Como cada mañana a las seis, Rocío se levantó de la cama. Con sólo cuatro años, era muy activa. Su estómago rugió, recordándole que antes de ver cómiquitas en la tele, debía buscar algo que comer en la cocina.
Despertó a su hermano mayor, quien como cada mañana se molestaba por la interrupción de sus sueños. Aún molesto, se levantó para ayudarla a bajar las escaleras.
Siendo mayor por seis años, era más grande para vigilar y ayudar a su pequeña hermana. Rocío lo miraba con fascinación, disfrutaba seguirlo por toda la casa.
Tomar sus juguetes y jugar con ellos. Era su manera de estar cerca de él. Para su hermano, cada cosa que ella hacía era una molestía.
Llegaron a la cocina, donde su hermano la ayudo a sentarse en el mesón, donde ella se colocó de pié, para alcanzar el Toddy.
Mientras su hermano saqueaba la nevera, sacando los ingredientes para hacer unos sándwiches. En pocas minutos y como un equipo bien aceitado, terminaron de preparar el desayuno.
El hermano mayor, tomó el plato y los vasos de Toddy. Así Rocío, podría tomar con sus pequeñas manos el pasamanos de la escaleras, para subir al cuarto de su madre.
Cada mañana, tocaban con sigilo la puerta. Pues ésta generalmente estaba dormida. Y les había enseñado a tocar con delicadeza, entrar en silencio y encender el televisor, para mantenerlo a bajo volumen.
Rocío entró después de su hermano. Observó a su madre descansar. Desde hace días la notaba distinta, como ella aún era muy pequeña. No lograba identificar que le sucedía.
Lo que si había logrado descubrir, es que ya no sonreía. Cada día estaba cabizbaja y algo malhumorada. Y hoy, tenía pequeñas marcas oscuras debajo de sus ojos.
Aunque no sabía cómo expresarse bien, podía sentir que algo pasaba. Ese algo tenía muy angustiada a su pobre madre.
Unas horas más tardes, su madre se levantó de la cama. Su cara se veía cansada y abrumada. El estomago de Rocío, se cerró haciéndola sentir escalofríos. Su madre se preparó para iniciar el día.
Su caricatura favorita había finalizado y nuevamente tenía hambre. Su hermano se había encerrado en su cuarto, huyendo de ella. Al no poder contar con su ayuda, para preparar un sándwich, se levantó para dirigirse a la cocina.
Cuando fue a tomar el pasamanos de la escaleras, escuchó a su madre. Hablaba con alguien por el aparato que decían llamar teléfono.
Su voz sonaba apagada. Bajó con cuidado las escaleras. Justo al llegar al pie de estás, escuchó como su madre lloraba desconsolada.
Su corazón se aceleró, el estómago se le cerró y deseo ser más grande para ayudarla.
Se acercó a la telefonera donde su madre estaba sentada, con las manos tapando su rostro. Rocío se sentó en el suelo, mientras observaba la desesperación de su mamá. Comenzó a llorar ella también, durante unos minutos ambas lloraron.
Rocío tomó una de las manos de su mamá entre sus pequeñas manos. Como pudo le transmitió su amor en gentiles masajes.
Cuando su madre se calmó, Rocío miró a su madre. Su cara estaba hinchada, las marcas debajo de sus ojos se habían acentuado. Su nariz goteaba un liquido salado.
- Mami, ¿Porqué lloramos? - le preguntó con inocencia. Esa simple pregunta, hizo que su madre volviese a llorar.
Entre espamos e hipidos, su madre le explicó a Rocío, que su padre se había marchado al cielo y no lo volverían a ver. Rocío no entendió muy bien la explicación, lo único que le quedó claro es que su papi no volvería. ¿La abría abandonado?