Meses después de aquella agitada mañana en el Pazo, las cosas habían cambiado más de lo que jamás hubiera imaginado. El Pazo, nuestro Pazo, ya no era solo una vieja casona al borde de la demolición. La Real Academia de la Historia finalmente reconoció el descubrimiento de Mario, y el Pazo fue declarado Patrimonio de la Humanidad. Aquel intento de asesinato de José Bonaparte, que había sido el centro de nuestra lucha, terminó por salvarnos a todos.
Hoy, sin embargo, era un día aún más especial. El sol brillaba sobre el Pazo, y las flores silvestres rodeaban el lugar, dándole un aire mágico y festivo. Hoy era el día de mi boda con Víctor. El lugar que casi perdimos, y que significaba tanto para nosotros, era ahora el escenario perfecto para nuestro "sí, quiero". Cada rincón del Pazo tenía su propia historia, pero hoy estábamos escribiendo una nueva, juntos.
Cuando llegó la hora de caminar hacia el altar, no fue mi padre quien me acompañó. Él ya no estaba en este mundo para hacerlo, pero Mario, con su mezcla de locura y ternura, se ofreció a llevarme. Mario… bueno, Mario seguía siendo Mario. La historia siempre sería su gran amor, pero también empezó a ver el mundo de una manera un poco más amplia. Su obsesión con Sofía como la encarnación de "La Libertad" aún nos hacía reír de vez en cuando, pero nadie podía negar que su descubrimiento fue el catalizador que lo cambió todo.
Vestido con su traje, algo desaliñado, y nervioso como pocas veces lo había visto, Mario me tomó del brazo con una mezcla de orgullo y emoción que me tocó el corazón.
—Bueno, Vicky, aquí estamos —me dijo en voz baja mientras empezábamos a caminar por el pasillo de nuestra capilla bien restaurada, lleno de pétalos de flores—. ¿Quién iba a pensar que de salvar un Pazo íbamos a llegar hasta aquí?
Me reí suavemente, tratando de no emocionarme demasiado. Mario, a su manera, había estado a mi lado durante este viaje. Nos conocimos como compañeros de investigación, pero él se había convertido en algo más: un amigo, o más bien un hermano, que nunca tuve.
—Gracias, Mario. No podría estar aquí sin ti —le susurré, dándole un apretón en el brazo.
Él solo asintió, visiblemente emocionado, y cuando llegamos al altar, me entregó a Víctor con una sonrisa llena de satisfacción, como si en su mente esto fuera el desenlace perfecto de una de sus historias favoritas.
Víctor me esperaba con esa sonrisa tranquila y segura que me había conquistado desde el principio. Nos miramos a los ojos, y en ese momento supe que este era el lugar donde debía estar. Todo lo que habíamos pasado juntos, todas las luchas, los momentos de incertidumbre, nos habían llevado aquí. Él era mi hogar.
—Estás preciosa —me susurró, y con esas dos palabras me hizo olvidar cualquier nerviosismo.
Mi hermana, Mar, estaba a mi lado, pero su vida también había dado un giro inesperado. Después de mucho drama, se estaba divorciando de Kiko. Curiosamente, todo ese lío la había llevado de vuelta a Pablo, su amigo de la infancia, quien durante mi despedida de soltera la sorprendió con una proposición de matrimonio. Nunca había visto a Mar tan relajada y contenta. Parecía que todo estaba encajando para ella también.
—Primero me divorcio y luego me comprometen. ¡Esto es de locos! —me había dicho Mar entre risas cuando me contó la historia—. Pero, ¿sabes qué? creo que finalmente le diré que “Sí”. Pablo siempre ha estado ahí, aunque nunca lo vi de esta manera y ahora siento que puedo empezar de nuevo con él.
Sofía, por supuesto, estaba allí, liderando como siempre, aunque esta vez su misión no era salvar el Pazo, sino ayudarme organizar la mejor boda de todas. Durante los últimos meses, su madre había iniciado una investigación en el ayuntamiento, moviendo sus contactos de una manera que solo ella sabía hacer. Descubrió un montón de irregularidades que afectaban directamente a la demolición acelerada del Pazo y no solo esto. Resultó que todo había sido impulsado por el teniente de alcalde, el padre de David Muñoz. La madre de Sofía sacó a la luz tantos escándalos que el teniente de alcalde no tuvo más remedio que dimitir. La prensa local estaba llena de titulares sobre corrupción y favores políticos, y David, acorralado y sin salida, se marchó del país.
Nadie sabía exactamente dónde estaba, pero había rumores de que se había instalado en Argentina, intentando empezar de nuevo lejos de la sombra de su padre. Sospecho que fue a buscar otros Alvear.
—¿Te lo puedes creer? —me había dicho Sofía, riendo cuando me contó sobre la caída del teniente de alcalde—. Se fue como un cobarde, y mi madre está desenterrando cosas que no te imaginas. Ya nadie puede moverse sin que ella lo sepa.
La mirada de Víctor me devolvió al presente. Era el momento de los votos. Le miré a los ojos y sentí que el peso de todo lo vivido se desvanecía. Habíamos pasado por tanto, pero allí estábamos, más fuertes que nunca.
—Te amo —dije, sintiendo cómo las palabras se me quedaban cortas para todo lo que quería expresar—. No solo por lo que hemos vivido, sino por todo lo que vamos a vivir juntos. No puedo imaginarme esta vida sin ti.
Víctor sonrió, con esa calma suya que siempre me había dado paz, y respondió:
—Y yo a ti, siempre a tu lado. No importa lo que venga, lo enfrentaremos juntos. Estaré siempre a tu lado, pase lo que pase.
Nos besamos, y esta vez nadie vino a interrumpirnos. Ni Mario con sus descubrimientos históricos, ni Sofía con una protesta organizada, ni las autoridades locales con órdenes de demolición. Esta vez, éramos solo nosotros, en el lugar que habíamos salvado, celebrando el comienzo de nuestra nueva historia.
Más tarde, mientras brindábamos con nuestros amigos y familiares, me tomé un momento para mirar a mi alrededor. Todo había cambiado: el Pazo era ahora un símbolo de resistencia no solo histórica, sino la mía propia, y también de nuevos comienzos. El viento suave acariciaba mi rostro, y en ese instante supe que no solo habíamos salvado un edificio, sino que habíamos encontrado algo mucho más importante: nuestro hogar, nuestro amor, y a las personas que nos hacían completos.