Réquiem de poder

Diez

Tobías se quedó inmóvil. Las palabras del terrateniente Rorik seguían sonando en su cabeza.

«El lugar donde los Melah se reunirán esta noche.»

La idea de que por fin tendría la oportunidad de desenmascarar al traidor que había estado socavando su poder lo llenaba de placer. No podía permitirse perder esta oportunidad, pero algo en la forma en que Rorik lo acababa de decir lo inquietó.

Los ojos de Tobías no se apartaron de él, como si intentara encontrar una pista oculta en su expresión.

Nela todavía estaba en pie al lado de Tobías. Tenía el cuerpo tenso, incapaz de ocultar la incomodidad que le causaban las palabras de Rorik.

—¿Ha que está jugando? —Se preguntó, su mirada iba de un lado a otro, intentando encontrar alguna señal en el rostro de este hombre.

A Tobías también le generó dudas. Si Rorik era el traidor que podría esperar de él.

—¿Una trampa? No. ¿Quizás quiere quitarme la vida? O… ¡No! —Lo último que pensó le revolvió el estómago. Rorik no era tan tonto como para levantar su espada contra él. Su objetivo era alguien más. Alguien que sabía la verdad y quizá segundos antes que rodrick entrara a la habitación quería revelarlo—. Nela.

Las campanas de la ciudad comenzaron a sonar en ese momento, un eco distante que sacudió el ambiente lleno de esa fuerza capaz de romper los hilos que habían tejido hasta hoy, como si hubiera varios asuntos sin resolver dentro de la habitación, pero que estaban cerca de ser resueltos.

Las tres figuras se miraron el uno al otro, compartiendo la intensidad del sonido de las campanas, antes de moverse casi al unísono. Sin mediar palabra, salieron de la habitación y descendieron por los escalones. El eco de las campanas persistía en el aire como una advertencia sorda que se mezclaba con los pasos de los tres mientras cruzaban los corredores de la mansión hasta llegar al salón principal.

Las puertas de la mansión se abrieron con un estruendo. Dorntal entró con paso firme, el sonido de las espuelas y las puntas de sus botas golpeando el suelo a cada movimiento. La luz que entraba desde afuera hacía que su figura pareciera aún más imponente. Se detuvo frente a ellos, su mirada buscó primero a Rorik. Levantó un brazo y lo pegó contra su pecho en un gesto de saludo que Tobías reconoció bien, un signo de respeto entre soldados y oficiales. Luego, sus ojos se deslizaron hacia Nela, pero no hubo reverencia ni cortesía. Su labio se torció un poco en un gesto de indiferencia mientras la miraba, como si su presencia no fuera más que una molestia. No hubo saludo para ella, solo ese breve intercambio de miradas llenas de desprecio.

Por último, Dorntal se arrodilló inclinándose para besar la mano de Tobías, en un acto de que su vida y sus derechos le pertenecían.

Tobías lo observó en silencio durante unos segundos antes de extenderle la mano, permitiéndole completar el saludo. Aunque su mente seguía dándole vueltas a lo que Rorik había dicho.

El gesto de Dorntal lo regresó a la realidad. Él, Tobías, era el hombre más poderoso que el mundo había parido y no podía bajar la guardia. No ahora que estaba tan cerca de descubrir al traidor.

—Bienvenido, Dorntal —habló Tobías y lo invitó a tomar asiento junto a él, señalando el sillón acolchado que estaba a un lado del trono de telas que dominaba la sala.

Dorntal se sentó con una precisión que indicaba que estaba acostumbrado a moverse en presencia de hombres poderosos.

Tobías se acomodó en su lugar, apoyándose en el brazo del trono mientras esperaba a que Dorntal hablara. Sin embargo, el hombre permaneció en silencio por unos momentos con el rostro serio.

Tobías lo miró de nuevo, con cierta impaciencia en su tono.

—¿Qué te trae hasta aquí, Dorntal? —demandó una respuesta directa. Tenía prisa por ir con Rorik al nido de ratas que representaban los Melah.

Dorntal lo miró fijo a los ojos antes de inclinarse un poco hacia adelante. Sus ojos, antes serenos, ahora revelaban una urgencia que Tobías no había visto antes.

—Lo que tengo que decirle, señor, es algo que no puede ser escuchado por otros. Solo usted debe saberlo —manifestó, sus palabras cargadas de una advertencia que no necesitaba ser explicada.

Tobías se enderezó, dándose cuenta de la seriedad de la situación. No había lugar para dudas ni especulaciones. Giró su cabeza hacia Rorik y Nela, que permanecían de pie a un lado, observando la conversación con atención. Aunque no quería dejarlos fuera, sabía que no tenía otra opción.

—Dejen que Dorntal y yo hablemos en privado —ordenó Tobías, su tono no admitía réplica.

Rorik intercambió una breve mirada con Nela antes de inclinar la cabeza y salir de la sala. Nela lo siguió, aunque sus pies parecían reticentes a abandonar el lugar. El sonido de la puerta cerrándose detrás de ellos dejó a los dos hombres solos en la vasta sala.

Tobías giró su atención nuevamente hacia Dorntal, su mirada más severa ahora que el ambiente se había despejado de otras presencias.

—¡Habla ahora, hombre! —exigió, sin perder más tiempo.

Dorntal se levantó de su asiento, cruzando el espacio entre ambos con pasos decididos. Su expresión era de absoluta concentración.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.