Como odio los lunes. Todo vuelve a empezar. Te levantas, recoges el cuarto y a trabajar. ¿Cuántas personas pueden decir eso con tan solo diecinueve años? Por suerte no muchas.
Y aquí estoy yo. Ya estoy vestida y preparada para servir el desayuno en el hotel. Bueno hotel, más bien es un piso de alquiler muy grande y con servicio. Aquí todos son como familia.
Bajo por el ascensor al vestíbulo donde está Ryan, el recepcionista de por las mañanas el cual me sonríe con la boca cerrada como todos los días. Devolviéndosela, sigo mi camino dejando la piscina al lado derecho donde están recogiendo las tumbonas y toallas que dejaron ayer por la tarde. El verano está a punto de acabar, pero con el calor que hace, todos los días aprovechan para darse un baño. Ojalá yo pudiese más a menudo.
Al lado izquierdo veo como el gimnasio está vacío. Nunca lo usa nadie excepto yo así que es como mi pequeño paraíso.
Sigo por el pasillo hasta llegar al comedor. Voy casi corriendo hasta la cocina donde Eve me mira apurada mientras me extiende la bandeja llena de cosas para el desayuno.
Esto último lo dice con tono jocoso mientras cojo la bandeja y salgo corriendo al comedor. Ya veo a la señora Amanda en la mesa del fondo con su marido, el señor Robert. Me dirijo a ellos con su desayuno de todos los días.
Solo soy capaz de asentir con una mueca de sorpresa y una sonrisa que amenaza con partir mi cara en dos. Y justo cuando me dispongo a contestar escucho un grito que congelaría hasta el mismísimo desierto.
Oh oh, cuando mi madre me llama por mi nombre completo sabes que nada bueno viene detrás. Miro una última vez al matrimonio disculpándome con la mirada y como alma que carga el diablo salgo corriendo a la cocina.
Cojo la mochila que dejé al entrar en la cocina a toda prisa y trato de salir por la puerta trasera hacia el vestíbulo. Sin embargo, justo antes de poder salir escucho como alguien se aclara la garganta. Doy la vuelta sobre mí misma y veo a mi madre señalándose la mejilla y una ceja arqueada. Sin pensarlo, corro hacia ella dándole un beso tan sonoro digno de una abuela.
Le doy una sonrisa con la boca cerrada dejándole claro que no estoy conforme con eso último. Ahora sí, salgo corriendo por todo el pasillo y el vestíbulo hasta llegar al aparcamiento para ir a clases. Me monto en mi Ford y suelto la mochila en el asiento del copiloto. Resoplo tratando de tranquilizarme mientras Jennifer López resuena por todo el coche. Esta es la única manera que tengo de relajarme. En especial hoy que tengo que hablar con mi padre.
Normalmente, para la mayoría de la gente hablar con sus padres puede ser cansado, molesto porque son muy pesados o algo por el estilo. En mi caso, hablar con mi padre es una tortura. Solo con empezar sé que vamos a terminar discutiendo y yo odio discutir. Pero hay cosas que no podemos evitar siempre y hoy parece ser ese gran día.
Conduzco hasta llegar a la universidad cantando a todo pulmón, sin que todo deje de darme vueltas en la cabeza. Para ser tan joven tengo más responsabilidades que un adulto. Y eso no es lo peor creedme. Lo peor es llegar a clase y ver que ni Amy ni Sarah han llegado todavía.
Odio la presión de estar en clase sola. Siento como todas las miradas te juzgan por no estar hablando con alguien. Por ello, me pongo los cascos para seguir con mi sesión de terapia al más puro estilo Jlo.