Yarah y yo somos huérfanas, no recordamos a nuestros padres, crecimos con unos tíos, ellos se encargaron de nosotros durante varios años hasta que decidimos seguir nuestro camino solas. Para ese entonces no teníamos ni idea que nuestra familia escondía grandiosos poderes, nos enteramos poco antes de partir, nos dieron unos libros donde encontraríamos respuestas y algunos entrenamientos. Decidimos ir a la Zona de los Pirineos del condado de Ampurias, por lo que nuestros familiares dijeron era un lugar seguro para nosotras, apenas se elevó el sol partimos nos despedimos de nuestros tíos y primos.
Cuando llegamos, los primeros días los pasamos en una posada del pueblo mientras buscábamos un lugar donde quedarnos fijas, encontramos una cabaña a las afueras del pueblo, era muy espaciosa y perfecta para nosotras, así que decidimos comprarla.
Pasaron unos años y ya había empezado a considerar del pueblo nuestro hogar, era un lugar muy hermoso y su gente también. En poco tiempo la gente se ganó nuestro corazón, en casa las dos ayudábamos, pero Yarah siempre fue diferente, su espíritu era el de un alma libre por más que quería intentar que ella se acomodara a los oficios, simplemente huía del lugar.
A Yarah le gustaba la plaza ahí siempre se la podía encontrar, exactamente en la fuente, era su lugar favorito, siempre se podían ver a los niños corretear y los aldeanos en sus puestos vendiendo o regateando sus productos, muchas veces empezaban a bailaban durante festivales, ella amaba eso, pero aunque a veces me sentía mal por retenerla, nosotras no eramos como ellos, si nos llegasen a descubrir correríamos gran peligro.
Un día ella escapo de la casa como a menudo lo hacía, seguía sin descubrir como lo hacía, decidí dejarla que disfrute un rato para luego ir a buscarla, cuando llegue ahí estaba jugando con unos niños, cuando me vio se acercó y se sentó en la fuente.
–¿Tan poco tiempo? –me dijo sin mirarme y poniendo una expresión de fastidio.
–Sabes bien que no puedes pasar tanto afuera– le dije regañándola.
–Pero no puedo pasar encerrada en casa todo el tiempo– renegó.
–Sabes que es por tu bien– me cruce de brazos.
–Heloise, no seas tan dura solo quiero descansar.
Ante la insistencia de ella me enoje, solo lo hacía por su bien si nos llegaran a descubrir podríamos terminar en la horca o peor en la hoguera, pero aun así accedí, yo pasaba poco tiempo fuera y en la plaza había una pequeña feria así que decidí dejarla mientras recorría el lugar.
–Apenas regrese tú y yo nos iremos a casa, ¿Entendiste? –Dije en un tono fuerte.
–Está bien, pero no uses ese tono conmigo.
–Entonces no me hagas usarlo.
Me di media vuelta y camine hacia los puestos del lugar, había bastantes y con variados productos, vi una pequeña carpa donde colgaban hermosas flores, me acerque al lugar y habían demasiadas de todos los colores y aspectos, vi unos girasoles y me acerque a ellas.
Sentí un toque en el hombro así que me voltee, pero no vi a nadie así que regrese mi vista hacia delante pero frente mío estaba un chico alto de cabellos rizados en su mano sostenía uno de los girasoles.
–¿Te gustan estas flores? –pregunto.
–Se llaman girasoles– respondí secamente.
–Son todas muy hermosas, ¿Piensas llevarte unas a casa?
Ignoré su pregunta y me dirigí hacia otra carpa, ¿Quién era ese chico? No lo había visto antes por el pueblo, tal vez sea del grupo de los seguidores de rey, ellos no traen nada bueno por donde van, lo mejor será ir por Yareli. Caminé rápidamente por el lugar cuando sentí que agarraron mi brazo ¡Mierda, huir así fue muy sospechoso!
–Si piensas que soy una bruja, te equivocas así que por favor déjame ir– Dije en voz baja, temía a lo que respondiera.
–Ah...¿Piensas que soy de los seguidores del Rey? –Pregunto confundido.
–No eres del pueblo, los únicos nuevos que llegan aquí son ellos y siempre que llegan no pasa nada bueno– cuando aparecían Yareli y yo solo nos quedábamos en casa, pero esta vez no nos dio el tiempo de escondernos.
–No, tranquila fue mi error por presentarme de esa forma, permíteme hacerlo bien, mi nombre es Leo de Velasco, soy nuevo en el pueblo con mi hermano compramos la villa que vez allá– señalo el techo de una casa alta que sobresalía de otras.
–¿Y porque me seguiste entonces? –pregunte.
–ehh...es que quería darte esto– saco de su espalda un ramo de flores, en el centro tenía cuatro girasoles y rodeando estas una de cada especie que vi en la carpa.
–¿Para mí? –pregunte incrédula.
–Si, llegue hace unos días y cuando te vi quería acercarme, pero no sabía cómo, cuando te vi en el puesto de flores creí tener una oportunidad, pero creo que lo hice mal como para que creyeras que era uno de ellos– paso su mano por la cabeza.
Luego de su explicación me quedé mirándolo en silencio por unos segundos, el me miraba preocupado de que le diría, pero se relajó cuando empecé a reír, la situación a la final me pareció graciosa además que me alivio cuando dijo no ser uno de ellos.
–Deberías encontrar una nueva forma de presentarte, casi salgo corriendo– le dije aun riendo un poco.
–lo siento, error mío– respondió.
–Muchas gracias, me gustaron mucho– le dije por su regalo.
–No hay de que...–se quedó corto al no saber mi nombre.
–Heloise Reeder, un honor estar frente al hijo del Vizconde Velasco– Hice una pequeña reverencia.
–¿Cómo supiste que soy el hijo del Vizconde? No todos me reconocen, ni cuando digo mi apellido porque últimamente es usado.
–No soy natal de este pueblo, mi hermana y yo nacimos a las afueras del pueblo donde se ubica el Castillo de LLers, se quién es su padre, cuando dijo su apellido, lo recordé.
–De igual manera eres muy inteligente, ¿puedo pedirte algo?– pregunto.
–Lo que deseé señor– respondí respetuosamente, al saber quién es el no podía hablarle irrespetuosamente.