Después de la asamblea, las cosas en el pazo empezaron a mejorar de una manera que nunca hubiera anticipado. El apoyo de los aldeanos, sumado al inesperado dinero de mi bisabuelo, don Adolfo, fue el impulso que necesitábamos para arrancar las obras de restauración casi de inmediato. Sentía, por primera vez en mucho tiempo, que algo bueno estaba ocurriendo. El pazo, que durante años había estado sumido en el abandono, comenzaba a despertar.
Los primeros días fueron un caos controlado. Los albañiles llegaron temprano para reparar los muros y los carpinteros no tardaron en devolverle vida a los viejos pisos de madera. Todo avanzaba a un ritmo que me impresionaba, pero lo que más me sorprendió fue la solidaridad de la gente del pueblo. Muchos venían a ayudar sin esperar nada a cambio, aunque les había prometido pagarles algo en cuanto pudiera. Algunos trabajaban mano a mano con los obreros, mientras otros traían comida o herramientas. Nunca había sentido una conexión tan fuerte con un lugar, como si el pazo no solo fuera mío, sino también de ellos.
Pablo, Víctor y Mar estaban a mi lado constantemente, ayudándome a supervisar todo. Un día, mientras revisábamos los pedidos de materiales, Mar me miró con una sonrisa satisfecha.
—Vicky, no sé si te has dado cuenta, pero esto está avanzando increíblemente bien —dijo señalando los jardines que comenzaban a tomar forma.
—Sí, va más rápido de lo que pensé —le respondí, aunque en el fondo sabía que el dinero de don Adolfo había sido clave—. Pero todavía queda mucho trabajo por delante.
Víctor, que estaba a mi lado, me dio una palmada en la espalda.
—Lo importante es que ya no estás sola en esto. Tienes el dinero y el apoyo de la gente. Ahora el pazo volverá a ser lo que era.
Asentí con una sonrisa, pero no podía dejar de pensar en algo más. A pesar de todo lo que estaba mejorando, las palabras de Ramona seguían resonando en mi cabeza: "No te acerques a los Alvear." No podía sacarme de la mente la maldición y cómo mi familia parecía estar atada a ellos de una manera que aún no entendía del todo.
—¿En qué piensas? —preguntó Pablo, interrumpiendo mis pensamientos.
—En la maldición de los Alvear —dije, más para mí misma que para él—. Siento que, aunque las cosas están mejorando, aún hay mucho que no sé. Ramona me contó cosas que… no sé si estoy lista para saber todo.
Pablo y Víctor me miraron en silencio. Sabían que había mucho misterio en torno a mi familia, pero este no era el momento para profundizar en ello. Había trabajo que hacer.
Los días pasaron y, con cada mejora en el pazo, sentía que el lugar volvía a respirar. Los jardines florecían de nuevo, las fuentes volvían a funcionar y la casa misma parecía más luminosa, más viva. Incluso las habitaciones para turistas ya tenían un huésped. Mario decidió quedarse en el pazo para estudiar todos los libros que habíamos encontrado. Sin embargo, no todo era tan perfecto como parecía.
Una tarde, fui a revisar cómo seguían los trabajos en la restauración de la capilla, una pieza clave para mi negocio de wedding planner. Encontré a Pablo en lo alto del tejado, concentrado en reparar las tejas desgastadas por el tiempo.
—Pablo, ¿qué tal va todo? —le pregunté, alzando la voz para que me escuchara.
—Bien, acabamos con el tejado y podemos empezar con el retablo —respondió sin apartar la vista del trabajo.
—¿Y encontraste a alguien para hacer la piscina?
—Pronto vendrá el otoño —interrumpió Mar, que apareció cargada con una botella de agua para los trabajadores—. ¿De qué piscina hablas?
Pablo me miró sorprendido.
—Eso es una mala idea, Vicky —dijo, negando con la cabeza—. Apenas tenemos suficiente personal para lo que estamos haciendo ahora, y ni siquiera hemos terminado la capilla.
—¡Pero imagina lo increíble que sería! —intenté entusiasmarlo.
—Y muy glamurosa —añadió Mar con una sonrisa burlona.
En medio de la discusión, David Muñoz apareció de repente, como una sombra inesperada.
—Victoria —me llamó con un tono serio.
Mar lo miró desafiante.
—¿Qué quieres aquí? —preguntó, con una firmeza que casi me hizo reír.
—Tú no eres Victoria, así que cállate —le espetó David sin disimular su irritación.
Mar se quedó en silencio, sorprendida por su brusquedad. Entonces, él se dirigió a mí, suavizando su tono.
—¿Podemos hablar?
Asentí, aunque la tensión era palpable. Nos alejamos de Pablo y Mar y nos dirigimos hacia la casa. Sabía que algo no andaba bien.
—Victoria, ¿qué estás haciendo aquí? —preguntó, con una sonrisa tensa—. Estás restaurando el pazo… ¿Y has contratado trabajadores nuevos? Espero que todo esté en regla.
—Como puedes ver —respondí, manteniendo la calma.
—Eso está bien. Pero no malgastes tu dinero. Cuando yo me encargue, haré las cosas a mi manera. Ah, por cierto, los documentos ya están listos. El notario nos espera.
Me detuve, incrédula.
—David, ya te dije que no voy a vender el pazo.
Su expresión cambió en un instante, su voz se volvió fría.
—Lo prometiste, Victoria…
—No te prometí nada. Te dije que lo pensaría. Y ya lo he hecho. Decidí restaurarlo. Lo siento si eso te causa algún inconveniente.
David dio un paso hacia mí, su rostro torcido por la furia.
—¿Inconveniente? ¿Crees que estoy jugando contigo? ¡Eres una ingenua! No tienes idea de con quién te estás metiendo.
—Sal de aquí —le espeté, intentando no mostrar miedo.
—Te arrepentirás —gruñó—. Este pazo será mío. Y cuando eso ocurra, no te ofreceré el mismo precio.
Lo miré desafiante.
—Espera sentado.
David sonrió con malicia.
—¿Sabes de las conexiones que tiene mi padre? —su voz fue un susurro amenazante—. Si se lo pido, te borrará a ti y a este pazo del mapa.
No me dejé intimidar.
—Haz lo que quieras. No me asustas.
Sin esperar respuesta, me di la vuelta, dejando atrás a un hombre acostumbrado a salirse con la suya. Apenas había dejado atrás a David cuando me encontré con Víctor. Venía de la capilla, con las manos llenas de herramientas. Al verme, su expresión se tensó.