El sol comenzaba a esconderse tras los muros altos de la ciudad, proyectando sombras largas que parecían extenderse como manos codiciosas sobre los barrios bajos. El mercado seguía vivo, con los mercaderes cerrando sus puestos y los niños corriendo entre la multitud, ignorantes del oscuro juego que se desarrollaba a su alrededor. En ese preciso momento, mientras la noche se acercaba, Tobias se encontraba una vez más en su estudio, con un mapa desplegado frente a él, lleno de marcas, anotaciones y con detalles de los recientes movimientos en el Sur y el Este.
Los rebeldes crecían en número, eso lo sabía. Las palabras de Rorik esa mañana aún resonaban en su mente. Podía sentir cómo la tensión política y social se tensaba como una cuerda al borde de romperse. Si no tomaba el control pronto, todo el sistema que había ayudado a construir caería sobre él. En cierta medida, había algo más que lo perturbaba: el creciente descontento interno.
Las facciones dentro de la ciudad ya no atendían al comunicado que él les hacía imponiendo miedo. Tobias siempre había confiado en que el chantaje y la corrupción serían suficientes para mantener el orden, pero estaba claro que ese método había comenzado a fallar. Los rumores sobre el sur habían encendido una chispa de esperanza en los oprimidos, una esperanza peligrosa que debía extinguir antes de que se convirtiera en un incendio incontrolable.
Se levantó de su escritorio, tomando una aspiración fuerte y prolongada seguida de una espiración, acompañada de un gemido que solo podía denotar su ansia antes de llamar a Rorik otra vez. Lo necesitaba en este momento, no solo como su ejecutor, sino como su consejero más leal. Para él, Rorik era diferente. Creía que se entendían de una manera que pocos podían comprender.
—Rorik La situación en el sur requiere una respuesta inmediata. No podemos esperar más —hablo con un hilo de voz cuando el hombre entró.
Rorik asintió, pero su silencio le indicó a Tobias que el hombre tenía algo más que decir. Cuando tras hacer una pausa prolongada habló, lo hizo con esa fría eficiencia que le era tan característica.
—Los rebeldes no son nuestra única preocupación. He escuchado rumores de que algunos de nuestros aliados aquí, en la ciudad, están considerando unirse a la causa —falseó, sin rodeos.
Tobias cerró los ojos por un breve segundo. Lo había sentido en el aire, en el remiso que resulta de hablar quedo de las calles. La corrupción había sido su mayor aliada, pero también era un enemigo impredecible. Los mismos hombres a quienes había sobornado y chantajeado podrían ahora volverse en su contra si pensaban que había una alternativa más lucrativa o segura.
—Nos hemos debilitado. La lealtad no puede comprarse sin término de caducidad. Necesitamos hacer algo más... definitivo —se justificó Tobias, más para sí mismo que para Rorik.
Rorik inclinó la cabeza, fino, entendiendo lo que eso significaba. Consciente que la brutalidad era a veces necesaria, aunque también que cada acto en contra de los demás podía encender una chispa de rebelión en quienes sufrían bajo su yugo. Había visto el patrón antes: la humillación pública, la tortura en los calabozos, los cuerpos que desaparecían en la oscuridad de la noche. Y sin embargo, el miedo siempre era temporal. Sujeto a la rabia que eclipsaba al temor.
—Tengo un plan. Pero necesito saber quiénes son nuestros enemigos dentro de la ciudad. No puedo arriesgarme a hacer movimientos sin estar seguro de que mi propia casa no se está derrumbando sobre mí —reveló Tobias con su voz como un carnicero.
Rorik asintió, y con un breve asentimiento de su cabeza, salió de la habitación, listo para cumplir las órdenes de su maestro.
En otra parte de la ciudad, Nela había encontrado un rincón discreto donde esperar la llegada de Celdrin. Había oído su nombre entre los sirvientes, sabía que era un hombre rodeado de personas que transportaban información entre los lugares más oscuros de la ciudad. Él era el tipo de persona que podría ayudarla, o al menos ofrecerle lo que había escuchado sobre lo que sucedía más allá de los muros de la mansión.
Mientras lo esperaba, su mente volvía una y otra vez a lo que había escuchado esa mañana. La idea de que Tobias, ese hombre que parecía tener todo bajo control, podría estar perdiendo su poder era algo que no había considerado posible antes. Para alguien como ella, que había vivido bajo el control y la opresión de su familia y de Tobias, la posibilidad de un cambio era... aterradora y emocionante al mismo tiempo.
No había nacido para ser una revolucionaria. Había nacido para ser una servidora, una trabajadora, una sombra en la casa de los poderosos. Pero algo dentro de ella se resistía a aceptar ese destino por completo. Y ahora, con las tensiones aumentando, sentía que estaba llegando su momento. Solo necesitaba el valor para tomar la decisión correcta.
La figura de Celdrin apareció entre las sombras, su aspecto de cualidad extraordinaria hizo que el corazón de Nela latiera más rápido. No sabía si podía confiar en él, pero no tenía muchas opciones.
—¿Cómo estás? He oído que buscas respuestas —saludó Celdrin, su voz ronca y directa.
Nela asintió, sin atreverse a mirarlo a los ojos.
—No sé qué pretendes hacer, chica, pero este no es un juego para los débiles. Si te involucras con los rebeldes, si decides enfrentarte a Tobias, debes estar preparada para las consecuencias. Esto no es una historia donde los héroes ganan y los villanos pierden. Aquí, todos estamos atrapados en la misma red —le regaló un discurso mirando de arriba abajo al evaluar a la joven —Así que dime, ¿estás lista para lo que viene?
Nela tragó saliva, sintiendo el peso de la pregunta. No tenía todas las respuestas, pero ya no podía seguir viviendo así. Había llegado el momento de actuar, de alguna manera.