Réquiem de poder

Siete

Tobías caminaba en círculos por su habitación, con la mirada fija en la charola de comida que Nela había traído esa mañana. El olor del vino aún se mezclaba en el aire, pero su mente no podía detenerse en el placer de una copa. Sus pensamientos giraban con rapidez, recorriendo los nombres de aquellos en quienes había confiado durante tanto tiempo. ¿Podría alguno de ellos estar tramando su caída?

Primero, su mente se detuvo en Rorik. Siempre había sido su mano derecha, el hombre que había recibido tierras y poder como recompensa por su lealtad inquebrantable. Pero la ambición corrompía incluso a los más fieles, y Tobías no era ingenuo. Había aprendido que el poder, una vez otorgado, creaba nuevas necesidades. ¿Podría Rorik desear más? Su posición era privilegiada, pero si su consejero ya no veía más allá de las riquezas que poseía. Tal vez anhelaba algo que ni siquiera él podía ofrecerle.

Se detuvo en seco, observando la copa de vino que aún descansaba sobre la mesa. ¿Y Celdrin? Un mercenario, hábil y eficiente, pero un hombre que solo seguía el oro, no la lealtad. Había trabajado para él en el pasado, proporcionándole información valiosa, pero siempre había algo en ese hombre que le inquietaba. No era el tipo de persona que se inclinaba demasiado tiempo ante un solo patrón. Los amantes del dinero como él buscaban el camino más fácil, el más lucrativo. Tobías frunció el ceño. ¿Acaso Celdrin estaba jugando su propio juego?

Agarró la copa y echó andar hacia la ventana, se acomodó en el borde y miró hacia la ciudad desde su torreón. El estrés en él se había acumulado por demasiado tiempo, y sus aliados parecían tan frágiles como el cristal en sus manos. Todos a su alrededor tenían motivos para traicionarlo si creían que podían sacar provecho de ello. Pero entonces, un nombre más emergió en su mente, uno que lo golpeó como un martillo: Nela.

Cerró los ojos por un instante, recordando la primera vez que la trajo a su servicio. Era apenas una niña, sin nada ni nadie. Había sido fiel todos esos años, cumpliendo cada orden sin reproche, sirviendo en silencio. Pero la traición podía esconderse detrás de la más inocente de las caras. Tobías se levantó y caminó hacia la mesa, acomodó la copa a un lado, y observó la charola vacía. ¿Y si alguien la estaba manipulando?

En ese momento, la puerta de la habitación se abrió suave, y Nela entró con la cabeza baja, lista para recoger los utensilios. Tobías la observó en silencio, midiendo cada uno de sus movimientos, preguntándose si la joven era capaz de tal aberración. No era la primera vez que consideraba la posibilidad, pero hoy esa sospecha lo atormentaba más que nunca.

—Nela —habló sin rodeos pero denotando una leve caricia solo con expresarse.

Ella levantó la mirada, sorprendida por la llamada inesperada. —¿Sí, mi señor? —contestó sin poder evitar ese tono rosa en las mejillas.

Tobías mantuvo su mirada fija en ella. Algo en su expresión le resultaba impenetrable, y eso lo irritaba, pero era atractivo.

—Dime, ¿qué piensas de los rumores que corren por la ciudad? —preguntó, como quien lanza un anzuelo, esperando ver qué pesca.

—No sé a qué rumores se refiere, mi señor —Nela titubeó, o intento aparentar que no recordaba lo que ella misma le había dicho.

Tobías dio un paso más hacia ella, con las manos cruzadas detrás de su espalda, tratando de no dejar escapar ni un rastro de sus propias dudas.

—Los rumores sobre los rebeldes. Sobre aquellos que me hablaste que desean derrocar a los nobles y a mí.

Nela bajó la mirada, sin saber cómo responder de inmediato. Pudo sentir el peso de la pregunta y sabía que cualquier respuesta equivocada podría marcar su destino.

—Solo son eso, rumores, mi señor —respondió con la misma sumisión de siempre y su cara roja de verguenza.

Tobías observó cada movimiento, notando esos signos de nerviosismo, eso le indicó que ella sabía más de lo que estaba dispuesta a admitir. Pero su rostro era una máscara, una que podría haber aprendido a usar con los años. Sin embargo, algo dentro de él seguía retumbando. No, Nela no lo traicionaría por su cuenta. Si ella lo hacía, sería porque alguien más la estaba guiando.

—Y dime —prosiguió, inclinándose hacia la mesa para sujetar de nuevo la copa de vino—, ¿tienes alguna razón para pensar que uno de ustedes puede traicionarme? ¿Alguien en quien confío podría desear mi caída? —Hizo una pausa, llevándose la copa a los labios sin beber.

Nela levantó la mirada, era evidente su incómoda situación con el rumbo de la conversación.

—No... no lo creo, mi señor. No he visto señales de deslealtad en nadie de su círculo.

Tobías dejó caer la copa sobre la mesa con un golpe sordo. Su mirada se intensificó, perforando la calma aparente de Nela. Sabía que ella no le mentía del todo, pero también que había cosas que no le estaba diciendo. Quizás ni siquiera ella era consciente de cómo estaba siendo utilizada. Y ese pensamiento lo torturaba más que cualquier otra traición. Si Nela lo traicionaba, no lo haría por ambición, sino porque alguien la estaba manipulando.

Se detuvo un momento, dejando que el silencio los abrazara a los dos. Y entonces, un pensamiento frío lo invadió:

—Si Nela es la traidora, será más que una simple pérdida. Será un golpe personal, uno que no solo me destruiría a nivel político, sino también mi corazón. Porque, por más que lo niego, hay algo en ella que me importa más que mi propia vida.




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