Réquiem Por Los Caídos

CAPÍTULO 4- 3...2...1...

Los días que siguieron a la fiesta se sintieron densos, como si algo invisible se hubiera instalado sobre todo y todos. En el instituto no se hablaba de otra cosa: Alex. Su caída. Su estado. Los rumores volaban de boca en boca, cada uno más distorsionado que el anterior. Que si fue un accidente. Que si estaba drogado. Que si alguien lo empujó.
Yo no decía nada.

La directora dio un discurso vago sobre salud mental y respeto, pero nadie parecía realmente interesado en entender lo que había pasado. Solo querían el morbo, la historia. Las miradas iban de un lado a otro como cuchillos. Algunas me rozaban. Demasiado tiempo. Demasiado intensas. Como si intuyeran algo, pero no supieran el qué.
Lucien no volvió a clase esa semana. Ni la siguiente. Al principio pensé que era coincidencia. Luego, ya no.

Yo fingía normalidad. Caminaba, hablaba, respiraba. Pero en mi cabeza todo era una espiral. Porque lo recordaba: la forma en que Alex me miró después de que le hablé. Cómo simplemente se fue. Y luego... la caída.

No fue como si lo hubiera deseado. Solo lo dije. Y pasó.

Pero entonces, ¿qué significaba eso?

Intenté volver a hacer algo parecido en clase, pero, ¿Como iba a saber si pasaba por casualidad o por lo que yo decía?

Esa misma tarde, Sienna vino a casa. Yo no sabía si decírselo. Pero al final, lo hice. Porque si no lo decía, sentía que iba a explotar.

Estábamos en mi habitación con la puerta cerrada y la lámpara encendida, como si el hecho de estar rodeadas de penumbra ayudara a tomar esto más en serio. Sienna se sentó en el borde de la cama con las piernas cruzadas, mientras yo me apoyaba en el escritorio con los brazos cruzados y un nudo en la garganta.

—Creo que puedo hacer que la gente haga cosas. No sé cómo, pero pasa. Cuando lo digo, lo hacen. Pero hoy intenté con alguien y no funcionó. No sé si es porque no controlo o porque no siempre pasa.

—Ruth... no crees que deberías pensar en hablar con alguien? Un psicólogo, quizás. No digo que estés loca ni nada, pero eso suena fuerte. No quiero que estés sola en esto.

La escuché y supe que no había juicio en su voz, solo preocupación.

—Lo sé —le dije—. Si alguien más me lo contara, también pensaría que necesita ayuda. Pero, Nana... esto me está pasando de verdad.

Ella asintió, con esa mezcla de preocupación y determinación que siempre la hacía parecer la mejor aliada.

—Entonces vamos a comprobarlo.

—Vale —dijo ella, intentando sonar neutral—. ¿Y cómo va esto? ¿Me hipnotizas con una espiral o me vas a hacer girar la cabeza como en El exorcista?

—Muy graciosa —mascullé, mirando al suelo—. Solo... cierra los ojos y haz lo que te diga, si funciona.
Sienna cerró los ojos sin borrar su sonrisa.

—A tus órdenes, general Rue.

Tragué saliva. Me concentré. Elegí algo simple.

—Toca tu nariz.

Nada.

Sienna abrió un ojo.

—¿Eso era?

—Sí —respondí, intentando mantenerme tranquila—. Vuelve a cerrar los ojos.

Probé otra vez.

—levántate.

Silencio.

—Levanta el brazo.

Sienna empezó a reírse, primero bajo, luego un poco más alto.

—Rue, si esto es una especie de juego para ver si me puedes convencer de hacer yoga, voy a necesitar más incentivos.

Sentí cómo algo me hervía por dentro. Ya no era solo frustración. Era miedo. De estar equivocada. De haber imaginado todo.

Probé otra vez. Otra orden. Otra más.

—Rasca la cabeza.

—Bosteza.

—Gira a la izquierda.

Nada.

—¡Deja de reírte! —estallé de golpe, más fuerte de lo que quería—. ¡Esto no es gracioso, joder! ¡No estoy loca!

Y entonces Sienna dejó de reír. Su espalda se enderezó como si una cuerda invisible la hubiera tirado hacia arriba. Sus manos se cerraron en puños sin que pareciera notarlo. Me miró con los ojos muy abiertos. Como si no pudiera moverse. Como si el eco de mis palabras aún estuviera dentro de ella.

—Rue... ¿qué fue eso? —preguntó, con la voz más baja que antes.

Yo también lo sentí. No solo porque había gritado. Fue otra cosa. Un empuje. Como si algo se hubiera soltado, desde muy adentro.

—No sé —murmuré—. Solo... lo dije. Pero esta vez fue diferente. Sentí que... se clavaba en el aire.
Sienna bajó la mirada a sus manos, luego a mí.

—Fue raro. Como si... mi cuerpo reaccionara antes de que yo entendiera lo que pasaba. Rue, eso no fue casualidad.

Me quedé en silencio.
Entonces, sin planearlo, como si necesitara decirlo todo antes de perder el valor, lo solté:

—Hay un chico. Lo vi en la fiesta, justo después de lo de Alex. No sé su nombre. Lo vimos entrar en la tienda de la vidente, no sé sí lo recuerdas.

—vale y ¿Qué te dijo?

—Algo como "eso fue intenso, incluso para ti", o algo parecido. Me miró como si... como si ya supiera lo que hago, incluso antes que yo.

Sienna se pasó las manos por el rostro.

—¿Y no me contaste esto antes porque...?

—Porque no tenía sentido. Porque no me gusta sonar como si necesitara una intervención psiquiátrica.
Ella se incorporó, caminó dos pasos y se giró hacia mí con una expresión muy seria.

—Vale. Rue. Escúchame: ya no estamos en territorio normal. Ni en "cosas raras que le pasan a adolescentes". Estamos en una zona tipo Buffy o Stranger Things o algo peor. Necesitamos respuestas. No más pruebas.

—¿Y qué hacemos?

—Vamos a la vidente. A la del centro. Tal vez ese chico la conoce. Tal vez ella sabe qué está pasando contigo. Y si no funciona... siempre nos queda Lorraine Warren y una ouija.

—¿Nana?

—¿Sí?

—Gracias.

—No me agradezcas todavía. Espera a que no nos maldiga.

El último día de clase antes de las vacaciones de Navidad siempre tenía un aire distinto. Como si todo el instituto supiera que, por unas semanas, los profesores se rendían, los alumnos dejaban de fingir que les importaba y la rutina se relajaba lo justo como para que la vida entrara un poco.
Pero este año, todo se sentía un poco apagado.
Lucien seguía sin aparecer. Y aunque nadie lo mencionaba directamente, su ausencia era un vacío que yo notaba en cada rincón. A veces me encontraba buscando su rostro en los pasillos sin darme cuenta, como si pudiera aparecer de la nada y actuar como si nada hubiese pasado.
No lo hacía.




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