Renacer de Vicky

Capítulo 45: Un hallazgo inesperado

A la mañana siguiente, mientras esperaba a Víctor para ir a la ciudad y visitar al abogado, me senté en la cocina con una taza de café. El aire era cálido y la casa tranquila, salvo por el lejano sonido de los obreros trabajando afuera. Aunque el sol brillaba y la luz se filtraba a través de las ventanas, mi mente estaba llena de nubes grises. Sabía que David Muñoz no se rendiría fácilmente, pero tampoco lo haría yo. La batalla legal que se avecinaba me tenía en un estado de alerta, como un gato a punto de saltar.

Mario, como siempre, estaba en su rincón habitual, tan absorto en su libro que bien podría haber pasado por una estatua en un museo. Sus ojos recorrían las páginas con la misma devoción que alguien buscando un mapa del tesoro perdido. Llevaba días sumido en los libros que habíamos desenterrado del baúl de mi bisabuelo, completamente olvidando de seguir su Camino de Santiago, y su entusiasmo por la historia me arrancaba una sonrisa, incluso en medio del caos. Era como si hubiera encontrado un tesoro y no pudiera esperar a compartirlo.

—¿Qué lees hoy, Mario? —le pregunté, tratando de distraerme de los problemas legales que me esperaban—. ¿Seguro que no quieres dar un paseo por el jardín? Ya sabes, estirar las piernas y descansar un poco.

—Descansar está sobrevalorado —respondió sin levantar la vista, sumido en sus pensamientos. Su voz sonaba como si estuviera recitando una verdad universal—. Además, si descanso, corro el riesgo de darme cuenta de que el mundo sigue girando sin mí, y no estoy preparado para esa decepción existencial.

Me reí, sacudiendo la cabeza. Mario tenía esa forma peculiar de ver la vida. Su obsesión con la historia era, en el fondo, una forma de ignorar los problemas cotidianos. Me pregunté si alguna vez había considerado el potencial de un buen paseo al aire libre.

—Vicky, ven aquí. Tienes que ver esto —dijo de repente, con un tono de emoción que no podía ignorar.

Me acerqué, intrigada, y miré por encima de su hombro. El texto estaba en un español antiguo y formal, pero lo suficientemente legible para captar mi atención. Hablaba de una bodega que alguna vez había existido en el pazo. Según los registros, los Alvear producían un vino especial que exportaban nada menos que a Francia.

¡Exportar vino a Francia! Me parecía una idea ridícula, porque todo el mundo sabe que el vino francés es considerado el mejor del mundo. Pero, claro, ¿quién sabe cómo eran las cosas en aquella época? Tal vez las prioridades eran otras, o quizá alguien tenía más confianza en nuestro vino de lo que yo jamás habría imaginado.

—Suena tan sorprendente —dije, haciendo un gesto hacia la ventana, donde los viñedos se extendían hasta donde alcanzaba la vista—. Pero aquí hay viñedos y por supuesto hacían vino. Si hubieran exportado junto con empanadas gallegas, ya sería otro cantar.

—Espera, eso no es todo —replicó Mario, sonriendo como si tuviera un as bajo la manga—. Parece que el vino era tan famoso que... ¡el mismísimo José Bonaparte, Pepe Botella, vino aquí para comprarlo!

Lo miré, pestañeando varias veces, como si eso fuera a ayudarme a digerir la información.

—¿José Bonaparte? ¿El hermano de Napoleón? —pregunté, intentando procesarlo—. ¿Vino hasta aquí por vino? Supongo que la tienda de la esquina le quedaba muy lejos, ¿eh?

Mario asintió con entusiasmo, casi saltando de su asiento.

—Eso dicen estos registros. Al parecer, le hicieron una gran recepción y gastaron un montón de dinero. Lo trataron como a un rey... aunque, técnicamente, lo era. Pero escucha esto —su voz bajó como si alguien pudiera escucharnos—: ¡intentaron envenenarlo!

Me quedé mirándolo, esperando que rematara con un "es broma". Pero no, lo decía en serio.

—¿Envenenarlo? —pregunté—. ¿Seguro que no estaban solo intentando mejorar la receta del vino? Un toque letal y voilà, ¡vinos de autor!

Mario sonrió, pero luego su expresión se tornó seria mientras señalaba otra parte del texto.

—Dos días antes de la visita, un tal Juan Palo recibió dos maravedíes por cuatro marcos de aceite de ricino. Y, Vicky, el aceite de ricino no es solo para aliviar el estreñimiento... —añadió con una mueca—. En grandes cantidades, es altamente tóxico.

—Ah, genial —dije, con sarcasmo—. Entonces mis antepasados no solo eran unos sibaritas crueles, también estaban experimentando con la cocina... ¡con un giro mortal! Qué forma de hacer enoturismo, ¿no?

Mario se rió, pero su tono se volvió más grave.

—Creo que el símbolo del lirio roto en el escudo de los Alvear representa su lucha contra las tropas napoleónicas. Y este intento de envenenar a Bonaparte encajaría perfectamente en esa narrativa.

—¿Me estás diciendo que mis antepasados intentaron asesinar al hermano de Napoleón? ¡Vaya familia! —exclamé, entre broma y nervios—. Y yo preocupada por organizar las reparaciones del pazo, cuando resulta que podría estar viviendo en una versión española de "Juego de Tronos".

Mario no pudo contener la risa, y yo me uní a su risa, imaginando la escena en la que un Bonaparte se sentaba en la mesa de mis antepasados, disfrutando de un almuerzo lleno de vino y veneno.

—No lo veo tan drástico, pero sí, tus antepasados jugaban en las grandes ligas. Lo mejor de todo es que si esto se confirma, este lugar podría convertirse en un sitio histórico. Un lugar que intentó matar a un Bonaparte tiene cierta relevancia, ¿no crees?

Mi mente empezó a trabajar a toda velocidad. Si esto era cierto, podría ser la salvación del pazo. Un descubrimiento de tal magnitud obligaría a las autoridades a proteger el lugar, lo que complicaría los planes de David Muñoz.

—Mario, esto podría ser nuestra carta ganadora —dije emocionada—. Si logramos probar que José Bonaparte estuvo aquí, el pazo podría ser declarado patrimonio histórico. Y con eso, David Muñoz tendría que buscarse otro pasatiempo. Tal vez la jardinería o coleccionar sellos.




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