Palabras: 986.
Lo fundamental es no dejar caer el balón.
Gabriel, el armador, lo recibió y lo puso para Kevin, quien remató con todas sus fuerzas.
Jugaban solos y celebraban ante sus contrincantes imaginarios como si estuvieran en la final de la Liga de Vóley. Eran los mejores amigos, la mejor dupla. Solo les hacía falta un grupo para poder completar los cupos y jugar en las interfacultades.
Se detuvieron a beber agua.
Gabriel miró de reojo a Kevin, quien notó la atención de su amigo en él. Se miraron en complicidad y rieron, producto de ello, Gabriel se empapó la camiseta de agua. Kevin cerró su botella y se carcajeó.
—Tengo una cita con Pávlov y todos sus experimentos con inocentes perritos. —dijo Kevin, haciendo referencia a su clase de psicología.
Gabriel rodó los ojos. Sabía que Kevin sentía curiosidad por la mente humana y su conducta, pero no lo había creído capaz de llevar un curso en la facultad de psicología.
—Los literatos y los psicólogos no somos tan distintos. —Se había excusado Kevin.
Gabriel asintió y observó a su amigo salir de la cancha.
Kevin y Gabriel se habían conocido en la secundaria de un colegio de monjas. Ellos eran parte de la primera promoción mixta. En total, en todo su grado, solo había siete varones. Cuando se dieron cuenta que el otro estaba más interesado en el vóley que en el fútbol, se volvieron mejores amigos. Y los demás chicos dejaron de importarles, incluso si se burlaban de ellos por jugar un "deporte de mujeres".
Ariana, la capitana del equipo de vóley femenino de la escuela, les permitía asistir a los entrenamientos del grupo, ya que no existía uno de hombres o mixto (aunque ya lo habían sugerido a la dirección). A pesar de las burlas de sus compañeros de aula, ninguno de los dos desistió de jugar vóley. Con el tiempo, se dieron cuenta que el vóley no era lo único que tenían en común: ambos eran buenos en inglés y les gustaba leer. Aunque, sus diferencias también eran notorias: Kevin era malísimo para cualquier cosa que tuviera números (matemáticas y química, un horror) mientras que Gabriel era bueno en ellas. Kevin sabía cocinar y hacía unos postres riquísimos (su especialidad era el pie de manzana), Gabriel quemaba todo lo que intentaba preparar (vivía gracias a los delivery). Kevin era más de gatos y Gabriel de perros.
Gabriel sonrió, pensando en Kevin.
Mientras caminaba hacia la salida de la cancha, jugaba con la pelota, rebotándola una y otra vez. Tenía que pensar en Don Quijote y el ensayo que tendría que escribir, pero él solo podía pensar en cómo se le achinaron los ojos a Kevin al sonreír e invitarle un trozo de un bizcocho que había hecho la noche anterior debido a su insomnio. Era su forma de agradecerle por haber estado con él a través de su chat de Whatsapp.
En realidad, era una práctica diaria. Hablar horas y horas, inclusive amaneciéndose. Sus conversaciones iban desde lo aburrido que era Lírica del Siglo de Oro hasta lo guapo que era Paul Mescal. Gabriel era quien tendía a hablar más de los dos, y era un gran friki. Una vez que comenzaba un anime tenía la necesidad compulsiva de contárselo entero a Kevin, quien siempre le escuchaba y hasta le hacía preguntas o le hacía ver los agujeros en la trama. En cambio, Kevin era más de películas. En especial, las de terror. ¿La sustancia? Una joya cinematográfica.
Cuando entró al baño y subió la mirada hacia el enorme espejo, Gabriel se sorprendió por encontrarse sonriendo. Quizá últimamente sonreía mucho. En particular, cuando pensaba en Kevin. ¡Pensaba mucho en Kevin! Dejó caer la pelota, la cual se chocó con su pie y se alejó rodando. Se miró sorprendido ante el espejo. ¿Por qué se sentía de esta manera? ¿Acaso Kevin le...?
—Mierda, Gabriel. Estás enamorado. —murmuró para sí mismo.
Se quedó pensando en ello toda la tarde. En el viaje de regreso a su casa en el micro con cumbia de fondo; en la tranquilidad de cuarto, echado en su cama. No podía dejar de pensar en el hecho de que estuviera enamorado de Kevin, ¿cuándo sucedió? ¿Se lo diría? No quería arruinar la genuina amistad que mantenían, nacida del respeto mutuo y admiración.
Echado en su cama, miró las polaroids que tenía con su grupo de amigos, Kevin incluido. Salían abrazados, jugando vóley, hasta preparando una crema volteada (obviamente fue iniciativa de Kevin). Todos esos momentos, Gabriel los atesoraba en su corazón. No eran sólo imágenes, eran recuerdos vivos. Y quería crear nuevos recuerdos con Kevin. Miles más.
Justo en ese momento Kevin le mandó un tiktok de gatos que tumbaron un árbol de Navidad. Gabriel no pudo evitar reír. La ansiedad que había sentido durante toda la tarde se esfumó. Respondió con un efusivo: "JAJAJAJA". Y sintió que el mundo volvía a estar bajo control. Kevin y él, él y Kevin, el colocador y el rematador exterior, el hablador y el que escucha atentamente.
Conforme pasaron los días, Gabriel notó la forma en que Kevin y él solían comportarse. Susurrándose al oído, cogiéndose de la cintura, mirándose a los ojos. Eran conductas que sueles hacer cuando eres cercano a alguien. Ambos se sentían en sintonía, igual que cuando jugaban vóley. El dúo perfecto.
En uno de esos susurros cómplices, Kevin se giró, quedando su rostro a centímetros del de Gabriel, quien se puso colorado al instante. Kevin se burló de él, llamándolo "tomate" y Gabriel le respondió despeinándolo. Ambos rieron y se quedaron mirándose.
Un día, jugando vóley entre los dos, luego de haberle dado tantas vueltas al asunto, Gabriel había tomado una decisión.
—Hey. —dijo y lanzó el balón hacia Kevin, quien lo atrapó en el aire.
Gabriel señaló con la cabeza la pelota. Kevin lo examinó hasta toparse con la pulcra caligrafía de Gabriel.
—¿Puedo ser tu novio?
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Editado: 23.03.2025