Réquiem de poder

Once

Rorik caminaba de un lado a otro en su aposento, la mano pegada a su barbilla, mientras su mente trabajaba febrilmente. Podía imaginar a Tobias y Dorntal conversando en otra parte de la mansión, y cada pensamiento que pasaba por su cabeza lo dejaba más inquieto. Su cuerpo sudaba, a pesar del frío que envolvía el cuarto, su piel estaba helada, pero su interior hervía de nerviosismo.

—Algo anda mal —se repetía en silencio.

De repente, la puerta se abrió y apareció Celdrin, con su usual semblante confiado. Entró en la habitación con pasos decididos, ajeno a la inquietud que dominaba a su aliado.

—Todo está listo. Los Melah han sido decapitados, y sus cabezas están en las charolas, tal como lo habíamos planeado. Nela caerá en la trampa. Todo está preparado —anunció Celdrin, con una sonrisa. Satisfecho de sí mismo.

Pero al observar a Rorik más de cerca, se dio cuenta de que algo no iba bien. La tensión era palpable, el nerviosismo evidente en los ojos oscuros de su compañero. Celdrin frunció el ceño, acercándose un poco más.

—¿Qué pasa? Hombre —preguntó, dejando de lado su aire despreocupado. Sabía que Rorik no era fácil de impresionar, mucho menos de inquietar.

Rorik lo miró, y durante un instante sus labios temblaron, casi imperceptibles.

—Siento que algo está mal —respondió dando masajes a su propia mejilla y deslizando la mano por su rostro en forma de ene.

Celdrin soltó una risa seca, casi sin ganas, e intentó tranquilizarlo.

—No te preocupes tanto. Todo va a salir bien. Una vez que terminemos con Nela, Tobias será vulnerable a nuestros planes. Será pan comido para deshacernos de él también. Tendremos todo lo que le pertenece, y no habrá quien nos detenga. No puedes echarte para atrás ahora, es demasiado tarde.

Las palabras de Celdrin, en lugar de calmarlo, parecieron encender una chispa en Rorik. El sudor en su frente se acumulaba, y la sensación de que algo estaba a punto de estallar lo hizo explotar. En un movimiento rápido y furioso, Rorik se abalanzó sobre Celdrin, agarrándolo por el cuello con fuerza. Los ojos de Celdrin se abrieron de par en par, sin comprender lo que sucedía.

—¡Idiota! Si Dorntal sospecha algo de mí o de nosotros, primero tenemos que averiguar qué sabe, o las únicas cabezas que rodarán serán las nuestras —gruñó Rorik, apretando más fuerte.

Celdrin intentó zafarse, pero el agarre de Rorik era implacable. La furia en sus ojos revelaba el miedo que lo carcomía. Por un instante, la sala quedó en silencio, excepto por el sonido sofocado de Celdrin tratando de respirar.

En ese preciso momento, una sombra apareció en la puerta. Nela, que pasaba rumbo a la cocina con un cucharón en la mano, se detuvo al escuchar el intercambio violento. Al asomarse, descubrió lo que jamás hubiera imaginado: Rorik y Celdrin estaban conspirando en contra de Tobias, su señor... y de ella misma.

—¡Así que son ustedes! ¡Están traicionando a Tobias! —gritó con una mano en la boca y los ojos bien abiertos dejando caer el cucharón.

Celdrin aprovechó el momento de distracción de Rorik para liberarse de su agarre. Ambos hombres miraron a Nela, sabiendo que sus planes habían sido descubiertos.

Nela retrocedió un paso, dispuesta a salir corriendo para contarle todo a Tobias. Sin embargo, Rorik y Celdrin reaccionaron antes de que pudiera escapar. Con movimientos rápidos, le cubrieron la boca y, antes de que pudiera emitir otro grito, la amordazaron. No hubo espacio para la resistencia. En cuestión de segundos, le vendaron los ojos, amarraron sus pies y manos con una soga, y la envolvieron en una alfombra.

—¡Rápido, hay que sacarla de aquí! Tenemos que hacerlo antes de que alguien nos vea —ordenó Rorik con voz urgente, la adrenalina corriendo por sus venas.

Entre los dos la cargaron, sacándola de la mansión de Tobias en silencio. Sabían que, si Nela lograba escapar, todo estaría perdido. Rorik no podía permitirse más errores. El plan tenía que seguir, y cualquier distracción podría significar el final para ambos.

Más tarde, Tobias y Dorntal llegaron a la habitación de Rorik con una sola intención: arrestarlo. Sin embargo, al abrir la puerta, se encontraron con la sala vacía. Rorik había huido.

Dorntal maldijo entre dientes, y se dispuso a seguirlo, pero algo en el suelo llamó su atención. Un simple cucharón de cocina. Lo levantó y lo examinó con detenimiento, su mente trabajando en lo que aquello significaba.

—¿No es esto de alguna de las siervas? —preguntó, señalando el utensilio en su mano.

Tobias se detuvo en seco, su rostro palideció al instante.

—Es de Nela. Es uno de los que usa cada vez que va a cocinar.

El horror se reflejó en su mirada, comprendiendo al fin lo que eso significaba.

—¡Dorntal, reúne a los guardias! Nela está en peligro.

Dorntal, que no entendía la gravedad del asunto, frunció el ceño.

—¿Qué importancia tiene una sierva?

El rostro de Tobias se transformó. La indiferencia de Dorntal hacia Nela lo hizo hervir de ira. Caminó hacia él, mirándolo con furia.

—¡Mide tus palabras, Dorntal! —le espetó, la voz cargada de dolor—. Esa sierva... es la mujer que amo.

Dorntal lo observó, asombrado por la intensidad en las palabras del hombre frente a él. Sin más cuestionamientos, salió de la habitación para cumplir la orden de su señor. Mientras tanto, Tobias se quedó un momento en silencio, sintiendo el peso de su confesión. Sabía que, si no encontraba a Nela pronto, todo estaría perdido.




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