El viento frío silbaba a través de las calles estrechas, arrastrando consigo el polvo y el rumor de una rebelión. En lo alto de la torre de piedra que dominaba el centro de la ciudad, Tobias miraba la panorámica, aunque sospechaba que el verdadero problema estaba mucho más cerca de lo que prefería admitir. Los informes de su terrateniente Rorik habían confirmado lo que ya sospechaba: los cimientos de su poder estaban temblando, y no solo desde el exterior. ¿Pero a qué jugaba su hombre de mayor confianza? Pronto lo descubriría.
La ciudad era un hervidero dentro de un cuerpo sometido a la acción de fuerzas opuestas que lo atraían: diferencia de raza y la opinión sobre su gobierno, como siempre lo había sido, pero esta vez la molestia que ejercía sobre otros ya no bastaba para sofocar el resentimiento. Las distintas etnias que formaban la base de su ciudad-estado, desde los Vjorn del este hasta los Melha del sur, comenzaban a ver en la rebelión una oportunidad Era conocedor de eso, pero seguía pensando que podía contenerlo, al menos por un tiempo más. Los Melha, en particular, habían sido durante mucho tiempo los más oprimidos, su gente relegada a las tareas más humillantes y peligrosas. Habían aprendido a sobrevivir bajo el yugo, pero cada generación producía más jóvenes dispuestos a romper esas cadenas, y ahora parecía que ese momento estaba cerca.
Sin embargo, no era el exterior lo que preocupaba a Tobias. Sus pensamientos volvían, como una aguja en un surco gastado, a la corrupción interna, a las caras familiares que podrían estar vendiéndolo por monedas o, peor aún, por promesas de poder. Necesitaba moverse con cautela, y eso incluía la gestión de su propio círculo cercano.
—Rorik, ¿qué sabes de la situación en las bajas esferas? —preguntó a tumba abierta, rompiendo el silencio en la sala.
Rorik, quien en estos días estaba muy callado, asintió entre líneas, su rostro de piedra apenas reveló las emociones que siempre mantenía bajo control.
—Los Melha han empezado a organizarse, señor. No solo como lo han hecho antes. Esta vez, parece que están recibiendo ayuda externa... y no solo de los rebeldes del sur.
Tobias giró sobre sus botas en movimiento impredecible incluso para su consejero. Eso le agrado a Rorik pero lo disimuló demostrando porque era quien.
—¿Qué clase de ayuda externa? —demandó saber.
Rorik lo miró directo a los ojos.Por supuesto que se lo diría al menos lo justo y lo necesario para que lo que Tobías ya tenía sembrado en el corazón creciera más y más.
—Algunos de nuestros aliados más cercanos. Hay rumores de que podrían estar considerando apoyar a la causa de los Melha, o al menos, usarla como un medio para desestabilizar tu posición —derramó la primera gota del veneno de la desconfianza.
Tobias apretó los puños y comenzó a caminar de un lado a otro por la habitación. Pensó por un momento tras detenerse. Los aliados a los que Rorik se refería no eran simples mercaderes o nobles locales. Eran los pilares de su poder, las personas que había mantenido bajo control a través de una cuidadosa mezcla de acciones: chantaje, sobornos y favores. Si estos pilares eran los que ahora tambaleaba, todo su imperio se vendría abajo.
—No puedo permitirme perder el control ahora. Si los Melah logran unir a las otras etnias bajo su causa, no tendré suficiente fuerza para detenerlos —murmuró Tobias, más para sí mismo que para su terrateniente.
El sistema de opresión que había mantenido bajo control al conjunto de actitudes y manifestaciones que se caracterizaba por la discriminación, la exclusión, la segregación social y el rechazo hacia quienes eran diferentes en color, religion, el idioma o el lugar de nacimiento durante tanto tiempo estaba colapsando, y Tobias era consciente de eso. Durante años había dependido de sus métodos, utilizando la humillación pública y privada para mantener a sus enemigos y aliados bajo su control. Muchos de los hombres en los que confiaba habían sido obligados a humillar a otros para conservar sus propias posiciones, y Tobias era el que tiraba de las cuerdas.
—Si podemos neutralizar a los líderes más prominentes de los Melha antes de que puedan consolidar su poder o mejor aún encontrar y eliminar a quien o quienes están jugando a nuestra espalda.
Rorik lo miró con ojos fríos, sabía a qué se refería Tobias. La purga selectiva era su método predilecto cuando el poder de un grupo comenzaba a escaparse de su control. Pero incluso Rorik, tan leal como aparentaba ser, era conocedor de que esta vez iba a ser diferente. Los Melha no eran simples disidentes que podían ser silenciados con la desaparición de unos cuantos líderes. Habían sufrido durante generaciones, y la rabia que ardía en sus corazones no se apagaría con facilidad porque él no se los permitiría.
—Podemos eliminar a sus líderes pero ¿qué haremos con la gente que sigue sus ideas? Los Melha no están solos. Hay descontento en todas partes, y eliminar a unos pocos no resolverá el problema de raíz. Además si matamos a los nuestros eso es lo que ellos esperan —argumento Rorik con calma,no podía permitir que Tobias viera en él un dejo de traición.
Tobias se detuvo, mirando a su terrateniente con una mezcla de furia y respeto. Entendía a la perfección lo que Rorik le decía, pero eso no significaba que no lo intentaría de todos modos. No había llegado tan lejos solo para ver cómo todo se desmoronaba.
—Lo haremos de todos modos. A veces no se trata de eliminar la amenaza en su totalidad. Se trata de enviar un mensaje claro —resolvió Tobias.