A Víctor y yo estábamos en el sofá, sumidos en ese tipo de momento que solo se ve en las películas románticas. Nuestros labios se acercaron y, cuando finalmente nos besamos, fue como si por fin, después de tanta tensión, el universo nos diera un respiro. El beso fue lento al principio, y luego, bueno... bastante prometedor.
Pero claro, en la vida real, los momentos perfectos no duran mucho.
De repente, escuché un estruendo en la entrada, como si alguien hubiera tropezado con un jarrón o algo. Antes de que pudiera apartarme de Víctor, apareció Mario en la sala, desaliñado, con papeles volando de sus manos y un brillo de emoción en los ojos. Estaba tan concentrado en su misión que ni se dio cuenta de que Víctor y yo seguíamos pegados el uno al otro.
—¡Vicky, lo encontré! —gritó, como si hubiera descubierto el Santo Grial. Yo, claro, casi me atraganto con mi propia lengua. Me separé de Víctor de un tirón, todavía con la sensación del beso en los labios, mientras Mario seguía lanzando documentos sobre la mesa como si fuera un mago sacando cartas.
—¡Esto es importante! —dijo, su voz llena de una energía casi maniaca—. ¡El Pazo fue escenario de un intento de asesinato de José Bonaparte! ¡Estamos salvados!
Víctor y yo intercambiamos una mirada rápida, ambos aun intentando recuperarnos de nuestro momento interrumpido. Pero no, Mario estaba en otro mundo. Para él, los besos, el romance, o cualquier cosa que no fuera historia, sencillamente no existían. Detrás de él apareció Sofia con una sonrisa. No sé, si ella vio aquello, que Mario ni percibió.
—No os esperaba tan temprano. - Me aclaré la garganta, tratando de recomponerme, mientras Mario seguía desplegando mapas y documentos antiguos sobre la mesa.
—Ajá... ¿y no podrías haber tocado la puerta antes? —se rio mi amiga, pero Mario ni pestañeó, totalmente absorto en su descubrimiento.
- ¿Qué has encontrado? — le pregunté, sintiendo una chispa de esperanza crecer en mi interior.
—El Pazo fue escenario de un intento de asesinato de José Bonaparte —dijo, sus ojos brillando de emoción—. ¡Esto es mucho más que una propiedad! He reunido toda la evidencia y la he presentado a la Real Academia de la Historia. Si validan mi descubrimiento, este lugar podría ser declarado Patrimonio de la Humanidad.
Sentí cómo la esperanza crecía dentro de mí. ¡Por fin teníamos algo sólido para detener la demolición! Pero cuando miré el rostro de Víctor, vi la preocupación en sus ojos, ese gesto tenso que me decía que aún había algo que no cuadraba.
—¿Estás seguro de que esto será suficiente para detener la demolición y otras trabas de Muñoz? —preguntó Víctor, cruzando los brazos y mirándolo con escepticismo.
Mario asintió, pero su entusiasmo se desvaneció un poco, y su expresión se volvió más seria.
—Claro que sí... bueno, en teoría —dijo con un tono mucho más cauteloso—. La academia está revisando el caso, pero estos procesos no son rápidos. Podrían tardar semanas, quizás meses, en llegar a una decisión oficial.
Mi corazón se hundió de inmediato. Esa pequeña llama de esperanza que había empezado a encenderse se apagó casi al instante. No teníamos tanto tiempo.
—No tenemos semanas ni meses, Mario —dije, apretando los dientes—. En la carta que me entregaron dice que la demolición será dentro de tres días. O sea pasado mañana.
Víctor soltó un suspiro y se pasó la mano por el cabello, visiblemente frustrado. Dos días. ¡Dos malditos días! Y Mario, aunque estaba aportando algo enorme, se veía claramente contrariado al saber que la burocracia podría costarnos todo.
—Tenemos que hacer algo más —murmuré, pensando en voz alta, sintiendo cómo la ansiedad se acumulaba en mi pecho—. No podemos simplemente esperar y ver qué pasa.
Sofía, que había estado escuchando en silencio con los brazos cruzados y una expresión pensativa, de repente dio un paso adelante, con los ojos brillando de determinación.
—¡Yo sé qué hacer! —exclamó con una convicción que me sorprendió—. Voy a mandar un aviso de inmovilización a mis seguidores en redes sociales. Puedo conseguir que cientos, tal vez miles, vengan aquí para apoyar y detener la demolición. Si hacemos suficiente ruido, será imposible que las autoridades actúen sin que el mundo se entere.
La energía de Sofía era contagiosa, y por primera vez en lo que parecía una eternidad, vi una luz al final del túnel. Ella era una experta en usar las redes sociales para movilizar a las masas, y sabía que su influencia podía marcar la diferencia.
—Eso podría retrasar las cosas, al menos temporalmente —dije, aferrándome a la idea.
—Mientras tanto —continuó Sofía, sacando su teléfono para empezar a organizar la ofensiva—, mi madre intentará mover sus contactos para averiguar por qué la demolición ha sido aprobada tan rápido. Esto no es normal, algo extraño está pasando detrás de todo esto.
—¿Tu madre? —preguntó Víctor, con una ceja levantada.
—Sí, no la subestimes —respondió Sofía con una sonrisa astuta—. Tiene amistades en lugares muy altos y sabe cómo manejar a la gente adecuada. Si alguien puede desenterrar la razón de esta prisa, es ella.
Víctor y yo intercambiamos miradas. La situación parecía completamente surrealista: un intento desesperado de salvar el Pazo, con influencers de redes sociales, contactos políticos y una movilización al estilo activista. Todo era como sacado de una novela, pero era nuestra única opción.
—Bueno, no tenemos nada que perder —dijo Víctor finalmente, sacudiendo la cabeza como si aún estuviera tratando de asimilar el plan—. Hagámoslo. Pero si vamos a hacer esto, tenemos que hacerlo bien. Voy a hablar con los vecinos. Si conseguimos que se unan y se presenten en masa aquí cuando lleguen las autoridades, podremos ganar algo de tiempo. Espero que ellos también saldrán a la defensa del pazo.
— Esto va a ser épico. —replicó Sofía, levantando su móvil en el aire.