinero? —preguntó Mar, con los ojos como platos.
—Pues sí. El gran mentiroso que todo el rato decía como me amaba... hasta que vio que el horizonte financiero era, digamos, nublado.
Mar soltó una carcajada tan fuerte que me hizo reír también.
—Vaya, vaya. Así que al final todos se largan cuando la cosa se complica, ¿eh?
—Algo así —admití, un poco avergonzada, pero más aliviada por la risa.
Mar sacudió la cabeza, divertida.
—Y luego dices que el campo no es diferente. ¿A quién de aquí se le ocurre dejar a una mujer por dinero? Aquí, con o sin dinero, las cosas no funcionan así. Aquí funciona simple magia de amor.
Nos reímos las dos. De repente Mar se quedó en silencio por un momento, como si estuviera evaluando lo que acababa de decir. Al final, soltó un suspiro y se levantó de la silla, sacudiéndose el polvo del delantal.
—Bueno, la vida no es fácil para ninguna de nosotras, pero supongo que tienes razón en algunas cosas, Vicky —dijo, y se me quedó mirando con una sonrisa cansada—. No es que vaya a dejar a Kiko, pero quiero que vea que puedo seguir sin él. No soy una inválida. Si me necesita, que lo demuestre, y si no, pues que se largue de una vez.
Me quedé mirándola, sorprendida por la firmeza en su voz.
—¿Así que te quedas aquí? —pregunté, todavía intentando procesar lo que acababa de oír.
Mar asintió con la cabeza.
—Sí. Le voy a demostrar a ese hombre que puedo arreglármelas sola. Y además, no te voy a dejar aquí, sola, en este Pazo que, aunque lo hemos limpiado, sigue pareciendo un escenario de una película de miedo. Al menos, hasta que tengas luz y agua. Que, por cierto, es lo mínimo para que esto pueda considerarse civilización.
No pude evitar reírme ante su comentario. Mar tenía una forma única de darle la vuelta a las situaciones.
—Te lo agradezco, Mar. Pero no te preocupes, puedo apañármelas sola si hace falta.
Ella me miró de reojo y soltó una carcajada.