Retos en Cuentos

Cuento 3- El desalojo

Toda la vida he sido amante de dormir hasta tarde. De niña, sufrí mucho cuando me tocaba levantarme, antes de que el sol saliera a prepararme para ir a clases. 

Tenía veinte años, mi mamá y yo vivíamos alquiladas en Parque Central, pero por el paro del 2000, teníamos unos meses de retraso en el alquiler y nos habían pedido desalojo. Legalmente no podían sacarnos, por las políticas del gobierno. 

 

El timbre de la puerta sonó, aún con lagañas en los ojos y medio dormida, me levanté de la cama. Como pude y con mucho cuidado, bajé las escaleras para abrir la puerta. 

Cuando abrí, me vi arrasada por un juez, un comisario y todo un grupo de personas. Intenté quitarme las lagañas. De pronto me di cuenta que seguía en piyama y ni sostén tenía puesto. 

Sin aún poder entender, quienes eran estas personas. Subí al cuarto de mi mamá, para despertarla. 

Mi mamá  sí logró vestirse y arreglarse para atender a la visita. Sin embargo, yo seguía en mis fachas y sin poderme ni cepillar los dientes. 

La persona responsable de la invasión a nuestra casa, nos informó que tenía una orden de desalojo. 

Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Fui a bañarme y arreglarme, pero el juez nos informó que teníamos menos de una hora para desalojar, mientras se cambiaba la cerradura del inmueble. 

Un grupo de hombres entró y con bolsas de basura en mano, comenzaron a llenarlas con nuestras pertenencias. 

No se me permitió ni cambiarme. Mi novio, mi mamá y yo, comenzamos a ver dónde íbamos a ir. No teníamos dinero y el camión de mudanzas, que amablemente trajo el juez, quería saber a dónde nos dejarían nuestras pertenencias. 

Una amiga de mi mamá decidió recibirnos en su casa. Lista la dirección, estábamos como chiripas envenenadas. Mirábamos a todas partes, preocupadas por el estado de los objetos frágiles.

Mi novio le indicó a uno de los hombres: "Déjeme buscar la caja de la vajilla china, para que no se rompa"

El hombre sin mirarlo ni detenerse le decía: "No, tranquilo. No se preocupe. Que a nosotros, nunca se nos ha roto nada", mientras sin ningún cuidado introducía en una bolsa negra, los platos de la vajilla, solo separados por una lámina de cartón.

Los hombres de forma eficiente fueron recogiendo todo. 

Por mi parte, sentía admiración por estas personas. Para ese momento ya me había mudado, en lo que llevaba de vida, más de diez veces. Y en todas esas oportunidades, nunca lo había hecho tan rápido y sin romper ningún objeto. 

En menos de una hora, todo había sido guardado y cargado en el camión de mudanzas. Cada vez que alguien se dirigía a mi, solo pensaba en mi mal aliento y mí vestimenta que aún seguía siendo en piyama. 

 

Como pudimos:  mi mamá, mi novio, la amiga de mi mamá y yo nos montamos en el camión de mudanza. 

La amiga de mi mamá, iba dientes pelados, coqueteando con el conductor del camión. Mientras yo iba asustada sin saber qué sería de nosotros. 

Al llegar a la casa de mi amiga, bajaron igual de rápido todas nuestras pertenencias y con un vacío en el estómago, nos dejaron al pie del edificio. 

Agotados y tristes, comenzamos a subir las cosas al apartamento de la amiga de mi mamá. 

En una habitación que ya estaba ocupada, tuvimos que meter, todas nuestras pertenencias. Pues la amiga de mi mamá no quería nada afeándole o ensuciando su apartamento. 

Mi mamá y yo, quedamos en el cuarto cual pajarito en su jaula, solo la cama era el único espacio donde podíamos estar;  las cajas y las bolsas de basura, lo ocupaban todo. Para entrar al cuarto y llegar a la cama, tenías que ser un deportista olímpico, porque había que hacer saltos y equilibrio. 

Al final del día y con todo ya apertrecherado en la habitación, yo seguía con mi boca hedionda y mis senos al aire. 



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En el texto hay: terror, psicosis, humor amor

Editado: 29.09.2021

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