En el corazón de la tierra, nuestras raíces se hunden profundas,
ancladas en la historia, en la tradición, en el dulce hogar.
Son el susurro de nuestros ancestros, el abrazo de la memoria,
que nos recuerdan de dónde venimos, quiénes somos, qué es amar.
Pero dentro de nosotros, un deseo de alas se despierta,
un anhelo de cielos abiertos, de horizontes que llaman a explorar.
Las alas son el símbolo de nuestra libertad, de nuestras aventuras,
que nos invitan a volar alto, a soñar, a descubrir, a osar.
Raíces y alas, dos fuerzas que en nuestra alma coexisten,
una nos mantiene firmes, la otra nos impulsa a la inmensidad.
Es la danza eterna entre la seguridad y lo desconocido,
entre la identidad que nos define y la libertad que nos da la eternidad.
Con raíces que nos nutren y alas que nos liberan,
somos seres de la tierra y del aire, de lo sólido y lo divino.
Cada paso que damos es un eco de esta dualidad,
un balance entre el origen que nos forma y el destino que nos guía.
Así, vivimos en el umbral de lo que conocemos y lo que anhelamos,
construyendo puentes entre nuestro pasado y los sueños por venir.
Raíces y alas, el legado de la humanidad, la esencia de nuestra existencia,
la promesa de que, sin importar dónde volemos, siempre sabremos dónde volver.