Renacer de Vicky

Capítulo 28: Dudas y decisiones fatales

El lunes siguiente, volví a la ciudad para encontrar un instalador de la caldera y reunirme con el agente inmobiliario. Durante todo el fin de semana intenté distraerme, evitar pensar en la discusión con Víctor y las advertencias de Mar. Pero, por más que intentaba enfocarme en otra cosa, esos pensamientos volvían a mi mente como un eco insistente que no podía silenciar. Aun así, tenía que seguir adelante con la venta del pazo. Era lo más sensato, ¿verdad?

Pero al parecer este lugar había echado raíces en mí, sin que me diera cuenta. Con el corazón aún en conflicto, subí al coche y conduje a la ciudad, tratando de ignorar la creciente sensación de que algo no iba bien.

Cuando llegué a la oficina del agente, me recibió con su sonrisa habitual: amable, pero con ese toque de condescendencia que nunca lograba disimular del todo. La oficina era pequeña y acogedora, pero de alguna manera me recordaba por qué no me sentía en casa ni en esta ciudad ni en el pueblo. No encajaba en ninguno de los dos lugares.

—Bueno, señorita Maroto —dijo el agente mientras hojeaba unos papeles—, como le mencioné antes, hasta ahora solo hemos recibido una oferta seria por su propiedad.

—¿Cómo se llama el comprador? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta.

—David Muñoz, es un joven empresario. Parece estar realmente interesado porque ha aumentado su oferta inicial hasta los seiscientos mil euros.

David Muñoz... Solo su nombre me provocaba una incomodidad inexplicable. Sabía que había algo más detrás de su oferta, pero por alguna razón, me costaba verbalizarlo, incluso en mi mente. ¿Era por lo que Mar me había dicho? ¿O tal vez era algo que yo misma no quería admitir?

Asentí, tratando de no mostrar la incomodidad que me causaba escuchar su nombre. Sabía que David había hecho la oferta; lo había asumido desde el principio, pero escucharlo en voz alta me revolvió algo en el estómago.

—Mire, por experiencia, sé que vender propiedades rurales grandes como su pazo puede ser complicado —continuó el agente—. Puede que el señor Muñoz sea su mejor opción. Estas ventas suelen tardar mucho si decide esperar a otro comprador.

Mis dedos jugaban nerviosamente con las llaves de mi coche mientras la tensión en mis hombros seguía acumulándose. Sabía que tenía razón. El pazo era una carga, algo que no podía mantener, mucho menos restaurar. Pero entonces recordé la mirada de Víctor, su reacción cuando mencioné la venta, y las advertencias de Mar. ¿Qué sabía yo realmente sobre David Muñoz?

—¿Cree que no haya alguien más interesado? —pregunté, casi sin querer saber la respuesta.

El agente negó con la cabeza, justo como esperaba.

—Por el momento, no. David Muñoz es el único que ha presentado una oferta formal. Su interés parece sólido.

Las palabras del agente resonaban en mi cabeza mientras intentaba convencerme de que tenía sentido aceptar la oferta. “Si me pagan lo que quiero… ¿qué importa lo que pase con el pazo y el pueblo?”, me repetía una y otra vez, como un mantra. Pero no podía deshacerme de esa vocecita persistente que me decía lo contrario.

De repente, me pregunté si no estaba cometiendo un grave error al dudar. Tal vez estaba siendo demasiado sentimental, demasiado ingenua al pensar que el pazo y el pueblo merecían algo más que el dinero. ¿De verdad importaba lo que pasara con ese lugar? Era un montón de piedras viejas, arruinadas, que me ataban a una vida que nunca había sido la mía. Mi vida estaba en la ciudad, con oportunidades reales, lejos de estas dudas y este pasado que ni siquiera me pertenecía del todo. ¿Por qué seguía aferrándome a él?

Pero... algo en mí se resistía. ¿Estaba dándole demasiada importancia a lo que había dicho Víctor? ¿A las advertencias de Mar? Ellos eran parte de este pueblo, de esta historia, y tal vez estaban demasiado involucrados emocionalmente para ver las cosas con claridad. Tal vez yo era la única que veía el pazo por lo que realmente era: una carga, una propiedad que nunca podría mantener, un símbolo de algo que nunca había pedido. Y sin embargo... ahí estaba, dudando. ¿Por qué no podía simplemente firmar los papeles y desentenderme de todo?

—¿Podemos avisarle que está lista para un acuerdo? —preguntó el agente, notando mi vacilación.

Suspiré, sintiendo el peso de la decisión caer sobre mis hombros. “¿Qué importaba lo que pasara con este pueblo? No soy de aquí”, me repetía una vez más. No tengo nada que ver con esta gente. Si David me ofrecía lo que necesitaba para seguir adelante, ¿por qué debería preocuparme?

Y, sin embargo, algo me detenía. Una parte de mí no podía ignorar las palabras de Mar. Sabía algo más sobre David, algo oscuro, aunque no tenía pruebas concretas. ¿Y si ella tenía razón? ¿Y si estaba vendiendo no solo el pazo, sino también el futuro del pueblo? ¿De qué manera afectaría mi decisión a la gente de aquí? ¿Realmente me importaba lo suficiente para hacerme esta pregunta? El conflicto en mi interior crecía, la lógica y la razón enfrentándose con una intuición que no podía descifrar.

¿Y si Mar estaba equivocada? ¿Y si David solo era un comprador más, uno con intenciones legítimas? ¿Estaba sacrificando mi estabilidad financiera y emocional por temores infundados, por historias que ni siquiera eran mías? Pero entonces, ¿por qué no podía sacudirme esa sensación de que, al vender el pazo, estaba perdiendo algo más que una propiedad? ¿Tal vez parte de mi propia identidad?

—No, esperaré un poco, quite mi propiedad de la venta por ahora —respondí, intentando sonar convencida, aunque ni yo misma me creía del todo lo que dije.

El agente me miró con sorpresa.

—Como usted desee —respondió.

Salí de la oficina, agradeciéndole y caminando lentamente hacia mi coche. El aire de la ciudad era cálido y sofocante, pero aun así sentí un frío recorrerme por dentro. Las dudas ya se habían instalado en mi cabeza, y aunque intentaba convencerme de que estaba tomando la decisión correcta, no podía deshacerme de la sensación de que algo no estaba bien.




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